Edificada hacia 1760 en la esquina de la primera calle de Manrique y segunda de Canoa –y ampliada nueve años después–, es extraordinario ejemplo de la arquitectura civil novohispana del S. XVIII, valiosísimo espécimen que serviría de modelo a la nobleza para la edificación palaciega y representante del singular barroco Novohispano, dada su minuciosa talla en la cantera que engalana la esquina del edificio y su pueta principal.
Aunque fue edificada para un acaudalado platero –Adrián Ximénez de Almendral–, el nombre más conspicuo le viene de doña Mariana Heras y Soto y Rivaherrera, esposa de Tomás López Pimentel, quienes adquirieron el inmueble en 1852 y lo transformarían en morada condal; se dice –en un error fácil de entender– que fue morada también de don Manuel María Martín de Heras Soto y Daudeville, firmante del Acta de Independencia del Imperio Mexicano en septiembre de 1821.
La vivienda anexa sería residencia –entre 1865 y 1869–, del historiador, escritor, filólogo, bibliógrafo y editor don Joaquín García Icazbalceta.
Al paso del tiempo, el inmueble principal sufriría severo deterioro y para fin del S. XIX –cuando se transformó en bodega del Servicio Express de la Wells Fargo y Cía., luego “Express Constitucionalista” y finalmente ya en el S.XX, Ferrocarril Nacional– terminó con quebranto estructural. Afortunadamente, para 1972, el entonces “Departamento del Distrito Federal” adquirió y restauró la casa para establecer ahí el Archivo Histórico del Distrito Federal y simultáneamente –en la casa adjunta–residir el Fideicomiso del Centro Histórico.
Aún con el cambio de las diversas administraciones, el inmueble ha albergado el valioso caudal de planos y documentos que muestran y explican el devenir de la Ciudad de México –en el Archivo Histórico Carlos de Sigüenza y Góngora–, y a muchos sorprende que además resguarde un fragmento –la cara– de la Victoria Alada (o “Libertad”) que remata el Monumento a la Independencia de México, obra original de Enrique Alciati fundida en Florencia en julio de 1909.
Considerando su marcada relevancia histórica, resulta extraño descubrir que hay relativamente poco escrito respecto a la magnífica residencia de don Adrián Ximénez del Almendral, luego Palacio de Heras y Soto:
En 1921, dentro de su magnífica investigación “El Arte en Nueva España”, don Francisco Diez Barroso menciona la “…ornamentación riquísima de marcado carácter plateresco…”, justo entre las descripciones de las residencias palaciegas del Marqués de Moncada y Conde del valle de Orizaba.
Arriba, una magnífica fotografía de Guillermo Kahlo fechada en 1910 –usada por Diez Barroso y que agradezco a Javier Balbás Diez Barroso–, en que aparece la portada principal de aquel palacio de los condes de Heras y Soto cuando era sede del “Express Constitucionalista (Wells, Fargo & Co.)”; el edificio en la esquina de las calles de República de Chile y la Calle de los Donceles (antes calles de Manrique y la Canoa) es ahora asiento del Archivo Histórico del Distrito Federal…
Para 1948, don Manuel Toussaint incluyó el inmueble en su libro “Arte Colonial en México”, anotando –justo entre las casas de los marqueses de San Mateo de Valparaíso y la del Marqués de Herrera–:
“-Casa del Conde de Heras y Soto- (Esquina de Chile y Donceles): Quizá ninguna casa iguale a ésta en la finura de sus relieves de cantería. Es notabilísima la portada con su balcón arriba, rico barandal de bronce y exuberante enmarcamiento para ambos, de una suntuosidad impecable. Lo mismo sucede con el ornato de la esquina en que un niño, en pie sobre un león, sostiene en la cabeza una cesta con frutos, en tanto que, a ambos lados de la esquina, como tapices, se extienden los relieves de marcado gusto francés. Del interior sólo queda el patio con sus columnas y arquerías.”
Manuel Romero de Terreros, nos dice ya en 1951 y en elogio de esta esquina: “En ningún otro edificio se esmeró tanto el cincel de los canteros como en la casa del Conde de Heras cuyas afiligranadas jambas de puertas y balcones y el querubín que sostiene la canastilla de frutas en el ángulo de la fachada son verdaderas obras de arte churrigueresco”.
En 1984, el por entonces Departamento del Distrito Federal publicó en su “Colección: Distrito Fedreal”: “El Palacio de los Condes de Heras y Soto (Sede del Centro Histórico de la Ciudad de México)” Nº5, con una magnífica investigación de Magdalena Escobosa de Rangel -investigación a la que me referiré reiteradamente-; una investigación que se ha vuelto a publicar por Juan Pablos -Editor- en 2011.
Para 1994, el doctor Alejandro Mangino Tazzer incorporó la casa –como relevante ejemplo del barroco novohispano– en su publicación “Influencias artístico-culturales entre América y Europa”, divulgado por la UAM de Azcapotzalco.
En 1995, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, con el Instituto Nacional de Antropología, publicaron un panfleto de amplio tiraje con una sucinta historia del inmueble a cargo de la antropóloga Angélica Oviedo Herrerías y el arquitecto Carlos Rugiero Cázares. Desafortunadamente, la plaqueta ya no está disponible para consulta a los visitantes al edificio…
Don Adrián Ximénez de Almendral –en rigor Adrián Ximénez de Aguirre– fue hijo de un exitoso y reconocido platero Sevillano llamado Juan Ximénez de Almendral y su esposa María de Aguirre y Campo; dejó Sevilla en los primeros años del S. XVIII para buscar fortuna en la lejana América, de la que Juan de Viera detallaba: “La noble, imperial Ciudad de México, hace competencia a todas las metrópolis en situación, grandeza, edificios, fertilidad y abundancias. Su plan es el más hermoso que se pueda imaginar… es aquello un abreviado diseño del paraíso…”
Ya instalado en la capital de la Nueva España, mantuvo liga comercial con el establecimiento de su padre en Sevilla para afincarse en el negocio de la plata, y al paso del tiempo, gracias a su valía como hombre de reconocida honradez y habilidades, don Adrián Ximénez de Almendral llegó a se Veedor y Alférez -por agrado a su majestad- de la compañía de granaderos, cargo que habría recibido por superior decreto del virrey –1ºconde de Revillagigedo– con el cargo de “Veedor del Arte de Platería”; sabemos que afanaba arduamente desde su casa y comercio –taller y tienda “pública” de platería– en la calle de San Francisco (hoy Madero) donde varios prestigiados plateros comerciaban sus bienes.
Aunque en 1732 enviudó de su primer matrimonio con doña Ana María Pérez Calderón y perdió además a su primogénito, sabemos que don Adrián declaraba contar una fortuna de 60,000 pesos de oro común además de su ya prestigiado negocio de platería. Hacia octubre de 1750, don Adrián contrajo matrimonio -en segundas nupcias- con la muy joven María Antonia Azorín, hija de don Manuel Azorín de la Casa de Moneda.
En el “Ramo Padrones”, Volúmen 52 foja 247 que se conserva en el AGN, se nos indica que:
En la…“Calle de los plateros, acera sur que mira al norte, de oriente a poniente viniendo del Empedradillo hacia San Francisco: Casa 18: don Adrián Ximénez con su esposa y 4 criados españoles de 72 hasta quinze años un cochero y lacaio de más de 25, dos recamareras españolas de 20 años, una ama de leche mestiza que le cría a una niña y una cocinera mestiza las dos de más de 20 años. Ay en ella dos accesorias de platería…”
Nos cuenta Magdalena Escobosa de Rangel que don Adrián “Era un orfebre de corazón y artista que labraba la plata con filigranas llenas de reminiscencia morisca. Negociaba no solo el oro y la plata quintada, sino los diamantes, las esmeraldas, las perlas y otras piedras preciosas en intercambio comercial que sostenía con su padre don Juan Ximénez y con don Lorenzo Benitez de Aranda, quienes desde Sevilla facturaban los envíos.”
Abajo, una “devota”, alhaja femenina ejecutada con gruesos hilos de filigrana, enriquecida con perlas ensartadas y cabezas de rosetas de orla gallonada con diamante central embutido, que forma parte de la colección permanente del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec.
