martes, 7 de enero de 2020

“Mascarones”, la casa de campo del VI Conde del Valle de Orizaba.



Edificada a partir de 1766, pero interrumpida en 1771, la que debía ser alquería de don José Diego Hurtado de Mendoza, Peredo y Vivero ‒VI conde del Valle de Orizaba‒ se construyó sobre un bucólico terreno con poco más de 25,000 m² y amplio frente a la “Rivera de San Cosme” y al Templo de Cosme y Damián, calzada que –además de acompañar al acueducto que llevaba agua a la ciudad desde Chapultepec‒ comunicaba el lejano pueblo de Tacuba con la Capital del Virreinato.

El componente distintivo del barroco diseño son ocho estípites que dan ritmo a la composición de la fachada sur, sobresaliendo seis Telamones ‒jóvenes Atlantes– que con ampulosa vestimenta “a la romana” sostiene gárgolas ornamentadas –caños que sobresalen para retirar el agua de lluvia y tirarla lejos de la fachada...



A la muerte de don José Diego Hurtado la casa quedó abandonada y tuvo luego diversos propietarios hasta que fundaron ahí los Jesuitas ‒en 1897‒ el Instituto Científico de Méjico -San Francisco de Borja-, que daría pie a innumerables usos educativos hasta quedar en manos de la Universidad Nacional que le ha dado usos diversos.

El sitio es hoy irreconocible, pero por fortuna la edificación original y su patio se conservan casi íntegros, aunque el amplio terreno y sus jardines formales han sido incorporados a varias escuelas en la mancha urbana de la Colonia Santa María la Ribera.



La inmensa mayoría de las referencias a la historia de la casa, son transcripciones del texto “La Casa de los Mascarones” del Doctor Pedro Rojas, que en 1985 –de manera póstuma‒ publicara la Universidad Nacional Autónoma de México, dentro de sus festejos por los cincuenta años del Instituto de Investigaciones Estéticas (1935-1985). Aunque buena parte de la información se repite, intentaré complementar algunos datos de aquella magnífica recopilación.



El VI conde del Valle de Orizaba ‒don José Diego Hurtado de Mendoza, Peredo y Vivero ‒ fue hijo de Joseph Javier Hurtado de Mendoza y Vidarte-Pardo de Lago, y doña Mariana Graciana Gutiérrez de Altamirano Castilla (de Velasco Peredo y Vivero), V condesa del Valle de Orizaba; doña Mariana es recordada por haber remodelado la desvencijada casa propiedad de la familia en la Calle del Puente de San Francisco, al lado de la Plaza Guardiola y de la vieja casa de la familia Escandón, morada que por más señas se conoce simplemente como la “Casa de los Azulejos”.


Arriba, en una fotografía de Guillermo Kahlo, aparece en 1912 la casa del condado del Valle de Orizaba, que ya para entonces albergaba el Jockey Club y pertenecía a don Francisco Yturbe, casa que arrendada en 1918 sería sede de la popular tienda de Frank Sanborn y sus hijos, inaugurada en octubre de 1919…

Abajo, las armas de los condes del Valle de Orizaba ‒usadas así a partir del VI conde‒; nótese que traen unidas las armas del Mayorazgo de Suárez de Peredo, las de los Hurtado de Mendoza, así como las de los Vivero e incorpora el lema de la familia Suárez de Peralta que desde el S. XVI indica:
“Sola su virtud le ofende, fuerza ajena ni le toca ni le prende”




Volvamos a la V condesa del Valle de Orizaba ‒doña Mariana Graciana Gutiérrez de Altamirano Castilla‒, que recibiera casa y título de manera un tanto tortuosa:

Poseedor de amplias propiedades en Puebla y Veracruz, el III conde del Valle de Orizaba –D. Nicolás Diego de Vivero y Suárez de Peredo‒ había recibido como parte de la dote de su matrimonio con doña Juana Urrutia de Vergara y Bastida Bonilla “…unas casas compradas en remate a la Real Audiencia, que se encontraban desde hacía años en pleito… en la calle de San Francisco frente al convento”.

Nos cuenta Carla Zarebska que
“…las dichas casas estaban en muy mal estado, pero que el tercer conde decidió invertir una fuerte cantidad de dinero para remodelarlas… abriendo dos grandes entradas: una que daba a la calle de San Francisco frente al convento del mismo nombre, y la del callejón frente a la plazuela de Guardiola, que hoy se llama callejón de la Condesa y antes Dolores y que va hasta Tacuba”.


El matrimonio de don Nicolás y doña Juana quedó sin sucesión, por lo que luego de un largo pleito el título pasó al primogénito de la hermana mayor del II conde –Doña María de Vivero y Suárez de Peredo‒ litigio en que se reconoció la legitimidad de don Nicolás Suárez de Peredo dentro de la familia Vivero, y recuperó así el mayorazgo; Nicolás era hijo natural de doña María con Nicolás de Velasco Altamirano y Cervantes, capitán de la Guardia y hermano del conde de Santiago de Calimaya, entonces regidor de la ciudad de México y cuya residencia se levantaría a unos pasos de las casas de los condes del valle de Orizaba.

