jueves, 11 de mayo de 2023

La casa de la Marquesa de Selva Nevada, luego “Hotel Mancera”

en la Calle De la Cadena y/o 2ªCalle de Capuchinas, ahora Venustiano Carranza Nº49.


Popular por albergar ahora una cantina-museo llamada “La Faena” así como “El Bar Mancera” –recuerdo del albergue que cerró puertas en 1979 y se publicitaba como un “Hotel de primer orden”–, el que fue “Hotel Mancera” se edificó en 1865 ampliándose sobre parte de la construcción que fuera asiento en el S. XVIII del marquesado de Selva Nevada, hogar erigido cien años antes para la célebre y admirable doña Antonia Josefa María de la Concepción Gómez Rodríguez de Pedroso 1ª Marquesa de Selva Nevada, casada con don Manuel Rodríguez de Pinillos López Montero y García Cortés, él también 1º Marqués de Selva Nevada, y que sería residencia además de la II y III marquesas de Selva Nevada y sus diversos maridos…


Arriba, en un lienzo anónimo novohispano fechado en 1773 y que pertenece a la colección del Museo Soumaya -Fundación Carlos Slim-, aparece “Doña Josefa Antonia Gómez Rodríguez de Pedroso, I Marquesa de Selva Nevada” (1752-1803), cuatro años luego de su matrimonio con don Manuel Rodríguez de Pinillos.

La historia del marquesado de Selva Nevada es sorprendente y parecería ser la exégesis de un escritor de “Historias del Corazón”, dado lo piadoso y excelente financiera de la 1ª marquesa, así como el número de aventuras y escándalos que rodearon a sus hijas, a las siguientes marquesas del mayorazgo y aquella ingente fortuna de la boyante “Nobleza pulquera”...


Así, aparece la historia de la explotación pulquera en la Nueva España, como extraordinario capítulo en el desarrollo de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se robusteció una notable clase de estancieros que alinearon la actividad de sus haciendas a la producción de la ya muy popular bebida derivada de la savia de los magueyes naturales al altiplano central. Gracias a esa popularidad del pulque, los productores multiplicaron sustancialmente sus ingresos y consolidaron propiedades, pensando siempre en aumentar la producción de aquel elixir…

Arriba, en una ilustración de Claudio Linati que pertenece al álbum “Trajes civiles, militares y religiosos de México” de 1828, aparece la lámina 38: “INDIEN QUI TIRE LE PULQUE”; abajo, un fragmento de la página titular de “México y sus alrededores, Colección de vistas y monumentos” en su edición de 1868, y una litografía de Casimiro Castro en que aparecen un Tlachiquero y su acompañante.


“Hacer pulque” estriba primero en extraer la savia del agave o “aguamiel”, succionado de una oquedad cavada en el centro del maguey maduro, y donde se acumula el néctar alimentico de la planta; en ese proceso de ahuecado –en magueyes pulqueros que tienen ya entre 8 y 15 años– se retiran las hojas del centro para impedir que nazca el “quiote” –la inflorescencia reproductiva– en una maniobra que se llama “raspado”.

La extracción la hace un tlachiquero –palabra de origen náhuatl: tlachiquiliztli, que significa “raedura, acción de raspar una cosa”, de ahí lo de raspar– gracias a un calabazo alargado (Lagenaria siceraria) –llamado “Acocote”–, en el que por aspiración forma un vacío y llena así la calabaza; luego almacena el fluido de varias extracciones en un odre –bolsa hecha con la piel completa de chivos o cerdos–, para ser transportados los odres a grandes tinas o barricas de fermentación en el Tinacal de la hacienda o centro de producción.


Para que el “aguamiel” sigua fluyendo, el tlachiquero debe “raspar” diariamente –y en ocasiones dos veces al día– mientras la planta siga produciendo (en Hidalgo, se consiguen entre 3 y 6 litros de aguamiel por planta), por lo que se requiere de grande atención y trabajo…

Ya en el ese “Tinacal” –del castellano tina o recipiente, y del náhuatl calli, casa; es decir, “la casa de las tinas”, una clara aportación productiva de las haciendas pulqueras desde el S. XVII–, el aguamiel que llegó en odres, se filtra y revuelve en barriles con “pulque fuerte” (manera de hacerle llegar el conjunto de bacterias y levaduras que transforman los diferentes componentes del aguamiel en ácidos y alcoholes) y se espera a que inicie la fermentación; en ese proceso, la mezcla produce abundante espuma y muy peculiar aroma, llegando a una cantidad final de alcohol que va de 4 a 6 % del volumen.