Nos cuenta también Magdalena Escobosa que para 1752 nació la primogénita de aquel segundo matrimonio, María Manuela Josepha, seguida en 1754 de Adrián, en 1755 de Joseph Ignacio y en 1757 de Cayetano, todos Ximénez Azorín. Además, nos narra que: “…el Alferez y Capitán no solamente era miembro de la junta de Plateros, sino que había extendido sus negocios y bienes a muy diversas rama, tales como ser dueño de una botica en la calle de la Joya, de un cajón de mercancía en el Portal de mercaderes, de un rancho llamado Olintepec y otro conocido como “La Noria” en los linderos de Xochimilco” –aquel sitio que Dolores Olmedo compró en 1962 y ahora conocemos como “Museo Dolores Olmedo”–.
Además de esas numerosas propiedades urbanas, para 1760 don Adrián construía ya el crecido palacio de las calles de Manrique y la Canoa, que en la segunda abarcaría cuatro accesorias prolongándose hasta los límites del Hospital del Divino Salvador, mientras que hacia Manrique extendería la propiedad diez años después…
Esa calle -Manrique- era llamada así porque ahí residió el “Excelentísimo señor don Alonso Manrique de Zúñiga, Marqués de la Villa Manrique, séptimo virrey de la Nueva España”.
Nos dice Alejandro Mangino Tazzer que “Este palacio se ubica en la esquina de las antiguas calles de Manrique y La Canoa, hoy Donceles esquina República de Chile. Originalmente el terreno comprendió una superficie mucho mayor, ya que las casas de productos marcadas con los números 6 y 8 de República de Chile fueron construidas formando un solo conjunto arquitectónico y formalmente dependientes de la casona principal.”
En efecto, por 1769 –al poco tiempo de sonada la Expulsión de los Jesuitas–, don Adrián Ximénez adquirió un predio más al sur de la propiedad original y lo incorporó a la organización del edificio, aunque manteniendo su acceso y servicios separados de la casa principal. Así, el conjunto contaba más de 1,800m², con poco más de 45 metros de frente norte hacia la calle de Donceles y cuarenta hacia el oriente y la actual calle de república de Chile.
Como referencia, aparece arriba la retícula del centro histórico de la Ciudad de México en una toma de Google maps -fechada en 2023-, en que al centro he señalado la casa de don Adrián Ximénez de Almendral; abajo a la derecha se distingue parte de la Plaza de la Constitución, mientras que arriba aparece parte de la Plaza de la Corregidora -frente a Santo Domingo-. Arriba a la izquierda se distingue la singular cubierta del edificio que fuera Cámara de Diputados, luego “Cámara de Representantes del Distrito Federal” y ahora Congreso de la Ciudad de México.
Aunque la traza permanece –con apenas la apertura de la calle Palma norte en esa zona–, la ciudad en que se edificó la magnífica residencia Ximénez-Azorín era radicalmente distinta, aquella ciudad que Juan de Viera describió con: “ Su plan, el más hermoso que se pueda imaginar…”
Abajo, aparece el “Plano general de la Ciudad de México / levantado por el Teniente Coronel de Dragones Don Diego García Conde en el año de 1793, y grabado el de 1807, por orden de la misma nobilísima ciudad” en la magnífica y colorida versión que resguarda The Bancroft Library, de la University of California, en Berkeley. El plano permite entender las dimensiones de la ciudad a principio del siglo XVIII, y en el Cuartel 1º, me he permitido marcar con una estrella el sitio en que hacia 1760 don Adrián edificaría su casa.
Ampliando la parte central de aquella imagen, aparece abajo el cuartel 1º, donde en la esquina de las calles de La Canoa (Nº20) y Manrique (Nº21) he señalado también con una estrella el sitio en que don Adrián edificó la nueva casa para su segunda esposa -María Antonia Azorín- y poco tiempo después una residencia para la hija primogénita; en el plano, la letra “N” sobre Canoa, marca el “Recogimiento” de la “Casa del Salvador” edificación que aún existe -ahora como Donceles Nº39-.
Ese Hospital del Divino Salvador fue durante cientos de años un hospital para mujeres dementes; terminado por los jesuitas en 1700, el edificio funcionó como hospital hasta 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados de Nueva España. Hoy el edificio – ampliamente intervenido en el S.XIX luego de la expulsión de las Hermanas de la Caridad y restaurado en el S. XX– es sede de los archivos de la Secretaría de Salud Federal.
Aquella fachada y sus patios nos pueden dar una idea de la imagen de aquella ciudad que hacia las calles se comenzaba a vestir de chiluca y tezontle desde el inicio del siglo XVIII. Nos cuenta Alejandro Mangino que:
…en las grandes casonas y palacios de nobles, mineros y hacendados, así como autoridades eclesiásticas, estas construcciones palaciegas fueron erigidas usualmente durante el siglo XVIII. Comprendían un zaguán, portería, caballerizas y aposentos de criados en la planta baja o intermedia, inclusive algunas con locales comerciales de renta a la calle; su planta alta, que circundaba el patio principal usualmente dotado de una fuente bebedero, tenía generosos corredores decorados con macetas y plantas que conducían a los aposentos. El salón principal, el comedor, el cuarto de recibo y demás habitaciones concluían con un baño cercano al segundo patio para los menesteres, que siempre coincidía con una zahúrda en planta baja. Sus escaleras, como en todas las edificaciones barrocas, fueron fundamentales, pues el espectáculo de llegada y partida en carruajes igualmente barrocos era algo típico.
No debe sorprendernos que la residencia Ximénez-Azorín siguiera precisamente esos lineamientos, edificada la casa principal hacia el norte, con sus dos patios, seguida en 1769 por la casa sur, también con dos patios de menores dimensiones; aunque ambas casas forman claro conjunto –y en fachada es poco evidente la separación–, las moradas se mantendrían separadas en sus funciones, a no ser por una única puerta que permitía la interconexión.
En la foto de arriba, parte de la fachada hacia la calle de Canoa (ahora Donceles), en que se pueden distinguir los accesos a los comercios en la planta baja y la clara aparición de la ventana para un “tapanco” como parte de la distribución de “Taza y plato” de aquellas accesorias. Abajo y como referencia, aparece una planta baja del edificio, con las características generales de las dos casas y con la distribución que conservan actualmente.
Es claro que la casa norte presenta una mucho mayor superficie –prácticamente el doble– y sería la primera en construirse por 1760, aunque por desgracia, se ignora al encargado del diseño y edificación. Por años se ha especulado respecto al constructor, señalándose reiteradamente a don Francisco Guerrero y Torres, a Lorenzo Rodríguez –en opinión del Marqués de San Francisco y don Luis Romero de Terreros– o a Agustín Durán, aunque no hay soporte documental para atribución alguna, a pesar de resguardarse en archivo un importante acopio referente a la historia de la propia casa.
Guerrero o Durán es sin duda una atribución lógica, que proviene de similitudes en la extraordinaria destreza del diseño y habilidad en la talla, que comparte con uno de los palacios más emblemáticos de nuestra ciudad: el palacio iniciado en 1770 sobre la calle de San Francisco, destinado a María Ana de Berrio y su esposo Pedro Moncada, marqués de Villafonte; levantado según el diseño del arquitecto Francisco Guerrero y Torres sería terminado por el arquitecto Agustín Durán que tomó las riendas de la obra en 1779. El magnífico edificio que ahora conocemos como “Palacio de Cultura Citibanamex” –o Palacio de Iturbide–, sería terminado por 1785 con todos los elementos que asociamos a esa arquitectura civil del siglo XVIII y sus palacios forrados de tezontle...
Arriba, una comparación del trabajo de talla en los marcos y puertas en las portadas de Moncada (1785, izquierda) y Ximénez (1760, derecha).
Otras obras relevantes del período, y que aún se pueden admirar en la ciudad de México son la casa de los condes de Santiago de Calimaya (ahora Museo de la Ciudad de México) terminado en 1779 (Ver) , así como el Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso, obra también encomendada al arquitecto Francisco Antonio Guerrero y Torres que comenzó a edificarse en diciembre de 1769 y se terminó mayo de 1772.