Así, desde 1697, don Nicolás Diego de Velasco Peredo y Vivero se convirtió en el cuarto conde del Valle Orizaba y en el proceso recuperó no solo el título sino también grandes posesiones en el propio Valle de Orizaba, propiedades que incluían además la casa del Mayorazgo que la Compañía de Jesús había comprado a doña Juana Urrutia de Vergara y Bonilla Bastida, viuda de Diego de Vivero.



Como complemento, nos cuenta además Carla Zarebska que:
En 1674, Nicolás casó con una mujer de gran alcurnia, que se dice era descendiente de Hernán Cortés: Isabel Francisca de Zaldívar y Castilla. Tuvieron dos hijas, María Graciana y Nicolasa, sobreviviendo solo la primera.


Pasado el tiempo, doña María Graciana -de Vivero- Suárez de Peredo Velazco y Saldivar-Castilla –nacida en Tulancingo hacia 1683‒ casó en 1697 con don José Javier Hurtado de Mendoza Vidaurri –Caballero de Santiago‒ y a la muerte de su padre en 1702, se transformó en la V Condesa del Valle de Orizaba, eslabón clave en nuestro recuento.

El matrimonio estableció su residencia en la ciudad de México, en “…la casa principal del mayorazgo, que por haber estado tanto tiempo abandonada, amenazaba con venirse abajo”; así, engalanaron aquella residencia hasta convertirla –en palabras de Luis González Obregón- “…en un palacio tan azul como la sangre de sus moradores”.

Abajo, el remate de esquina de la casa de los condes del Valle de Orizaba, reedificación que corrió a cargo del maestro Diego Durán Berruecos y es magnífico ejemplo de la arquitectura residencial del barroco mexicano.



El matrimonio de los V condes procrearía primero a José Javier Hurtado de Mendoza y Suárez de Peredo (que se transformaría en el VI conde Valle de Orizaba y de quien trata ésta nota) que casó con Francisca Ignacia Villanueva Altamirano y luego con Josefa Malo de Villavicencio Castro (n. 1733); luego siguió el nacimiento de Isabel Jacinta Hurtado de Mendoza y Suárez de Peredo (n. ca 1700) casada en 1716 –en la capilla de la Casa de los Azulejos‒ con Teobaldo Fermín Gorráez-Beaumont Navarra-Luna (1692-1721) y luego con Gaspar Hurtado de Mendoza González de Ocampo; seguidos luego en sucesión de Nicolasa (casada con José Ozaeta-Oro), Graciana y finalmente José Fernando Hurtado de Mendoza y Suárez de Peredo (n. 1703).

Abajo, las armas del VI conde del Valle de Orizaba ‒específico del VI conde José Javier Hurtado de Mendoza y Suárez de Peredo‒ en una recuperación que forma parte del guardapolvo de azulejos en la casa del mayorazgo frente a San Francisco; nótese que como ya se indicó, incorpora el lema de la familia Suárez de Peralta y une las armas del Mayorazgo de Suárez de Peredo, las de los Hurtado de Mendoza, y las de los Vivero. Es además magnífico ejemplo de los trabajos de mayólica poblana con que se engalanó la casa…


Así, la casa frente a San Francisco, fue residencia palaciega de los condes y sitio en que crecieron los hijos y se efectuaron los matrimonios, incluyendo a José Javier Hurtado de Mendoza que a la muerte de su madre en 1739 ‒a la edad de 56 años‒ la recibiría como morada y asiento del título condal.



Entonces, desde 1739, don José Javier Hurtado de Mendoza y Suárez de Peredo -de Vivero- Vidaurri y Saldívar se transformó en VI conde del Valle de Orizaba otorgando el título de consorte a su primera esposa, doña Francisca de Villanueva y Altamirano de Hurtado de Mendoza; para 1751, el conde casó con Josefa María Mathiana Malo de Villavicencio y Castro (n. 1733) con quien procrearía a José Diego (Andrés Diego José Joaquin Manuel Mariano Pantaleon Ygnacio Domingo Maria de Guadalupe Vicente Luis Rafael Ynes) Suárez de Peredo Hurtado de Mendoza y Malo (1752-1816) VII conde del Valle de Orizaba, que casaría en 1769 con María Ignacia de Gorráez-Beaumont y Berrio.

Es en éste período que don José Javier Hurtado de Mendoza decide adquirir una pequeña finca de 30,000 varas cadradas en las afueras de la ciudad, a fin de edificar una residencia campestre digna del VI conde, y para solaz de la familia y amistades…



Desde el siglo XVI, la calzada a Tlacopan había tenido gran importancia, cosa que hizo advertir a los conquistadores su beneficio básico y estratégico. Era una vía muy ancha con acequia paralela, arbolada a ambos lados y por donde corría el doble conducto que llevaba agua desde Chapultepec hasta Tenochtitlan. Dada su eficacia, el camino fue rápidamente tomado en cuenta y en ordenanza del cabildo municipal considerada: “…una de las dos calzadas que deben conservarse, que unen a la isla con tierra firme con construcciones españolas hechas a contramuro”. Así, en 1528 se hicieron veinte donaciones a la calzada de Tacuba y treinta y seis al año siguiente, cosa que provocó la gradual unión de los solares mercedados a los colonos españoles, conformando así una calzada uniforme hasta llegar al pueblo de Tacuba y atravesando el barrio de San Cosme.