En los tinacales se manejaban grandes tinas hechas de cuero de res o de madera y se acostumbraba a tener la imagen de un santo o una cruz a la que se encomendaba y veneraba cantando mientras se vaciaba el aguamiel y fermentaba después, todo para que el pulque no se cortara o se “granizara” (en el fondo del barril se forman pequeñas esferas blancas que se llaman granizo), señal innegable de que la carga se había perdido...

Arriba y abajo, “Probando el pulque” y “Tlachiqueros despachan pulque”, captadas Ca. 1885 en lo que ahora es el estado de Hidalgo; las imágenes corresponden a una serie de postales “Le Mexique” que conservo en casa y que aquí bien ilustran el “Tinacal”.


Para la venta, era costumbre pasar el fermento a barriles, pero también se enviaban en odres a los expendios y para la venta al menudeo; así, cuando los comerciantes asistían a esos expendios, pedían su odre “hasta las manitas”, forma de indicar que se quería bien lleno; al paso del tiempo el dicho cobró un sentido paralelo, para referirse a una persona que ha consumido alcohol hasta llenarse y embriagarse.

Buena parte del comercio de pulque se hacía en sitios que permitieran un rápido transporte, y para la capital de Nueva España –donde la distribución y venta fue regulada por las autoridades reales, siendo la única bebida alcohólica americana que contó con dichos controles– se designó una “Aduana del pulque” –que aún existe y conocemos como “Garita de Peralvillo”– para la inspección y cobro de impuestos por los barriles provenientes de las haciendas magueyeras de lo que ahora son estados de Hidalgo y México.


Ya en la pulquería –básicamente una taberna especializada en servir esa bebida alcohólica, que además se conocía como neutle (el nahua neutli: miel), tlachicotón, pulmón, tlapehue, tlamapa, caldo de oso, o hasta “baba de los dioses”– se ofrecía además algún alimento y pasatiempo, transformando así el beber pulque en un evento, siendo la pulquería un auténtico centro de tertulia durante el siglo XVIII. Atraían así ya para el S. XIX, a una inquebrantable clientela deseosa de pasar el tiempo allí, porque además disfrutaban de otros valores y diversiones: importante era la vendedora de almuerzos, además de músicos que tocaban alguna popular melodía desanudando el baile; sin embargo lo que a las autoridades preocupaba eran los juegos de cartas y de azar, y por supuesto las riñas cuando algún parroquiano “se ponía hasta las manitas”…

Abajo, “Fandango” de la sección “Trajes mexicanos” en “México y sus alrededores, Colección de vistas y monumentos” en su edición de 1868, y una litografía de J. Campillo en que aparece un bullicioso y revoltoso grupo, y donde destaca a la derecha un parroquiano con tornillo en mano (un tarro con franjas en relieve que van enroscándose y que era una medida de pulque), interactuando con la mujer que frente a los músicos, está “echando tortillas”…


Ya establecidas durante el gobierno colonial intermedio, las pulquerías siguieron siendo lugares populares hasta el siglo XX –con la poderosa distribución gracias a los ferrocarriles y los centros productivos de familias como los Torres Adalid y su hacienda de San Antonio Ometusco (Ver)–, pero eventualmente la cerveza –más estable y con mucha mayor vida de anaquel– ganó el mercado; además las pulquerías comenzaron a perder adeptos al considerarlas poco higiénicas, arriesgadas y baladís sus consumidores…


Pero ese triste fenómeno no se dio sino hasta bien entrado el S. XX mientras que, en los dos siglos anteriores, el pulque gozó de enorme popularidad, era consumido por todas las clases sociales, pagó impuestos y formó toda una cultura en torno a su preparación y consumo, en particular los cultivos procedentes de los “Llanos de Apan”.

El Valle de Apan o los “Llanos de Apan”, también conocido como la Altiplanicie Pulquera es una región del Valle de México que ahora incorpora municipios del sur del Estado de Hidalgo, parte del altiplano y comprende incluso algunos municipios de los estados de Puebla, Tlaxcala y de México. Destacó por ser una prominente zona de la cultura teotihuacana, donde se cultivó especialmente el maguey pulquero y que para muchos es la cuna de la charrería en México…

Así, me cautiva la siguiente imagen -abajo- captada hacia 1920, de la teatral entrada a la “Gran Senaduría -EL CITIO DE TROLLA-”(Sic.) que promueve el “PULQUE PURO DE LOS LLANOS DE APAN” y sus “RICOS CURADOS” –el pulque curado es una versión del pulque tradicional, en la que se reduce la cantidad de alcohol para suavizar su sabor con el jugo de alguna fruta–.