Para crear contexto, habría también que recordar las magníficas casas de conde de San Bartolomé de Xala, construida en 1764 sobre la antigua calle de Capuchinas, así como la de los condes de Selva Nevada, diseñada en 1772 en la calle De la Cadena, así como la magnífica casa de la Marquesa de Selva Nevada (luego “Hotel Mancera”) también en la calle De la Cadena y/o 2ªCalle de Capuchinas, ahora Venustiano Carranza Nº49 (Ver).
Aunque claro está que la edificación que más relación tiene con la casa que nos ocupa, es la que edificó don Pedro Romero de Terreros –Conde de Regla– para doña María Antonia Trebuesto y Dávalos en la calle de San Felipe, edificada también hacia 1768 (Ver) para una fortuna creada en torno a la plata...
Lo sorprendente de todos los ejemplos que he referido, es que no solo son todos posteriores a la casa Ximénez-Azorín (casa de Manrique y Canoa), sino que todos están asociados a algún título nobiliario, cosa que se vuelve relevante al dar contexto a la importancia de la casa edificada por el simple comerciante Adrián Ximénez de Almendral, aún a pesar del cargo como “Veedor del Arte de Platería” y sus distinciones como Alférez y Capitán de la compañía de granaderos.
Arriba, una recreación de la fachada del palacio del conde de Regla en la calle de San Felipe; abajo la portada de la casa Ximénez-Azorín frente a la calle de Manrique, con una toma que quisiera conferir la experiencia barroca del entrar…
Nos cuenta Alejandro Mangino, citando al arquitecto Ricardo Parado –que intervino en la restauración del inmueble– que:
La portada principal es por sí sola una obra maestra de arquitectura ornamental; adosada a la fachada de tezontle, está formada por un zaguán o portón en un cuerpo inferior y por un balcón en el cuerpo superior. Con un eje de composición en simetría, la portada parece que se eleva por sí sola partiendo de sus basamentos. Las jambas de la puerta y balcón están formadas por dos pilastras que en planta se remeten en tres planos, formando al frente un tablero que en su parte central ostenta en riquísima talla una decoración fitomórfa, delimitada por una molturación que desemboca en el segundo remitiendo del tablero en una más rica ornamentación en que se entrelazan hojas y frutillas, a las que confina una moldura compuesta por un cordel y filete que va formando alternadamente semicírculos y rectas. Las pilastras se prolongan hasta antes del cornisamento principal donde rematan en sus respectivos capiteles, entre los que se extiende el dintel de la puerta; sobre él se descuelga a manera de guardamalleta, una extraordinaria ornamentación que, continuando con los mismos elementos vegetales, envuelve a dos pequeñas figuras humanas de muy buena talla, que flanquean a la clave del dintel en la que destaca un animal mítico, –parte humana, parte felino– entre hojas. Este dintel por sí solo es una extraordinaria pieza de talla y su ejecución es tan delicada que parece como si sobre la piedra se hubiese descolgado una pieza de brocado de fina ejecución.
Esa clave a que se refiere la descripción de Parado, no es otra cosa que un símbolo de renacimiento y resurrección en la tradición cristiana; es además popular símbolo pagano y el “Greenman” de la tradición sajona, que sumado a la vorágine simbólica en la talla de la cornisa y balcón central, se transforma en exceso sensorial para el visitante que se permite mirar hacia arriba…
Arriba, ese espléndido mirador central repite los motivos ornamentales del acceso en la parte baja y asombra con la fantasía en las formas y perfección en el tallado, donde además resalta la excepcional baranda de bronce con sus perfectos (38) balaustres; se dice que el barandal fue traído de Filipinas, y está fabricado con una aleación de cobre y oro llamado “Tumbaga”, cosa que es seguramente una hermosa leyenda…
En la parte más alta, más allá de la segunda exaltada cornisa –que pareciera desafiar la gravedad–, balaustres y botaguas rematan la composición, de la que Escobosa anota son “…del estilo típico mexicano del barroco, de ornato afiligranado y magnífico, que adorna la fachada coronada de gárgolas y canales, donde se esmeró el cincel de canteros”.
Tanto en el dintel de aquella puerta –a manera de clave– como bajo los botaguas, una serie de juveniles Atlas ‒a manera de herma‒ soportan cornisa y caños de gárgolas; el motivo ornamental se repetirá luego innumerables veces, destacando los que aparecen en la casa del marqués del Jaral de Berrio (rematando la inusual “Loggia” del tercer piso) o los del patio del convento de San Agustín en Querétaro, aunque los más sorprendentes son los de la casa de campo del VI Conde del Valle de Orizaba, mejor conocida como “Mascarones” (Ver).
En la casa de Manrique y Canoa, la imaginería además de recrear “en riquísima talla una decoración fitomórfa” las exuberancias del barroco, traslada elementos de la escultura religiosa a la portada civil: la simple inspección del marco de la puerta de entrada revela al arranque de las jambas un par de Querubines (cada uno de los espíritus celestes que forman la primera jerarquía y su segundo coro, junto con los serafines y los tronos, contemplando directamente a Dios y cantando su gloria) cantando la gloria, tal y como lo hacen las imágenes de la tradición religiosa poblana (imágenes de arriba).
Retomando lo que nos cuenta Magdalena Escobosa de Rangel en las conclusiones a su texto:
“Por la elegante fantasía de sus formas, por la perfección en el tallado y ornamentación de la piedra y por la armonía que presenta el conjunto de este palacio, podemos afirmar que solamente Lorenzo Rodríguez pudo haber sido el creador de esta obra de arte de la arquitectura civil; se conjugaron dos hechos históricos para lograrlo: la época de oro del barroco y un hombre de buen gusto y riqueza.”
En la parte más alta, balaustres y botaguas rematan la composición, de la que bien nos indicó Escobosa, son “…del estilo típico mexicano del barroco, de ornato afiligranado y magnífico, que adorna la fachada coronada de gárgolas y canales, donde se esmeró el cincel de canteros”.
Y por su parte, sigue el arquitecto Ricardo Parado:
En esta portada un elemento muy importante, por su valor intrínseco como por rareza, lo constituye la puerta misma: con una talla de primera calidad, con todos sus tableros ornamentados por clavos y chapetones de bronce, principalmente los del centro, que parecen de manufactura oriental; que cada uno de ellos es por sí mismo una pequeña muestra de escultura.
Pero no es solo la portada y la armonía compositiva de las fachadas lo que hace que Magdalena Escobosa llame a esta casa una “obra de arte de la arquitectura civil”; el elemento más sorprendente se descubre en el ángulo nororiente de este “Palacio de Manrique y Canoa”, donde además de estar rica y profusamente decorada la arista misma, emerge de entre retorcidas floraciones (rocallas) la figura de un curioso niño –una lozana figura a manera de canéfora en la esquina– que porta un canasto con frutas y posa sobre un león...
A decir de Escobosa: “Si todo lo antes descrito es tan digno de alabanza, lo más notable, sin duda, en toda la decoración de esta fachada con relieves en piedra, lo es la esquina … donde emerge la figura de un niño o ángel, que descansa un pie sobre la cabeza de un león y sostiene graciosamente con el brazo derecho una cesta llena de frutas, símbolo de la abundancia. Esta pieza escultórica única en su género es por sí sola un especial motivo de sobrada admiración como un ejemplo de la morbidez de los ángeles barrocos, en los cuales se descubren las claras influencias del renacimiento italiano y español.”
Los putti (plural de putto en italiano: niño) son motivos ornamentales consistentes en figuras de niños, frecuentemente desnudos y ocasionalmente alados, también conocidos como erotes.
Arriba y de Domenico Campagnola (Ca. 1500-1564) aparece “Quattro putti portano un cesto di frutta” -papel y tinta- que pertenece a “The Morgan Library and Museum”. Abajo y de Peter Paul Rubens (1577–1640), “Die Früchtegirlande” -la guirnalda de frutas- (Ca. 1617, con Frans Snyders y Jan Wildens) que se conserva en la Alte Pinakothek de Munich; Rubens representó a sus hijos como amorcillos, mientras que Snyders ejecutó la guirnalda de frutas a la manera de una naturaleza muerta y Wildens agregó la pintura de paisaje del fondo. Este motivo barroco de la pintura flamenca del siglo XVII es una de las representaciones más famosas de putti en la historia del arte y en buena medida da contexto al niño de nuestro edificio...