Como complemento, la fundación del barrio de San Cosme se remonta a 1524, cuando Cortés dispuso los terrenos para huertas y tierras de labranza que se entregarían a los conquistadores con parcelas limitadas frente a la cazada. Para 1540 Fray Juan de Zumarraga fundó ahí un hospital para indígenas forasteros y una ermita que no lograron persistir, pero para 1581 cuando llegó a México una misión de Franciscanos descalzos, el virrey conde de la Coruña y el arzobispo Pedro Moya de Contreras les entregaron aquel hospital abandonado cuarenta años atrás. Para 1593, cuando se funda el convento de San Diego y los franciscanos descalzos se trasladan ahí, los Franciscanos observantes solicitan el hospital y la ermita como ayuda de parroquia, que en 1662 se convirtió en casa de recogimiento bajo la advocación de nuestra señora de la consolación y en 1672 se colocó la primera piedra de la iglesia actual, dedicada a los santos Cosme y Damián, sitio en que para 1734 sería sepultado el virrey Juan Vázquez de Acuña, Marqués de Casa fuerte quien asistía regularmente a misa.

Es justamente frente a ese templo, que el VI conde del Valle de Orizaba adquirió un solar de treinta mil varas, con amplio frente que miraba a la calzada donde para entonces ya pasaba el acueducto elevado que luego de haber torcido en la fuente de La Tlaxpana y frente a la garita de San Cosme, llevaba el agua a la fuente de la Mariscala, atrás del convento de “Santa Ysabel” luego de pasar a un costado de “La Alameda” y frente a los templos de San Juan de Dios y la Santa Veracruz.


Arriba, “Vista de México desde el conbento de San Cosme” litografía coloreada a mano impresa por Currier & Ives -Nueva York- fechada en 1847, tomada desde la parte alta del templo mirando hacia el oriente y la Ciudad; a la izquierda, aparecen los arcos del acueducto y a la extrema izquierda, la esquina de los terrenos del Conde del Valle de Orizaba.

Abajo, la magnífica litografía coloreada de Casimiro Castro “La fuente de la Tlaxpana y Calzada de San Cosme” del Álbum “México y sus alrededores” publicado por Decaen –Portal del Coliseo Viejo‒ en su edición de 1864. A la izquierda, la “Fuente de los músicos” y al fondo el tapial del panteón de San Cosme (luego Panteón Inglés y Americano); la litografía me resulta de especial interés porque retrata aquella calzada a Tacuba a mediados del S. XIX, con jinetes mirando la fuente, ganado camino al rastro, cargadores llevando mercancías, una procesión fúnebre camino al cementerio y dos diligencias, saliendo de la Ciudad…


Construida hacia 1738 como parte del acueducto de Santa Fe, la “Fuente de los músicos” se ubicaba donde torcía el Acueducto que traía agua desde Chapultepec por la Calzada de la Veronica hasta la Ciudad (hoy el sitio está sobre la Av. Ribera de San Cosme, entre las calles Virginia Fábregas y Joaquín Velazquez de León, justo frente al “Edificio San Cosme O’Campo”).

El ornato de la fuente era de tradición barroca –compuesta muy a la manera de la “Fuente del órgano” de la Villa d’Este‒; el ático con la adarga de la Ciudad de México –de exuberantes águila, serpiente y nopalera‒ custodiado por ángeles trompetistas, remataba una composición de dos cuerpos y tres calles, donde el nicho central era ocupado por una magnífica violagambista manipulando su "viola de pierna" sobre el escudo de “La Muy Noble y Muy Leal”. Los cuerpos laterales ceñidos por atlantes ‒figuras de hombres que suelen ponerse para sostener cornisas que los latinos llaman telamones y donde el equivalente femenino son las cariátides‒ presentaban otros nichos más pequeños con violinista y laudista, así como cartelas alusivas a la construcción.

Abajo, el magnífico dibujo de Manuel Cayetano Rodríguez (Maestro Examinado) con la “Fuente de los músicos”.


Hacia principios del siglo XIX se comenzaron a remplazar los caños de barro del acueducto por otros de metal fundido colocados bajo tierra ‒que permitían mayor presión de entrega‒ por lo que el acueducto quedó inservible y hacia 1866 comenzó la demolición, aunque la fuente de la Tlaxpana se atesoró por algunos años…


Lamentablemente, para 1899 la fuente fue finalmente destruida, sin seguir la suerte de la entregada en 1779 por Ignacio Castera y que sí se conserva como “Fuente del Salto del Agua” (Ver).


Es precisamente en ese contexto, donde la calzada recibía el nombre de Ribera de San Cosme –por pasar frente al templo‒, apenas a quinientos metros de la fuente de la Tlaxpana y la garita, y frente al acueducto de La Verónica, que don José Javier Hurtado de Mendoza decidió edificar la nueva residencia campestre…


Arriba, en el fragmento central del “Plano Topográfico del Distrito de México”, levantado en 1857 por la Comisión del Valle y que forma parte del acervo de la Mapoteca Orozco y Berra, he señalado el perímetro exterior de las alquerías que desde 1765 había adquirido el VI conde del Valle de Orizaba frente a San Cosme, y que aún 90 años después, seguían siendo periféricas a la que había sido capital de la Nueva España. Abajo, una recreación del diseño para la fachada principal, que se comenzó a edificar en 1766.