Desde final del siglo XVII, los jesuitas dedicaban ya parte de sus haciendas a la elaboración de pulque, producción que pasó de ser artesanal a estar organizada y a gran escala –buena parte de la sistematización descrita antes aquí, corresponde a la mecánica implantada en sus haciendas–, todo para financiar sus varios colegios. Luego de la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios de Carlos III –a principios de abril de 1767– y el traspaso de esas propiedades, se crearon varias nuevas fortunas pulqueras, incluyendo la del marquesado de Selva Nevada y consolidó la de don Manuel Rodríguez Sáenz de Pedrozo y Verduzco, primer conde de san Bartolomé de Xala, astuto comerciante que habiendo ya incursionado en el comercio pulquero, adquirió de ahí nuevos terrenos y prosperó.

Don Manuel Rodríguez Sáenz de Pedrozo invirtió gran parte de su capital en la producción y distribución de pulque en la ciudad de México; aunque no llegó a tener el control absoluto de este negocio, ocupó lugar sobresaliente como uno de los más importantes productores y abastecedores de pulque en esa ciudad durante la segunda mitad del siglo XVIII, posición complementada por sus primos Miguel y Felipe Sáenz de Sicilia quienes tenían la posesión de la destacada hacienda de Tomacoco –en Amecameca– así como las de la Archicofradía y Panoaya. Sus inversiones en tierras dedicadas al cultivo de maguey lo llevaron a ser propietario de haciendas y ranchos magueyeros –en la zona de Apan, Otumba, Tepeapulco y Zempoala, regiones que se distinguieron por la alta calidad del aguamiel–, además de sus varias pulquerías en la propia ciudad.


Así, hacia 1749 y gracias a su trascendencia comercial y cercanía con el Virrey, la Corona nombró a don Manuel Rodríguez Sáenz de Pedroso “1º Conde de San Bartolomé de Xala”; don Manuel casó en segundas nupcias en 1732 con Josefa Petronila de Soria y Villarroel y por ella fundó su mayorazgo en 1750, dejando el título a su hijo Antonio Rodríguez de Pedroso y Soria, II conde de San Bartolomé de Xala, que seguiría habitando en la casa construida en 1764 sobre la antigua calle de Capuchinas (imagen de arriba, que restituye algunas partes del edificio) –hoy Venustiano Carranza 73–, siguiendo el diseño del del arquitecto Lorenzo Rodríguez –autor también del Sagrario Metropolitano–. La magnífica edificación sería residencia de don Manuel, su hijo y luego de doña María Josefa Rodríguez de Pedroso y de la Cotera –III condesa de San Bartolomé de Jala, V marquesa de Villahermosa de Alfaro–; en el gran arco interior aún puede verse la leyenda: «Se empezó esta casa en 1º de enero de 63 y se acabó en 31 de julio de 1764»

De aquel segundo matrimonio con Josefa Petronila de Soria y Villarroel Verduzco, don Manuel Rodríguez –1º Conde de san Bartolomé de Xala– engendró a una primera hija que no tendría acceso a heredar el título: Josefa Rodríguez de Pedroso y Soria nacida en 1733, que casaría el 5 de marzo 1752 en la Parroquia de la Asunción de la Ciudad de México, con Alonso Antonio Gómez Bárcena, con quien engendraría diez hijos (Antonia, Alfonso, José María, Manuela, María Teresa, Rafael, Francisco Ignacio, Juan Vicente, Paz y Joaquín) siendo esa primogénita una niña que recibió el extenso nombre de Antonia Josefa María de la Concepción Rafaela Albina Tomasa de Jesús Gómez Rodríguez de Pedroso, chiquilla que pasó parte de su infancia en la gran casa del marquesado de San Bartolomé de Xala y crearía luego –hacia 1779– su propia residencia apenas a unos metros hacia el poniente…


Resumiendo: la que se transformaría en Primera marquesa de Selva Nevada, fue bautizada como Antonia Josefa María de la Concepción Rafaela Albina Tomasa de Jesús, y era la primogénita de Antonio Gómez de Bárcena –por entonces secretario de cámara del virrey, primer conde de Revillagigedo–, y de Josefa Rodríguez de Pedroso y Soria –hija ella del primer conde de San Bartolomé de Xala–.