El motivo alegórico de la guirnalda y frutas simbolizaba, al igual que la cornucopia, la felicidad y la abundancia de la vida. Se sustenta en los símbolos de fertilidad de la mitología griega y romana, adoptados profusamente en la pintura del Renacimiento italiano, en famosos representantes como Andrea Mantegna (con buen ejemplo en el óculo central de la Camera picta de Mantua), cuya obra Rubens había estudiado en Italia. Los angelitos, cupidos o amorcillos –o putti– con sus cuerpos desnudos y regordetes se corresponden con las redondeadas frutas y dan al cuadro un sorprendente dinamismo barroco que también encontramos en la casa Ximénez-Azorín.
Abajo, un fragmento del dibujo con la “Fachada abatida” que en 1940 preparó el Instituto Nacional de Antropología e Historia como parte del levantamiento de la “Casa del conde de Heras y Soto”, en que he colocado una imagen de nuestro niño y su canasta.
En la esquina de la casa de Manrique y Canoa emerge entonces nuestro niño de entre retorcidas floraciones que Toussaint identifica “como tapices, que se extienden con marcado gusto francés” por la rocallas que los aderezan; “Rocalla” es una decoración disimétrica verosímilmente inspirada en el arte chino, que recuerda los contornos de conchas y retoños vegetales, y caracteriza una modalidad del estilo dominante durante el reinado de Luis XV de Francia, iniciando por 1710 (“le style Rocaille” que devendría en Rococo) y que se popularizó en arquitectura, cerámica y moblaje.
Como ejemplo de esos motivos ornamentales, aparecen abajo dos láminas de “Livre d’Echantillons -ornements de style Rocaille-” en grabados de Gabriel Huquier según Alexis Peyrotte, Seconde partie de divers ornements..., que se publicaron en París entre 1750 y 1760.
Aunque estoy cierto que para don Adrián Ximénez de Almendral mejor podría explicar la intención de esos “tapices” un magnífico Atril -porta misal- de plata que se conserva en la Iglesia de la Real Colegiata de San Sebastián de Antequera. La estupenda pieza (sin firmar) –con relieve central del martirio de Santa Eufemia–, muestra un inspirado juego decorativo “rocaille”; ejecutado en plata repujada y cincelada, todo brillante, tiene patas en “S” rematadas con quimeras fundidas.
Así, en la esquina de Manrique y Canoa, esos “tapices que se extienden con marcado gusto francés” muestran claramente el traslado de los motivos ornamentales de la platería a la arquitectura, en un ejercicio que debió ser extraordinariamente grato para un exitoso platero que así conseguía mostrar al mundo su industria.
Abajo, un detalle de esa talla en la esquina oriente de la casa de don Adrián Ximénez de Almendral, con sus contornos de conchas y retoños vegetales; aunque algunas piedras y talla han sido repuestas –durante la restauración de 1972 y 1990– tanto color como cincelado son los que adornan al edificio desde 1760.
Y así, de ese fondo o tapiz “rocaille” emerge nuestro putto, un infante que pareciera estar ligado a la felicidad y la abundancia de la vida, todo gracias a sostener una canasta sobre la cabeza, postura que además nos hace recordar a los telamones de engalanan tanto el dintel de la ventana principal con su magnífico balcón, así como que soportan los bota-aguas, sumando 18 en ambas fachadas.
Arriba, el balcón central de la casa con sus telamones. Abajo, a la izquierda, la representación de Telamón –a manera de soporte arquitectónico como si de una columna se tratara–, ésta en el Palacio de Justicia del Condado de Wayne (Ohio, EEUU); a la derecha, un grabado italiano del S. XVII “Putto con cesto di frutta” que fácilmente podría ser referencia para la talla de la esquina de Manrique y Canoa; la imagen presenta una típica ilustración relacionada con la abundancia y en este caso, resulta relevante el notar la dinámica postura –casi en “contrapposto” (oponer, equilibrar)–, que se refiere a la particular actitud de la figura humana en que las partes se sitúan en contraposición armónica para lograr equilibrio en el movimiento…
En lo que a mediados del S. XVIII fuera la periferia de la ciudad de México y edificada a partir de 1766, la que debía ser alquería de don José Diego Hurtado de Mendoza, Peredo y Vivero ‒VI conde del Valle de Orizaba‒ encontramos otro ejemplo de barroco diseño en ocho estípites que dan ritmo a la composición de la fachada sur, sobresaliendo seis Telamones ‒o jóvenes Atlantes– que con ampulosa vestimenta “a la romana” sostienen gárgolas ornamentadas –caños que sobresalen para retirar el agua de lluvia y tirarla lejos de la fachada– en un diseño que se atribuye a don Ildefonso de Iniesta Bejarano y Durán...
Arriba, el estípite de la esquina Suroeste de la “Casa de los Mascarones” y sosteniendo el Telamón sobre la cabeza, un caño para el desagüe a la manera en que nuestra lozana figura –a manera de canéfora– viste la esquina de Chile y Donceles, sosteniendo una canasta con frutas (Ver).
El joven “atlante” es parte de aquella tradición de figuras de hombres que suelen esculpirse para sostener cornisas, se llaman como el Titán Atlas –atlantes– que los latinos llamaban telamones, y son el equivalente femenino de las cariátides; así, desde 1766 y con sus Telamones en fachada, había comenzado la edificación de un sorprendente ejemplo de la arquitectura residencial barroca Novohispana, en la Calzada de San Cosme, como casa de campo de don José Diego Hurtado de Mendoza –VI conde del Valle de Orizaba‒ seguramente sabiendo ya de la esquina de Manrique y Canoa...
En la antigua Grecia, una doncella que en algunas fiestas de Hera, Artemisa y Dionisio llevaba en la cabeza un canastillo con ofrendas y otros objetos rituales –como un cuchillo de sacrificio– era conocida como “Canéfora” (del griego κανηφόρος, portadora de canasto). La palabra nos viene en realidad del latín, con la forma de canephõros, y el vocablo griego κανηφόρος (“kanephóros”), palabra masculina o femenina, que significa “quien lleva un cesto”…
Puttos, Telamones o Kanephóros parecen ser adjetivos que se aplican a la figura de nuestro peculiar niño en la esquina de Manrique y Canoa; así, además de felicidad, la canasta con frutas nos habla de abundancia, y habría que agregar otro elemento a la iconografía, que se completa con el pedestal, a manera de un león agazapado en una ménsula, que sosegadamente sostiene a nuestro niño y su canasto…
El curioso felino de ensortijada melena aparece agazapado sobre una repisa que sobresale en la esquina de entre los tapices de rocallas –aunque no parece listo a atacar– mostrando afiladas garras adelante y sosteniendo un par de roleos sobre los que descansan los pies de nuestro Kanephóros. ¿Será un “Estilóforo”?
Estilóforo es un componente arquitectónico que consiste en una escultura en forma de león que hace de base a una columna. El término deriva del griego στῦλος (columna') y φορός ('portador') y significa «portador de columnas». A veces, por extensión se emplea para designar la escultura de algún otro animal y muy rara vez, de un personaje mitológico.
La primera inquietud: ¿Es un León? Imaginen ustedes la dificultad de labrar la figura de un león, animal nunca visto y creada con las descripciones y escasas imágenes que generalmente procedían de la tradición medieval; como ejemplo, aparece abajo uno de los magníficos leones que custodian la escalera de la casa de los condes de Santiago de Calimaya, ahora Museo de la Ciudad de México (Ver https://grandescasasdemexico.blogspot.com/2023/03/la-casa-de-los-condes-de-santiago-de.html )
En un evidente gesto barroco, nuestro león –el de la esquina de Manrique y Canoa– aparece surgiendo apenas de entre los tapices de rocallas, como ya dije, sobre una repisa que sobresale en la esquina y está trabajada en piedra rosada de Querétaro.