Desgraciadamente, no se conserva el dato certero de quién fue el experto que diseñó y construyó la casa de campo para el VI conde, todo un maestro versado en estilo de su época y la tradición edilicia del condado de Orizaba. Por la similitud con algunas otras obras, varios historiadores del arte mexicano la atribuyen a don Ildefonso de Iniesta Bejarano y Durán (1716-1781) ‒que por entonces trabajaba en la remodelación del edificio de la Universidad‒, aunque otros quisieran atribuir el diseño a don Diego Durán Berruecos, que por entonces terminaba el templo de Santa Prisca y había remodelado la casa familiar frente a San Francisco.


En todo caso, nos cuenta el doctor Ricardo Prado Núñez que:
“La envolvente de esta fachada sería un rectángulo alargado dividido simétricamente a partir del portón de entrada, donde estaría el eje virtual de la composición. Consta de tres balcones a cada uno de sus lados, que destacan en un paramento almohadillado, enmarcados por pilastras con estípites. En la parte inferior del rectángulo corre un zócalo, y en la superior un cornisamento sobre el que se desplanta un pretil interrumpido por resaltos que corresponden al eje de cada pilastra. El marco de la puerta está cerrado con un arco rebajado, con trazo de molduración mixtilínea que intercala curvas que cambian de sentido después de ser interrumpidas por ángulos rectos.”


Arriba, una imagen del acceso a la casa; abajo, el detalle de la orbnamentación del dintel en uno de los balcones.



Y sigue el doctor Prado Núñez:
“Los balcones exquisitamente enmarcados, se desplantan de repisas que se triangulan hacia abajo en distintos planos, creando una estilizada guardamalleta. El vano de la ventana está enmarcado en su perímetro por un almohadillado más pequeño y una moldura que lo bordea hasta llegar al dintel del balcón, adornado en su centro por un mascarón fantástico. Las seis pilastras que dividen la fachada tienen un pedestal en forma de prisma ornamentado, sobre el que apoya lo que es el estípite adornado con veneras, roleos y follaje, sobre el que se desplanta la figura de un atlante que, con ambos brazos y cabeza, sostiene un capitel corintio de donde emerge el caño de una gárgola.”



Sería erróneo pensar que esas figuras tenantes son excepcionales en la arquitectura virreinal, y aunque frecuentemente pasan desapercibidas, se usaron repetidamente en las portadas de las residencias de la nobleza; básteme dar un par de ejemplos que aún se conservan en la Ciudad de México…

Primero, en la casa de los condes de Heras y Soto, número 8 de la actual calle dedicada a la República de Chile esquina con la Calle de los Donceles (antes calles de Manrique y la Canoa) y que ahora alberga el Archivo Histórico del Distrito Federal; se edificó en 1760 ‒comúnmente atribuido el diseño al arquitecto Lorenzo Rodríguez‒ y conserva magníficos barandales de hierro en los balcones y la profusa decoración ‒reputada en la época‒, que incluye una lozana figura a manera de canéfora en la esquina –enmarcada en asombrosa hojarasca rococó y erguida sobre un curioso león melenudo, casi medieval‒, así como juveniles Atlas ‒a manera de herma‒ que soportan cornisa y caños de gárgolas.




Otro ejemplo que generalmente pasa inadvertido es el de los atlantes de la casa del conde de San Mateo de Valparaíso y marqués del Jaral de Berrio, palacio construido entre 1779 y 1785, edificado según el diseño del arquitecto Francisco Guerrero y Torres con motivo de la boda de Mariana de Berrío y de la Campa-Cos ‒II Marquesa de Jaral del Berrio‒, y Pietro de Moncada de Aragón y Branciforte ‒I Marqués de Villafont‒. Rematando la inusual “Loggia” del tercer piso, los Telamones soportan cornisa y caños de gárgolas, que he marcado en el detalle de una magnífica fotografía de Guillermo Kahlo.


Así, las figuras de hombres que suelen esculpirse para sostener cornisas, se llaman como el Titán Atlas –atlantes– que los latinos llamaban telamones, y son el equivalente femenino de las cariátides. Según Vitruvio, el origen de estos soportes apunta al mito de Atlante a quien se representa sosteniendo el cielo, por haber sido el primero que instruyó a los hombres en el curso de los astros; pintores y estatuarios le adoptaron en sus obras porque le suponían sostenía el cielo con la espalda. Por su parte, Telamón (en griego antiguo Τελαμών) fue un juvenil héroe de la mitología griega, hijo de Éaco; Áyax Telamonio fue famoso guerrero y cargador, que en la propia Ilíada recupera el cuerpo de Patroclo llevándolo sobre sus hombros para presentarlo ante Aquiles…


Aquí –y por sus Atlantes/Telamones‒, una mención especial merece el patio del convento de San Agustín en Querétaro ‒terminado en 1745‒ con sus cornisas ondulantes sostenidas por bustos de juveniles Atlas ‒a manera de herma‒ que soportan cornisa y portan caños en la boca para escupir la lluvia. El célebre grabado de la ABNC en el billete de veinte pesos, mostrando el “Palacio del Gobierno Federal –Querétaro‒” resultará memorable para algunos.