Antonia Josefa Gómez Rodríguez de Pedroso casaría el 26 de diciembre de 1769 con don Manuel Rodríguez de Pinillos López Montero y García Cortés (29 de diciembre de 1726 al 2 de junio de 1785), maestre de plata y comerciante de géneros filipinos, miembro del Consulado de México, a quien –en buena medida gracia a la unión matrimonial– se le concedería el título de marqués de Selva Nevada el 18 de enero de 1778.


Ese marquesado de Selva Nevada “creado a favor de Manuel Rodríguez de Pinillos y López Montero, vecino de México”, se concedió vinculado al Mayorazgo fundado por el Bachiller y Presbítero, Miguel Sáenz de Sicilia, tío de la esposa del concesionario, que presentaba la peculiaridad de dar predilección a la mujer sobre el varón –en contraste al tradicional orden regular de sucesión en mayorazgos que beneficiaban al varón primogénito–. El Presbítero Sáenz de Sicilia, sin sucesión y consciente de las limitaciones jurídicas y sociales de las mujeres de su tiempo, quiso asegurar la emancipación y posición de una mujer de su familia al margen de sus matrimonios, comenzando por su sobrina, Antonia Gómez y Rodríguez de Pedroso y sus sucesoras, cediéndoles las haciendas de Tomacoco y de la Archicofradía. Así, en la recapitulación de los depositarios del mayorazgo, siempre se ha hecho referencia a ella en la documentación histórica, en plenas condiciones de igualdad junto a su marido, el I Marqués concesionario, como I Marquesa.

Con don Manuel, doña Antonia engendraría siete hijos: María Josefa (1770-1813), Manuela (1772-1848), Francisco (1774-1797), María de los Dolores (1775-1803), dos Joaquín (de 1779 y 1781) y María Joaquina (1784-1797), todos Rodríguez de Pinillos Gómez. La primogénita, María Josefa Rodríguez de Pinillos Gómez, heredera del título de Marquesa de Selva Nevada, casaría tres veces y enviudaría otras tantas (casada el en julio 1787 con José Gutiérrez del Rivero Pérez del Río †1804, en abril 1804 con Agustín Pérez del Río Sánchez (1782-1812), y en junio 1812 con José de Jesús Noriega Martínez †1816), pero de ese turbulento período escribiré más adelante…

Entretanto, y como parte de las prebendas de título y mayorazgo, el matrimonio Rodríguez de Pinillos y Gómez Rodríguez de Pedroso decidió edificar una residencia que mostrara su estrato social en la prestigiosa Calle De la Cadena, muy probablemente en lo que fuera parte de la propiedad de propio don Antonio De la Cadena. La calle de Cadena (hoy Venustiano Carranza) es una de las más antiguas de la ciudad: trazada a fines del siglo XVI, su nombre lo dio la nobleza e hidalguía de don Antonio De la Cadena que llegó a la Nueva España en 1543 como Factor -Oficial de Hacienda- y estableció su domicilio en la entonces calle de la Celada donde según Baltasar Dorantes “tuvo una casa muy principal en que sustentó muchos criados, caballos y otra gente de servicio en tanta manera, que fue, y era, una de las personas que más ilustraron en su tiempo esta república”.


En el muro de la casa Rodríguez de Pinillos y Gómez Rodríguez, la “Inspección General de Monumentos Artísticos e Históricos” colocó una placa que indica aquel dato. A decir de Baltasar Dorantes de Carranza en su Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, don Antonio De la Cadena “Sirvió a Su Majestad en la pacificación del Reino de Jalisco. Fue Factor de la real hacienda en esta ciudad cinco años, y después contador más de doce. Fue Alcalde mayor de las ciudades de Tlaxcala, Tepeaca, Huejotzingo, Cholula y la ciudad de los Ángeles, teniendo todos estos oficios en uno, que el día de hoy se dividen en seis muy principales; y en esta ciudad de México fue cinco veces Alcalde ordinario. Fue hombre de mucha calidad y de buen consejo y gobierno”.

Las Actas del Cabildo de la ciudad de México consignan que don Antonio poseyó varias propiedades en la ciudad y podemos inferir que, en una de ellas –en la calle de la Celada–, habitó por 1550 y por varios años. Para acercarnos a imaginar aquella ciudad del S XVI, aparece abajo la foto de un magnífico biombo –parte del acervo del Museo Franz Mayer– catalogado como “Biombo de la conquista y vista de la Ciudad de México” que muestra en una de sus caras la ciudad a final del siglo XVII. Una cartela en la esquina inferior izquierda identifica setenta edificios y sitios de “La mui noble y leal siudad de Mexico [sic.]”, incluido el acueducto que se distingue al frente, varias iglesias y la plaza mayor, con la catedral y el palacio virreinal. El dibujo es fiel, pero idealiza la cuidad, y en la sección señalada, nos muestra la mencionada calle de la Celada, apenas a unos pasos del templo y convento de San Agustín.