Los leones que sostienen columnas son comunes en la arquitectura románica, no sólo en los púlpitos sino también en los pórticos de los templos en Italia, Francia y España. De hecho, en la iconografía medieval, el león era un símbolo de Fortaleza y, por tanto, un guardián y protector del espacio sagrado, con una función apotropaica (un mecanismo mágico de defensa sobrenatural).
Así, el “Estilóforo” –león que sostiene a nuestro Canéforo– lo resguarda, protege y protege así la abundancia y felicidad que surge de su canasto de frutas, que emergen de entre los tapices de rocallas, claro símbolo de la industria de don Adrián Ximénez de Almendral...
Arriba, dos tomas de nuestro león protector en la esquina de Manrique y Canoa, estilóforo de innegable abolengo medieval que podría rastrearse fácilmente a las esculturas que custodian los accesos a las catedrales de Módena o Fidenza, el bautisterio de Ferrara o el prótiro del duomo de Cremona. Abajo, uno de los Estilóforos del pórtico/acceso a San Zeno Maggiore –Basílica de San Zenón– en Verona, sitio en que según la tradición se casaron –en la cripta– Romeo y Julieta. El magnífico felino –probablemente ejecutado en el S. XII– realizado en mármol rosado, es claro precursor de nuestro esilóforo en Manrique y Canoa.
Además, ese felino bajo un putto, podría estar ligado también a la idea –tan popular durante el renacimiento europeo y el barroco novohispano– de OMNIA VINCIT AMOR. La frase “El amor todo lo vence” (latín: Omnia vincit Amor, o en ocasiones amor vincit omnia) es una referencia al verso 69 de la Égloga X: "omnia vincit Amor; et nos cedamus Amori", de “Las Bucólicas”, una serie de poemas de ambiente pastoril del poeta romano Virgilio.
“El amor todo lo vence” (OMNIA VINCIT AMOR), es una clásica insignia que usualmente viene acompañada de la leyenda: "He visto a alguien que puede dominar a un feroz león. He contemplado a aquel que puede domar los Corazones. Es el Amor".
Arriba, y parte de la colección del British museum: fragmento de un grabado de Jacques de Gheyn II –lámina 5– de la serie “Théâtre d'amour” Ca. 1600. Como complemento, abajo, de Augustin Pajou (Francés, 1730 - 1809) “Putto sobre un león”, Terracotta, firmada en 1779, que se subastó en 2019. Ambas imágenes representan a “Amor que todo lo vence”, que no a Eros –que suele representarse como un joven despreocupado y bello, coronado de flores– que él representa el amor pasional y erótico…
¿Será entonces que don Adrián Ximénez nos revela desde 1760, en la esquina de Manrique y Canoa, que la felicidad y abundancia se conquistan a través del amor?
Cualquiera que fuera la interpretación –y la intención original– la esquina del inmueble edificado desde 1760 muestra una esquina que sorprendió y encantó a muchos y desde entonces ha engalanado el cruce de las calles que ahora llamamos República de Chile y Donceles.
Arriba, una fotografía en “Fachada abatida”, con el tapiz de rocallas de entre las que surge nuestro canéforo portando el amplio canasto de frutas, de pie sobre un león que lo sostiene y protege. Abajo, la esquina...
Pero volvamos a la calle de Manrique, para ingresar a la casa y visitar sus patios, habitaciones y dependencias; muy a la manera de las casonas y palacios del período, ésta incorpora tras la portada principal un zaguán y portería que permitía pasar al primer patio. Ya hemos indicado que esa portada principal es por sí sola una obra maestra de arquitectura ornamental y que la puerta misma –por su valor como rareza del S. XVIII–, es magnífico ejemplo por la talla de primera calidad y tableros ornamentados por clavos, molduras y chapetones de bronce.
En aquellos grandes batientes también se descubren postigos –palabra que proviene del vocablo latino postīcum, y se utiliza para aludir a una puerta falsa, una puerta secundaria o una puerta pequeña que forma parte de otra más grande– que permitían el “paso a pie”, sin la necesidad de abatir las grandes hojas de la puerta grande.
Al abrirse aquellas grandes hojas –o uno de los pasos que las abrevian–, pasamos al zaguán, de hecho un vestíbulo heredado de la tradición española que lo tomó de la tradición árabe –zaguán que en el árabe hispánico se llamaba istawan y este del árabe أسطوانة (usṭuwānah), "pilar"– y que permite mantener abierta la puerta para ventilar el patio sin permitir pasar al patio mismo, del que está protegido por una reja abatible...
Puede ser importante aclarar que en México, la palabra zaguán designa frecuentemente solo el portón o puerta grande que da acceso a un edificio desde la calle, aunque aquí –en uso muy sevillano– el zaguán se convierte en un elemento esencial en la casa-patio, donde el acceso principal desde la calle se tamiza gracias a este zaguán antes de acceder al patio columnado, en que se hallan espacios principales de carácter público, así como la escalera, que lleva a las habitaciones y espacios privados en la parte alta.
Así, el zaguán resulta en magnífica transición del bullicio de la calle al sosiego del patio, y además clara muestra del sistema constructivo que en el S.XVIII se usaba para las grandes residencias en la Nueva España. Mirar hacia arriba, permite no solo descubrir una gualdra (viga de madera de grandes dimensiones) que salva el claro de la puerta misma, sino admirar las vigas y correas que sostenían el terrado del piso alto; es importante aclarar que esa colocación actual es una recreación de la original, ya que luego del grave deterioro estructural que sufrió el edificio, se reestructuró con lozas de concreto armado que ahora sostienen el entrepiso.
Entre zaguán y patio, hay una magnífica reja de factura decimonónica –que seguramente sustituyó una más antigua–, que abierta al visitante permite paso al patio principal de la casa.
Ese espacio abierto al cielo está rodeado en tres partes por galería sostenida por columnas y arcos diversos que arriba se duplica con los pasillos de la Planta Noble; en el costado que mira al sur, un gran muro perforado de puertas y ventanas limita la platea. Al fondo, y haciendo par con la escalera, un arco permite el paso hacia el segundo patio y sus secciones de servicio.
Aunque la casa Ximénez-Azorín no tiene el patio más amplio de las grandes casas que del período perduran en la ciudad, sí es de los patios más antiguos y modelo para las grandes residencias nobles que le seguirían; en la imagen de abajo, aparece la vista de los arcos hacia el zaguán y las puertas abiertas hacia la calle que fuera homenaje a don Álvaro Manrique de Zúñiga y ahora lo es a la República de Chile, calle en que también habitaron don Pedro de Arrieta -el insigne arquitecto-, don José Ibarra -reconocido pintor-, y tiempo después la afamada Marquesa de Prado Alegre, casada con don Norberto García Menocal.
Es indudable la herencia sevillana de ese patio, tradición que allá llaman andaluza y fusión arquitectónica del mundo romano y musulmán, en un espacio común en la arquitectura popular de toda la cuenca del Mediterráneo y que se generalizó en la capital de la Nueva España.
En el piso bajo, ese patio da paso a diversas dependencias, pero hacia el poniente permite dirigirse a la amplia escalera en su primer tendido o llevar carruaje y caballos hacia el segundo patio, zona de servicio con caballerizas y aposentos de criados en la planta baja o intermedia, que además recibía la zahúrda de la que nos habló ya Alejandro Mangino.
En la casa Ximénez-Azorín ese segundo patio de la casa principal conserva el singular pasillo perimetral creado en el S.XVIII, con su pasaje alto sostenido en tres lados por grandes ménsulas con canes y soportes en triángulo, que dan al conjunto un sorprendente aspecto que se establece entre ligereza y fragilidad.
Además de acoger caballerizas, cochera y aposentos para cochero y mozo de cuadra en la parte baja, daba ventilación -en el entresuelo- a diversas habitaciones de servicio y arriba a cocina y comedor, además de paso a la escalera de servicio.