Como complemento al recuento de columnas antropomorfas y para enfatizar su persistencia, abajo una imagen del Pórtico de los Telamones en San Petersburgo, construido entre 1841 y 1842 siguiendo el diseño del arquitecto alemán Leo von Klenze, como acceso al edificio del Новый Эрмитаж (Nuevo Hermitage), 5 de las 10 sorprendentes esculturas en granito pulido Serdobol, ejecutadas por Aleksandr Ivanovich Terebenev…




Así, desde 1766 y con sus Telamones en fachada, había comenzado la edificación de un sorprendente ejemplo de la arquitectura residencial barroca Novohispana, en la Calzada de San Cosme, como casa de campo de don José Diego Hurtado de Mendoza –VI conde del Valle de Orizaba‒.

Abajo, la placa de barro vidriado que la Dirección de Monumentos Coloniales y de la República colocó en la fachada del edificio en 1954.



Ya desde 1921, nos decía don Francisco Díez Barroso en “El Arte en Nueva España” refiriéndose a “las edificaciones coloniales neoplaterescas”:
Las construcciones civiles de éste carácter fueron de número reducido; la casa llamada “casa de los mascarones” en la ciudad de Méjico, sin duda es el mejor ejemplar de esta clase de construcciones. Consta de un solo piso y su fachada presenta res grandes ventanas a cada uno de los lados de la puerta, de modo que ésta ocupa el centro, cosa poco común en las casas coloniales. El motivo central, constituido por la portada principal, desgraciadamente no está terminado. Las ventanas están encuadradas con marcos de fina talla en piedra y separadas las unas de las otras por grandes pilastras cubiertas también de talla en piedra que soportan unas figuras que a manera de cariátides sostienen las ricas gárgolas ricamente decoradas, así como el entablamento. Estas pilastras constituyen el principal motivo decorativo, limitando dos de ellas la fachada en ambos extremos.

Además, acompañaba su texto con tres magníficas imágenes, entre las que sobresale la del estípite de la esquina Sur-poniente, imagen captada por el propio Diez Barroso en 1919, donde la base bulbosa del estípite se hace evidente.



Nos dice el doctor Rojas que:
La portada a la calle es de tal manera impresionante, que más allá de haber hecho famosa a la casa, ha procurado admiración y cuidado para ella sola… Sin precedentes ni consecuentes en el mundo, la fachada aparece como un paramento de sillares almohadillados, divididos periódicamente por pilastras y delimitado en sentido horizontal por un zócalo y una cornisa. Las siete entrecalles alojan a los isométricos balcones y la centrada puerta. Toda ella está regida por una exigente geometría de rectángulo apaisado, dividido en siete rectángulos verticales donde aparecen con perfecta distribución los huecos de balcones y puerta.



Es interesante notar en las viejas fotografías, que frente a la fachada aún pasaba el canal de abastecimiento, que traspuesto por puentes, permitía acceso a la casa. Evidentemente las imágenes son muy posteriores a la edificación inicial, y difícilmente permiten imaginar el aparato barroco que rodeaba el ritual de esa casa de campo, o el aspecto de sus moradores.

Es posible entender la lejanía en que se edificó la casa gracias a un óleo sobre tela –abajo– que resguarda el Museo Nacional de Historia “Planta y descripción de la muy Noble e Imperial Ciudad de México”; en la poco común perspectiva a ojo de pájaro mirando de Este a Oeste, la ciudad aparece abajo a la izquierda y se distinguen en la parte alta los acueductos de Chapultepec y Santa Fe, que convergen hacia la loma de Chapultepec. En la parte de arriba y derecha del óleo, aparece el camino que en lejanía lleva al pueblo de Tacuba, luego de pasar por el Templo de San Cosme (37), el hospicio de Santo Tomás (43), el templo de San Antonio (38) y la capilla de San Jacinto (42); con un círculo, he marcado el sitio en que se edificó la casa del VI conde del Valle de Orizaba.



Romero de Terreros cita un texto del Padre Vetancourt que en 1698 corrobora la trascendencia de estos dos espacios, constantes en las haciendas mexicanas: “Todo lo más de la comarca, en cinco leguas en contorno, está poblada de huertas, jardines y olivares, con casas de campo que los ricos de la Ciudad han edificado para su recreo”, auténticos paraísos “... con invenciones de agua que entretienen”, arroyos y florestas.

Estas “casas de placer” se multiplicaron en el siglo XVIII, como reflejo del refinamiento de costumbres traído de Europa. Las villas suburbanas de San Ángel, como la del capitán Martínez Aguirre con “pulidas huertas y amenos jardines”; o la del Conde de Xala, cuyo patio se adornaba con cerca de un centenar de macetas de Talavera de Puebla luciendo los azules y blancos entre claveles y naranjos; o el palacio que el arzobispo Vizarrón construyera en Tacubaya “con sus primorosos jardines, fuentes y arboledas de crecidas huertas” por las que gustaba pasear el primer conde de Revillagigedo o las surgidas en otros lugares cercanos a la capital. ¡Extraordinaria visión de una sociedad que hacía suyas las costumbres de lo que llamamos barroco!



Aunque seguramente cuelga en alguna colección, nunca he encontrado retrato del VI conde del Valle de Orizaba (ni de su madre, doña Mariana Graciana Gutiérrez de Altamirano Castilla, cuyo retrato siempre he pensado debería ser parte de la colección del Museo Soumaya), por lo que es difícil imaginar su apariencia o la de su esposa e hijos; para suplirlo, reproduzco abajo un retrato pintado en 1795 por José de Sáenz, donde aparecen doña Ramona Antonia Musitu Zalvide-Goitia (nacida en Escoriaza, Guipúzcoa) con sus hijas María Josefa y Ana Ramona; el gran lienzo (2m de alto) de la colección de Viviana Corcuera, se expuso en el año 2000 en el Museo de la Ciudad de México.