Aquel segundo patio debió ser un mundo de ruidos y tufillos, donde la actividad nunca concluía, espacio donde llevar ropa de un lado a otro, donde desplumar guajolotes, donde de tender y limpiar -caballerizas y zahurda-, lugar donde preparar banquetes y alimentar sueños…
Volviendo al patio principal, encontramos al suroeste la gran escalera que lleva al piso alto o “Planta Noble” –en su concepción renacentista–; con un descanso que permite pasar al entresuelo y alguna de las habitaciones reservada para el administrador, la gran escalinata se desarrolla pausada para ascender suavemente a los espacios reservados como vivienda para la familia.
En la casa Ximénez-Azorín, esa escalera es uno de los contados ejemplos que sobreviven en nuestra ciudad, y tiene similitudes con la magnífica escalera de la casa de los condes de San Bartolomé de Xala en la antigua calle de Capuchinas –cuyo diseño de Lorenzo Rodríguez aún conserva sus azulejos en peraltes y rodapié–, así como con la fastuosa escalera de la casa de la V condesa del Valle de Orizaba frente a San Agustín y sobre la entonces calle de Plateros –a cargo del arquitecto Diego Durán Berruecos–, casa que ahora conocemos como “Sanborns de los Azulejos” con acceso por la calle de Madero.
El acceso a la rampa está enmarcado por un arco de medio punto y sus pilastras correspondientes, a la manera avalada desde el S.XVI por Iacomo da Vignola en su “Regola delli cinque ordini d’archittetura” y retomado por Fray Lorenzo de San Nicolás en 1664 en su “Arte y Uso de Architectura”.
Este simple guiño permite asegurar que no es desatinado el pensar en que el artífice que diseñó el edificio por 1760, fuera un arquitecto de la talla de don Lorenzo Rodríguez, que adquirió el título de Maestro del gremio de arquitectos –de la Nueva España– en 1740 luego de su trabajo en Granada y Sevilla, donde debió conocer la obra de Jerónimo de Balbás, así como el texto de Juan Caramuel: “Architectura civil recta, y oblicua” con sus once órdenes arquitectónicos, incluido el paraninfo y el atlante…
Ya arriba, resaltaban entre las habitaciones principales las marcadas como “Salón del dosel” y “Salón de estrado” en los espacios que miran al oriente y la calle de Manrique, el segundo justo sobre el acceso principal y el zahuán, con su ventana a la calle enmarcada de magnífico trabajo de cantera y aderezado el balcón el ese notable barandal formado por balaustres de bronce -tumbago- que se describió líneas atrás.
Abajo aparece un levantamiento de ese segundo piso -o planta noble- marcado como la parte principal de la “Casa del Conde de Heras y Soto”, plano que forma parte del archivo que ahora se conserva en el propio edificio. Cuando el edificio se construyó para don Adrián Ximénez de Almendral, ese “Salón del dosel” no pudo existir, ya que solo los títulos de Castilla tenían el privilegio de colocar el retrato del monarca reinante con un sitial a manera de trono bajo un dosel –un mueble que a cierta altura cubre o resguarda un sitial–.
Hacia el norte y marcadas como “Cámara” debieron agruparse las distintas habitaciones privadas de la familia, ligadas hacia el poniente con el comedor y antecomedor, que además de estar ligados a la cocina y esclera de servicio, ventilaban hacia el segundo patio; en el comedor se marca un amplio tragaluz, que debe ser una adición del S.XIX. Lo que si debió existir tal y como se marca en el plano, es la pequeña capilla familiar u “Oratorio”, justo al lado del “Salón del Estrado” y ligado directamente con el pasillo abierto al patio.
Corría el año de 1769 cuando la sociedad criolla y rica de la época –repuesta ya de aquel evento en que la Compañía de Jesús fue expulsada de España a principios de 1767– se preparaba a celebrar la boda de María Manuela Ximénez de Almendral y Azorín –que apenas llegaba a los 17 años– con el “Secretario del Secreto del Santo Oficio de la Inquisición de este Reino” –empleado de más alto rango luego del Fiscal–, el culto y apuesto caballero don Juan Nicolás Abad.
En el acta de matrimonio se indica:
“Siendo el 28 de octubre del año del Señor de1769 habiendo precedido las amonestaciones y dispensado la tercera, el S. Provisor y Vicario General de este Arzobispado con licencia del S.D. Nuño Núñez de Villavicencio, cura más antiguo de esta Srta. Iglesia, Yo, el D.D. Luis de Torres Canónigo de la dicha iglesia estando en la calle de Manrique casa propia de D. Adrián Ximénez de Almendral donde hize la última moción conciliar de que no resultó impedimento, cassé por palabras de presente que hicieron legítimo y verdadero matrimonio a don Juan Nicolás Abad… con doña María Manuela Ximénez”.
Así, queda claro que en la casa había un oratorio o capilla, costumbre frecuente en las residencias señoriales, aunque además se nos da la fecha en que para el joven matrimonio se edificó el “Palacio anexo” a la casa de Manrique y Canoa, sitio donde albergar a don Juan Nicolás y doña María Manuela, en un edificio que se integró perfectamente al original, aunque manteniendo su independencia.
Arriba el patio principal de aquel “Palacio Anexo” que serviría de residencia al matrimonio Abad-Ximénez desde 1769, y que aún conserva buena parte de la apariencia que presentaba en el S.XVIII. Abajo, la fachada del conjunto, donde a la extrema izquierda se distinguen los accesos a la casa Abad, sin que pareciera haber diferencia entre las dos construcciones.
El nuevo yerno –al que don Adrián llamaría hijo– parece haber sido una persona altamente respetada por la sociedad de su época y cumplía con el certificado de “Limpieza de sangre” que su puesto en el Santo Oficio exigía. Tal y como lo indicó don Edmundo O’Gorman: “Ser empleado de la Inquisición, aunque solo fuera portero, tenía alto valor social y constituía un verdadero timbre de gloria”.
De las notas de don Andrés Delgado Camargo -Notario- podemos deducir que Juan Nicolás Abad era respetado y amado por sus familiares con el título de “querido hermano” y se hizo merecedor de la confianza y afecto de su suegro don Adrián que en su testamento de 1773 lo nombra “hijo y yerno, albacea general de todos mis bienes conjuntamente con doña Antonia Azorín”, crianza a la que don Juan Nicolás correspondió con el cuidado de su suegro, refiriéndose en correspondencia como “padre anciano y enfermo”.
Para enero de 1779 se daba fe ante notario, el que don Juan Nicolás Abad se hacía cargo “del manejo de caudal y negocios” de su suegro el Capitán D. Adrián Ximénez; al poco tiempo en el “Libro de defunciones” –Nº24 de 1779 p.39, del Archivo Parroquial del Sagrario– se lee:
“Siendo los veintitrés días del mes de abril del año del Señor de 1779 habiendo recibido los Santos Sacramentos, murió don Adrián Ximénez de Almendral en su casa de las calles de Manrique y Canoa, dándosele sepultura en la Iglesia de S.S. José y Oratorio de N. Padre Phelipe Neri”.
Por esas fechas, el hermano menor de Juan Nicolás, Capitán de Tenientes José Nicolás Abad llegó a la Ciudad de México y comenzó a frecuentar la casa de Manrique y Canoa, ganándose pronto el aprecio y confianza de la joven viuda, por lo que para 1780 trabajaba ya como cajero y administrador en un cajón de mercancías en el Portal de Mercaderes; en tres años –dirigiendo perspicazmente el negocio– aumentó el capital de la compañía formada por doña Antonia Azorín para administrar la cuantiosa herencia del difunto Adrián Ximénez…
Nos dice Magdalena Escobosa de Rangel:
Era la viuda Antonia aún hermosa y joven, y tenía a su cargo la dirección y formación de sus tres hijos varones Cayetano (que siguió la vocación del sacerdocio desde 1775), Adrián y José Ignacio Ximénez Azorín, por lo cual –¡buena falta que le hacía!– el apoyo de un varón que hiciera cabeza de aquella recién desprotegida familia. Era además usual en la época, que las damas criollas prefirieran como esposos a los recién llegados de la Península… para con ello preservar el “Testimonio de pureza de sangre”.
El 15 de agosto de 1782, en la cercana iglesia del Sagrario anexo a Catedral, se celebraron las solemnes nupcias de Antonia de Azorín y el apuesto Capitán de Tenientes José Nicolás Abad.