Casada en agosto 1788 con Nicolás Gorgonio Icazbalceta Herrarte, procreó a Ana Ramona Icazbalceta Musitu (casada en febrero 1809, en Jonacatepec ‒Morelos‒, con Eusebio García Monasterio 1771-1852) y María Josefa Blasa Magdalena Icazbalceta Musitu (casada en mayo 1815, en el Sagrario Metropolitano con Sebastián Hidalga Musitu, hermano mayor del arquitecto Lorenzo Hidalga que habitaría a unos pasos de la casa de don José Diego Hurtado de Mendoza, Peredo y Vivero Ver ); el lienzo –raro ejemplo de retrato civil‒ incluye el fastuoso atuendo de la dama e incorpora además la vista a un amplio jardín, que no distaría mucho de la idea del jardín formal de la casa de los mascarones…

Otra pista para imaginar en su contexto a los habitantes de aquella villa suburbana, es la pintura que mejor explica la galantería barroca del S.XVIII: “Sarao en un jardín”, un biombo de diez hojas, pitado cerca de 1785, y que fue donado por la familia Barbachano al Museo Nacional de Historia; se encuentra dentro de la sala que alberga los retratos de virreyes de la Nueva España ‒en el Castillo de Chapultepec‒, y es clave para entender lo que sucedería en una “Casa de placer” como Mascarones…



Finalmente y para complementar lo anterior: ¿Por qué salir de la ciudad?

Abajo, una vista Plaza Mayor de Méjico, tomada desde la azotea del Palacio de los Virreyes, creada por Antonio J. Prado cerca de 1769.


En el lienzo que cuelga dentro del Museo Nacional de Historia –Castillo de Chapultepec‒, pueden verse -a la derecha- la Catedral en proceso de construcción y la Real Acequia -a la izquierda-; en la poblada Plaza destaca -arriba- el edificio del Parián con sus crujías concéntricas, así como el carruaje del Virrey Francisco de Croix -abajo a la izquierda- rodeado por una muchedumbre…

Es entonces comprensible que el VI conde del Valle de Orizaba imaginara escapar a una “casa de placer”, eco de la Casa de los Azulejos en la calle de San Francisco, pero alejada del bullicio de la capital virreinal.



Más allá de las fachadas, el conjunto debió ser sorprendente, y una litografía firmada por Joseph Decaen en 1873 permite imaginar el conjunto con la “casa de campo” hacia el poniente de un extenso terreno con frente a la Calzada de San Cosme, con la fachada principal paralela a la acequia -de la que estuvo separada por un camino para viandantes-; un puente de mampostería daba acceso a carruajes al patio cuadrado –con jardín‒ que se complementaba con otro -muy amplio- hacia el oriente, arreglado con andadores que llevaban a la fuente central. Atrás de casa y jardín habría un vergel con árboles frutales, senderos y en el eje principal, un amplio camino con estanque que seguramente se decoraría con cercos vegetales y esculturas.


Nos dice el doctor Ricardo Prado Núñez que:
“Probablemente al frente, se encontraban los grandes salones de reunión, y en las crujías posteriores que bordean y rematan el patio, las antesalas y antecámaras, además de dormitorios, escritorio y biblioteca, el comedor y los comedores de gala con su correspondiente cocina y vajillero. En el ala adosada en el lado oriente, hacia el jardín acuartelado con la fuente central, existían quizá locales planeados como alojamientos temporales para parientes o visitantes distinguidos, y en las crujías que daban a la huerta, los servicios, baños y letrinas, junto a las habitaciones del servicio doméstico y bodegas segregadas de la colindancia con la huerta. Desde luego, como ya hemos mencionado, esta descripción es sólo una hipótesis y puede tener muchas diferenciaciones.”




Los planes cambiaron, y tal como nos cuenta don Artemio de Valle-Arizpe en “Por la vieja Calzada de Tlacopan” publicado en 1937, lo que sucedió luego a la casa de campo del Conde de Orizaba sería impredecible:
“Gastó el prócer más de cien mil pesos sin lograr verla concluida. Aún están sin tallar muchas piedras de la fachada y de los zaguanes. Desde 1771 en que murió el fastuoso Conde, hasta 1822 quedó deshabitada, en un total abandono, por motivo del inacabable juicio sucesorio, al grado que se utilizó mucho tiempo para zahúrdas (cuartuchos) tan preciosa mansión. En esta última fecha, se sacó a remate y la hizo suya el doctor don Manuel Moreno y Jove, quien completó la construcción aunque siguiendo un plan diverso del primitivo con el que fue comenzada.”

En fachada, la víctima más evidente, el parapeto forrado de azulejos y remates con piedra y pináculos de talavera poblana…


Arriba, del "Álbum Fotográfico de México", en su "Edición económica", preparada por "María Guadalupe Suárez Editora y Propietaria": Casa Colonial. Y dice la NOTA:
Casa histórica que se encuentra en la actual Ribera de San Cosme No. 71. Tiene su inicio de construcción entre los años de 1766 y 71, como casa de campo para Don José Diego Hurtado de Mendoza conde del Valle. Vendida en subasta pública desde inicios del siglo XIX, sirvió de albergue a diversas instituciones de enseñanza.