“La felicidad y abundancia se conquistan a través del amor”
En 1786 don Juan Nicolás Abad dejó su cargo en el Tribunal de la Fe–quedándose con el título de “Secretario jubilado…”– mismo año en que murió prematuramente doña María Manuela Ximénez a los 33 años, dejándole a cargo de sus dos hijos Joseph Manuel (n.1771) y Miguel María (n.1775)
Apenas un par de años después, el día 17 de febrero de 1788, en su casa grande de Manrique –luego de una penosa enfermedad, “en forma tranquila y cristiana”–, pasó a mejor vida, doña Antonia Azorín y fue sepultada al lado de su primer esposo en el Oratorio de San Felipe Neri. Don José Nicolás Abad quedó como guía y cabeza de los tres hermanos Ximénez Azorín…
Aunque la tradición indicaba que los hijos conservarían aquella casa por generaciones, las circunstancias cambiarían el designio y la casa solariega se empezaría a repartir entre los herederos, hasta llegar a rematarse ya dividida en dos partes.
Resulta irrelevante describir el revés que sufrió la fortuna de los fiduciarios, pero sabemos que para julio de 1828 se remataron las dos casas, entregándose la casa principal –de la esquina con Canoa y Nº4 de Manrique– al señor José Miguel Septién –minero de Guanajuato– por 6,000.oo pesos, mientras que la casa contigua –con el Nº5 de Manrique– se entregó al señor coronel Antonio Alonso Terán por 3,000.oo pesos.
La gran revolución criolla había iniciado en 1810 y dejaba atrás la época de oro del S.XVIII en que se creó la casa de Manrique y Canoa, edificio que desde la última década había sido encomendado a los hermanos Abad, mientras que los hijos -luego de viajar extensamente- no volvieron a habitar la casa.
“Palacio del conde de Heras y Soto”
Nos cuenta Magdalena Escobosa de Rangel en la página 106 de su libro:
Pero, recordemos que la historia del Palacio de Manrique y la Canoa nos trajo hasta hechos tan cruciales por una razón importantísima: el mencionado Palacio se empezó a conocer desde mediados del siglo XIX y hasta nuestros días, como el de los Condes de Heras y Soto, y al hablar de esta familia de la nobleza criolla, nuestra interrogante ha sido ¿vivió y nació don Manuel de Heras y Soto en esta casa? Después de interesantes investigaciones se ha llegado a la conclusión una vez más, de que no solo no vivió, ni siquiera construyó y aún se puede poner en duda el hecho de que hubiera conocido o frecuentado dicho Palacio. … la familia de don Sebastián de Heras y su esposa doña Mariana Daudeville tienen su residencia en la calle de Capuchinas N18.
La “Dirección de monumentos coloniales y de la República” hizo magnífico trabajo durante el S.XX, aunque ocasionalmente, por sobre la investigación, ganó el entusiasmo…
Y continúa Escobosa en la página 115 de su libro:
En las muchas vueltas que da el destino, la familia Fagoaga iba a estar ligada por lazos matrimoniales con los futuros dueños de aquel magnífico palacio, y serían quienes por sus antepasados le darían el nombre con el que hoy se conoce de “Heras y Soto”…
Pero retomando el periplo, la propiedad de la casa grande pasó entonces a la familia Septién-Riaño que adquirió el inmueble en remate de los hermanos Abad, en tanto que la casa anexa se vendió a don Antonio Alonso.
El 10 de abril de 1833 don José Miguel Septién pagó la hipoteca que pesaba sobre la casa y luego del desembolso principal quedo como propietario de la gran casa con el Nº4 de la calle Manrique, mientras que don Antonio Alonso de Terán quedaba a cargo del Nº5 de aquella misma calle.
Para fin de 1833 se tiene noticia de que los cuatro miembros de la familia Septién –don José Miguel Septién Arce y de Iriarte, su esposa Rosa de Riaño y Saint Maxent, así como sus dos hijos: Victoria y Pío Septién y Riaño– habitaban ya el Palacio de Manrique y Canoa, sitio en que hicieron diversas mejoras durante los casi veinte años en que ahí residieron, tiempo en el que ahí mismo se celebró el matrimonio de Victoria con Honorato de Riaño, en la misma capilla en que en 1769 habían casado María Manuela Ximénez y Juan Nicolás Abad…
Es seguramente de este período que nos llega la magnífica reja que se colocó entre zaguán y patio, además de los cierros en parte alta de las escaleras, complementados por el barandal que sustituyó la vieja baranda del S.XVIII. Además, también en ese período, doña Rosa de Septién transformó el añoso comedor, agregando un lucernario que hacía resplandecer el recinto, así como la plata que engalanaba su mesa.
Para 1852 la propiedad sería vendida a quienes cambiarían dos veces el nombre a la casa, dándole el impulso y renombre que ni el propio Adrián Ximénez había logrado: don Tomás López Pimentel Bravo Rincón Gallardo y Gándara con su esposa doña Mariana de Heras Soto y Rivaherrera, hija ella del segundo conde Manuel de Heras y Soto y Daudeville y de Ana de Rivaherrera y Vivanco; la pareja que procreó cinco hijos que llegaron a adultos –“Los Pimenteles”–, había residido en la villa de Aguascalientes y pasó luego a la hacienda de San José Queréndaro -cercano a Morelia- antes de llegar a la ciudad de México y adquirir la casa de Manrique y Canoa.
Arriba, detalle del retrato de doña Mariana de Heras Soto y Rivaherrera -sin fecha- Oleo sobre tela de Pelegrín Clavé.
El 24 de enero de 1852 se ejecutó esa compraventa por parte del administrador general de la hacienda de San José Queréndaro, en Michoacán, Tomás López Pimentel a los hermanos Pío y Victoria Septién y Saint Maxent, en la cantidad de 46,000.oo pesos. Al poco tiempo, la casa de Manrique y Canoa sería conocida como “Casa de los Pimenteles”…
“Fue don Francisco Pimentel y Heras, el ilustre filólogo, escritor acucioso y crítico literario, hijo de honorable familia, hidalga por su cuna y más hidalga aún por su intachable rectitud y moralidad", a decir de don Francisco Sosa; nacido en Aguascalientes, recibió el título de -último- conde de Heras y Soto por cesión que le hizo su tío don Sebastián en el año de 1865”; además don Francisco fue regidor y secretario del Ayuntamiento de México, y durante el Segundo Imperio Mexicano fue prefecto político, aunque renunció a su cargo…
Don Francisco escribió los capítulos "Texcoco", "Michoacán" y "Toltecas" para el “Diccionario universal de historia y geografía -sobre la República mexicana-” (publicado en 1855) con Lafragua, Alamán, Orozco y Berra, Sierra y otros, y fue además amigo cercano de don Joaquín García Icazbalceta, casado con su hermana Filomena Pimentel y Heras, nieta también del conde de Heras; ambos -Pimentel y García- miembros fundadores de la Academia Mexicana de la Lengua y mientras don Francisco residía en la casa grande, don Joaquín vivió en el “Palacio anexo” con su esposa Filomena Pimentel y Heras.
Al paso del tiempo, la casa donde habitara Tomás López Pimentel con su hijo Francisco pasó a ser propiedad de Concepción Pimentel de Mier y Celis, pero la “Casa de los Pimenteles” era ya conocida como “Casa de Heras y Soto”, aún luego de que pasó a la propiedad de su hija, Mariana Mier y Pimentel.
Concepción Pimentel y Heras -de 22 años- había casado en abril de 1865 con Manuel de Mier y Celis-de 29 años-, el menor de los hermanos herederos de una de las fortunas más sólidas y abundantes de su tiempo; hermano de don Antonio Mier y Celis, el esposo de Isabel Pesado de la Llave, sería fundador de uno de los primeros bancos mexicanos -en el magnífico Palacio de San Mateo de Valparaíso- y propietario de una majestuosa casa en Tacubaya (Ver).
Apenas cuatro años luego del matrimonio, el 30 de noviembre de 1869, murió en Tacubaya don Manuel de Mier y Celis dejando joven y viuda a Concepción Pimentel con dos hijos pequeños; además, heredera de una enorme riqueza que venía acumulada de su suegro e incluía propiedades varias, ranchos, hipotecas, títulos de deuda, joyas y hasta depósitos en capital fuera de México.
El 28 de diciembre de ese mismo año, don Antonio Mier y Celis -albacea de su hermano- compró a nombre de su hermana política -Concepción Pimentel viuda de Mier- la casa de número 4 de la calle de Manrique, incorporándola a las propiedades de la familia Mier hasta bien entrado el S.XX.
Así, el interés de la familia Mier por preservar el pasado histórico de México y el apego por la casa de Manrique y Canoa permitió conservarla y mantenerla en magníficas condiciones por los siguientes cuarenta años, responsabilidad que recayó en la heredera universal María de la Luz Trinidad Concepción Guadalupe de Jesús María y José Antonio Evarista Flavia Mier y Celis Pimentel, conocida simplemente como “Marianita”…
Ya a punto de ser presidente de México el general Porfirio Díaz, Mariana de Mier y Pimentel contrajo matrimonio en París –el 9 de julio de 1884– con Eustaquio Escandón y Barrón, hijo de don Antonio Escandón y Catalina Barrón Añorga, en un matrimonio muy bien visto en lo social y lo económico (Ver). Veinte años después, cuando en 1906 murió su madre -Concepción Pimentel, a los 63 años- a “Marianita” le fue adjudicada la casa en la calle de Manrique, pero falleció cuatro años después y sin herederos, en París el 1º de enero de 1910.
Don Eustaquio Escandón y Barrón, cumpliendo los expresos deseos de su esposa de legar la mitad de su fortuna a obras de beneficencia creó la “Fundación Mariana Mier” y en el inventario del capital de la fundación se incluyeron las casas de Canoa Nº12 (antigua residencia de don Manuel Mier) y la casa de Manrique Nº4, con un avalúo de 203,150.oo pesos.
La histórica casa que se conocía como “Casa de los condes de Heras y Soto” en esa calle de Manrique Nº4 –que resultaría en República de Chile Nº8– fue rentada desde 1911 al Servicio Express de la Wells Fargo y Cía., luego “Express Constitucionalista”, que pasó después a los Ferrocarriles Nacionales de México como “Bodega del Express” desde 1933.
Para entonces, el acabado de tezontle en la fachada de esa casa Nº4 (edificada desde 1760) se había aplanado y encalado, mientras que el “Palacio anexo” de 1769 conservaba el acabado original. Por más de treinta años siguió la casa rentada como “Oficina del Express” al cargo de doña Consuelo Cacho, periodo durante el que la casa sufrió deterioro estructural -por sobrecarga de la estructura- además de algunas alteraciones con letreros y tapiales diversos.
Ya desde julio de 1931, la casa fue declarada “Monumento histórico”, en oficio firmado por J.M. Puig Casauranc y para 1955, la Comisión correspondiente ratificó esa designación. Por varios años y desde ese 1931 la “Beneficencia Privada Mariana Mier” ofreció en venta la casa a la SEP, Comisión de Monumentos Coloniales, e incluso a la Academia Mexicana de la Lengua como su sede –la Academia terminó comprando la casa de Donceles Nº66, apenas a unos metros–, pero ninguna fructificó.
En febrero de 1972, el inmueble fue adquirido por el Departamento de Distrito Federal y para octubre de 1974 inició la urgente restauración de la casa que contaba ya 212 años de edificada…
La restauración estuvo a cargo de la Dirección de Obras Públicas, encargando al arquitecto Sergio Zaldivar Guerra la conclusión de las labores que se extendieron por varios años e incluyeron el edificio adjunto erigido en 1769. Para 1978 la Dirección General de Obras Públicas del D.D.F prosiguió con las obras, encargando al ingeniero Samuel Ruiz los trabajos de reestructuración para recibir el Archivo.
Se ranuraron los viejos muros de mampostería y enmarcaron con elementos de concreto en columnas, trabes y contratrabes, creándose nuevas lozas -de concreto armado- que permitieran estabilizar el conjunto; marcos de puertas y ventanas fueron reforzados mediante cerramientos ocultos, al igual que se fortalecieron columnas y arcos.
Al interior, se conservaron todos los elementos estructurales que se lograron rescatar, sujetando las vigas a las nuevas lozas de concreto que sustituyeron los terrados de la edificación original y que habían sido ampliamente alterados.
Varias crujías de la planta baja en el edificio principal se unificaron, para recibir el acervo del “Archivo Histórico del Distrito Federal -Carlos de Sigüenza y Góngora-” –ahora Archivo Histórico de la Ciudad de México– que se inauguró a inicio de siglo XXI; además, en la casa anexa se albergó la Fundación del Centro Histórico.
El Archivo resguarda documentos de diversas administraciones municipales de la ciudad, con legajos que se remontan al distante 1524; además conserva parte de los documentos rescatados luego de un incendio en el edificio del Ayuntamiento durante el motín de 1692. El archivo conserva también numerosos mapas y planos históricos, y aloja un centro de imágenes, carteles e ilustraciones, además de una biblioteca con volúmenes de registros varios que van desde 1696 hasta el 2007.
Como complemento, en el zaguán de la casa se exhibe un fragmento -la cara- de la escultura que corona el Monumento a la Independencia de México; la escultura original –una Victoria Alada (o “Libertad”)– es obra original de Enrique Alciati, fundida en Florencia en julio de 1909, e instalada en lo alto del monumento en 1910; durante el sismo de la madrugada del 28 de julio de 1957, la Victoria Alada –que todos conocen como “El Ángel”– calló hacia el Sur –hacia la avenida Florencia– y sufrió graves daños que se comenzaron a reparar de inmediato, en el taller de José Fernández Urbina, en la calle de Concepción Béistegui número 403, de la colonia del Valle.
Se consideró la posibilidad de remplazar la escultura por completo, pero se decidió en soldar e injertar nuevas piezas en las zonas más dañadas y salvo la cabeza, que Fernández rehízo casi por completo, el resto de la escultura se remendó, trabajó, repujó y doró hasta que pudo ser colocada en su sitio al año siguiente.
En el “Palacio de Heras y Soto”, recibe a los visitantes el curvado semblante de aquella victoria alada, creado en Florencia por julio de 1909 según diseño de Enrique Alciati. Es una invitación para el viandante, que no puede evitar el asombro ante la enorme talla de un rostro que en el monumento pareciera pequeño…
La casa de don Adrián Ximenez de Almendral y doña María Antonia Azorín es magnífico ejemplo de la arquitectura residencial del S.XVIII en la capital de la Nueva España. Visitar el recinto no puede menos que entusiasmar al convidado que se permita imaginar la manera en que esos espacios eran habitados hace poco más de doscientos sesenta años.
Abajo, una imagen del espacio que ahora ocupa el director del archivo, habitación que en el plano histórico está marcado como “Salón del Estrado”, con la puerta al patio central a la derecha y la puerta al balcón central a la izquierda.
Este Blog se hace gracias al apoyo incondicional de Julieta Fierro; está dedicado a las “Grandes casas de México” y pretende rescatar fotografías e historia de algunas de las residencias que al paso del tiempo casi se han olvidado y de las que existe poca información publicada. El objeto es la divulgación, por lo que se han omitido citas y notas; si alguien desea más información, haga el favor de contactarme e indicar el dato que requiere. A menos que se indique lo contrario, las imágenes provienen de mi archivo, que incorpora imágenes originales recopiladas al paso del tiempo, así como el repertorio de mi padre y parte del archivo de don Francisco Diez Barroso y sus imágenes de Kahlo; en general, he editado las fotografías a fin de lograr ilustrar mejor el texto. Si se utilizan las imágenes, favor de indicar la fuente –aunque advierto que pueden tener registro de autor–.
Conforme haya más entradas (¡Ya hay más de ciento cincuenta!), aparecerán en el índice de la parte superior derecha de esta página…
También se puede encontrar un índice general en: http://grandescasasdemexico.blogspot.mx/2016/02/indice-de-grandes-casas-de-mexico.html