Abajo, de Paul “Pablo” Fischer “Casa Barroca”, acuarela sobre papel de finales del S. XIX, que se presentó en la exposición “Viajeros Europeos del S. XIX en México”, por parte de Fomento Cultural Banamex en 1996.



Sus diversos propietarios continuaron la construcción por etapas con intervenciones y usos diversos, aunque están registradas varias operaciones de compra venta, la propiedad estuvo dedicada desde mediados del S. XIX a la enseñanza: según el Maestro Francisco de la Maza, en 1850 la ocupó el Colegio San Luis, y en 1871 el Colegio de Guadalupe, para quedar según indica Rojas, desde 1885 como Liceo Franco Mexicano a cargo de Narciso Gilbaut. Ya para 1893, la casa albergó al “Instituto Científico de Méjico - San Francisco de Borja”, organizado por los padres de la Compañía de Jesús, institución que permaneció ahí por más de veinte años.


En ese período el patio central fue intervenido y sustituidas la columnas de mampostería por esbeltos fustes metálicos, modificados los pasillos, alterada la estructura interior y ampliado el edificio para albergar a los estudiantes con dormitorios, baños y comedor. El jardín se conservó, y aunque se le hicieron algunas adecuaciones; en la fotografía de abajo aparece en condiciones muy similares a las que hubiera tenido en el S. XVII, con los arcos del sótano permitiendo el acceso franco, desde lo que deben haber sido salones de juego.


Aunque el patio principal se conservó ajardinado, la fuente central se sustituyó por una escultura representando al Sagrado Corazón, devoción extendida a través de los miembros de la Compañía, y los libros de los jesuitas Juan Croisset y José de Gallifet. Ese sitio está ampliamente documentado, por ser sitio predilecto para captar imágenes de los estudiantes de las diversas generaciones y equipos deportivos…




También del período en que la casa albergó al “Instituto Científico de Méjico”, existen imágenes de los salones de clase, acondicionados en las diversas habitaciones que a pesar de la amplitud, habían perdido ya todo rastro de alguna decoración original.



Espacios sorprendentes fueron comedor y teatro, edificados en 1895 sobre la zona del huerto empleando la novedosa estructura metálica que también apareció en los corredores del patio principal y ampliación al jardín.


Además, como parte del desarrollo del Instituto -en lo que había sido el jardín de la casa-, se edificó por la Compañía el nuevo y en su momento espectacular edificio de enseñanza (que ahora conocemos como la Escuela Secundaria Diurna No 4 "Moisés Sáenz”), que perdura hasta nuestros días en la esquina de Ribera de San Cosme y Jaime Torres Bodet.



En 1914 el conjunto del Instituto Científico de Méjico fue expropiado por Venustiano Carranza y "Mascarones" entregado a la Escuela Nacional de Maestras, que permaneció en el lugar hasta 1925, cuando en la casona fue instalada la Escuela de Verano de la Universidad, mientras que el edificio anexo se integró a los bienes de la SEP; después, además de utilizarla como sede de esos cursos, se aprovechó “Mascarones” como asiento de las facultades de Música y de Filosofía y Letras.



Hasta entonces, la situación jurídica de la casa seguía en litigio con los representantes del Instituto Científico, hasta que fue expropiada como causa de utilidad pública en 1940 por el presidente Lázaro Cárdenas. Sin embargo, fue hasta diez años después ‒en 1950‒, que el Gobierno Federal hizo entrega oficial a la Universidad Nacional del antiguo edificio que fuera edificado para el VI conde del valle de Orizaba, inmueble que sería declarado monumento histórico en 1959.



Retirada la escultura del Sagrado Corazón, los arboles del patio crecieron en la Escuela de Verano de la Universidad y hacia 1940 el jardín era agradable refugio en una ciudad que comenzaba a cambiar.



En 1975 se hicieron grandes obras para rescatar el edificio, incluyendo el retiro de algunas construcciones de la Secundaria 4 que invadían el edificio del S. XVIII; además se retiraron las estructuras metálicas de 1895 y repusieron las columnas del patio principal y sus escaleras. Lamentablemente la larga vista norte hacia el huerto se perdió, aunque abajo la he repuesto…



Aunque el patio principal perdió su jardín, sigue siendo el magnífico sitio de recogimiento que debió ser imaginado para la casa campestre de 1766. Cuando en 1969 se comunicó la zona con el sistema de transporte colectivo –METRO‒, ese patio resultó aún más importante…



Cuando en 1968 se diseñó la imagen para la línea dos del metro, se recurrió al éxito de los logotipos creados para los Juegos Olímpicos por Lance Wyman, en manos de Arturo Quiñónez y Francisco Gallardo, y la estación en la Av. Ribera de San Cosme a lado de “Mascarones” recibió la imagen de una de las ventanas del edificio.

Los lineamientos eran simples: El nombre y logo de la estación debía hacer referencia inmediata al lugar, ya fuera un lugar histórico, de un barrio o identidad circunvecina, de personajes ilustres, etc. El nombre debía ser de una sola palabra en concordancia con el logotipo (propiamente pictograma) e independiente de su mismo nombre para las personas que no supieran leer o los mismos extranjeros. Así, para la estación San Cosme se diseñó una ventana, abstracción de la del edificio histórico...



Arriba, en una toma de Google-maps correspondiente a la zona en 2019, he marcado el perímetro original de la propiedad campestre del VI conde del Valle de Orizaba, don José Diego Hurtado de Mendoza, Peredo y Vivero; 256 años más tarde, la edificación sigue ahí, aunque habiendo sufrido modificaciones al paso del tiempo y nunca haber sido terminada siguiendo el diseño original.

Siempre que paso por ahí, me pregunto qué hubiera pasado de haberse terminado la obra y conservarse intactos casa y jardines…




Este Blog se ha hecho gracias al apoyo incondicional de Julieta Fierro; está dedicado a las “Grandes casas de México” y pretende rescatar fotografías e historia de algunas de las residencias que al paso del tiempo casi se han olvidado y de las que existe poca información publicada. El objeto es la divulgación, por lo que se han omitido citas y notas; si alguien desea mayor información, haga favor de contactarme e indicar el dato que requiere. A menos que se indique lo contrario, las imágenes provienen de mi archivo, que incorpora imágenes originales recopiladas al paso del tiempo, así como el repertorio de mi padre y parte del archivo de don Francisco Diez Barroso y sus imágenes de Kahlo; en general, he editado las imágenes a fin de lograr ilustrar mejor el texto. Si se utilizan las imágenes, favor de indicar la fuente –aunque advierto que pueden tener registro de autor–.



Conforme haya más entradas (¡Ya hay un centenar!), aparecerán en el índice a la parte superior derecha de ésta página…



También se puede encontrar un índice general en: http://grandescasasdemexico.blogspot.mx/2016/02/indice-de-grandes-casas-de-mexico.html

Ver





¡Barroco!

















10 comentarios:

  1. Hola Rafael, me encantan tus investigaciones... si no tuvieras inconveniente y tuvieras el tiempo me gustaría entrevistarme contigo... te dejo mi mail por si gustas contactarme dddiegostudio@gmail.com

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  2. estoy empezando un proyecto sobre el edificio de la ex embajada de la union sovietica (antonio caso y rosas moreno en la col san rafael) y quería saber si tienes alguna información o que estrategias me recomendarías para la investigación. Saludos!

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    1. ¡Hola Diego!
      No tenía idea que en la esquina de la avenida Antonio Caso y la calle José Rosas Moreno hubiera estado la Embajada…
      Supongo te refieres al 106 de Antonio Caso /110 de Rosa Moreno, que está muy deteriorado y hasta perdió la Mansarda.
      De hecho, ahora que lo pienso, nunca se me ocurrió averiguar dónde había estado la embajada antes de pasar a la quinta Gómez de Parada en 1942…
      https://grandescasasdemexico.blogspot.com/2018/03/la-quinta-gomez-de-parada-rubin-en.html
      Me temo que esa es toda la información que tengo, aunque recuerdo que por ahí tengo una foto del 106 en la 6° de Artes (que ahora es esa cuadra de Antonio Caso); hay algo de contexto en https://grandescasasdemexico.blogspot.com/2017/06/la-casa-de-don-ramon-corral-verdugo-y.html que te podría servir.
      ¡Saludos!
      RF

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  3. Estimado Rafael, acabo de descubrir tu blog y especialmente con este sobre Mascarones, estoy recordando una etapa muy importante de mi vida (de hecho los últimos par de años de mi vida en la ciudad de México) ya que de 1975 al verano de 1976 fui estudiante de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, una parte clave de mi formación como artista y de la cual conservo muchos recuerdos... quién me iba a decir que cuando se terminó ese periodo escolar ya partiría de aventura a Chicago, por dos semanas de vacaciones con la intención de comprar una guitarra eléctrica y ver un concierto de rock...
    Este viaje marcó el rumbo de mi vida de manera tal, que clarificó mis limitaciones con la música y me abrio la puerta para descubrirme como artista visual y con el paso de los años irme a vivir a Los Ángeles y quedarme a residir en California. Te felicito, he aprendido mucho sobre este recinto que lo considero una alma mater y al cual visito cada vez que regreso a CDMX. Saludos y abrazo desde Pasadena!

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    1. ¡Hola José Antonio!
      Felicidades...
      Y gracias por tu comentario.
      RF

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  4. Rafael:Antes, muy poco antes, fui miembro de los grupos de discusión del llamado "Grupo Mascarones" ¡Fantástico escenario!, muchos de ellos filósofos consumados, auténticos intelectuales del pensamiento nacionalista, marxistas, socialistas, priistas nacionalistas, conocí hasta viejos panistas, enormes discusiones de muy altos rangos de cultura, nada que ver con el bajísimo nivel de discusión actual de los debates, eso hace falta. FELICIDADES.. este es un muy buen trabajo, que debes acrecentar a su entorno Y YO DEBO TENERLO EN UNO DE MIS MODESTOS ENTREPAÑOS DE ALGÚN LIBRERO. Eric Ochoa.

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  5. Hola, me gustaría saber qué obra es la que mencionas de Prado Núñez. ¿Podrías darme la bibliogrfía, por favor?

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    1. PRADO Núñez Ricardo I. “ La Antigua Calzada de Tacuba A Casa de Los Macarones – Mexico” AAPAUNAM • Academia, Ciencia y Cultura 2013.

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