Arriba y de autor anónimo, el biombo –seguramente creado para un salón de estrado (Rodastrado)– de diez hojas, con dos vistas o haces. En la imagen de arriba, he marcado la sección detallada abajo en la que he marcado el sitio en que se encontraba la casa de don Antonio De la Cadena, sitio en que cien años después se edificaría la casa Rodríguez de Pinillos y Gómez Rodríguez, asiento del marquesado de Selva Nevada.

En la foto de abajo, arriba a la izquierda se distingue la Plaza Mayor con una Catedral idealizada (la obra estaría aún en proceso), Palacio virreinal y cadalso, abajo a la izquierda el templo de San Francisco, y justo al centro el templo de San Agustín. Un círculo señala la que debió ser casa de don Antonio De la Cadena, sitio donde ya en el S. XVIII se edificaría la casa de los marqueses de Selva Nevada.


Cabe hacer notar que apenas a unos metros hacia el oriente (arriba en la foto) y desde 1764 se edificó la casa del marqués de san Bartolomé Xala y casi enfrente y desde 1769, la palaciega residencia del marqués de san Mateo de Valparaíso, siguiendo el admirable diseño de don Francisco Guerrero y Torres que además se encargó de la residencia de don Juan Manuel Gutiérrez Altamirano Velasco, conde de Santiago de Calimaya (Ver) –terminada en 1779– un poco más al oriente; ya desde 1609 se había otorgado el Marquesado de Salinas del Río Pisuerga a don Luis de Velasco y Castilla, virrey de la Nueva España, título que para 1616 se incorporó al Condado de Santiago de Calimaya, siendo así el título más antiguo de la Nueva España, siguiendo -desde luego- al Marquesado de Oaxaca, otorgado por Carlos I y desde 1529 a don Hernán Cortés de Monroy y Pizarro.

Así don Juan Manuel Gutiérrez Altamirano Velasco y Flores, VII Conde de Santiago de Calimaya había reedificado su gran residencia desde 1777 en el “Nuevo estilo” siguiendo el novedoso diseño de Guerrero y Torres –foto de abajo, captada hacia 1910– e integrando incluso una cabeza de serpiente que evocaba el tiempo previo a la conquista.


Durante la segunda mitad del S. XVIII buena parte de las austeras edificaciones levantadas luego de la conquista habían sido sustituidas por nuevas moradas y la ciudad se había llenado de residencias palaciegas, dispuestas en dos pisos –frecuentemente además un entresuelo– y en torno a varios patios, que con una magnífica planta noble daban cuenta de la moda del “Palazzo” creado hacía tiempo en Venecia…

De hecho, esas grandes residencias seguían ya los lineamientos implantados desde 1769 en aquel Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso, erigido en lo que ya se llamaba “estilo mexicano” por el propio Guerrero y Torres, así como en 1770 en la casa del Marqués de Prado Alegre, edificada en la esquina de San Francisco esquina con el callejón del Espíritu Santo (hoy Madero, esquina Motolinía).


Arriba, en una imagen de 1918, la casa del Marqués de Prado Alegre, en la hoy Madero Nº39 – esquina Motolinía–, creada incorporando una edificación anterior fechada en 1725. El dueño de aquella casa fue don Francisco de Pablo Fernández de Tejada y Arteaga, regidor del Ayuntamiento de la Ciudad de México a quien se le había otorgado el título en 1772. Parece ser que compró la casa en 1764 al Convento de la Encarnación y remodeló ampliamente, incluyendo en la esquina una piedra labrada y de talla prehispánica, muy a la usanza del período...



Aunque claro está que, para nosotros, el antecedente más relevante en ese “estilo mexicano” fue la casa de don Manuel Rodríguez Sáenz de Pedrozo y asiento del Marquesado de Bartolomé de Xala –abuelo de Selva Nevada–, edificada en 1764 en la antigua calle de Capuchinas –hoy Venustiano Carranza Nº73–, siguiendo un diseño del arquitecto español Lorenzo Rodríguez, autor además de edificios tan relevantes como el Sagrario Metropolitano o el palacio de los Condes de Rábago.

Abajo, una vista de la fachada de la casa del marqués de Bartolomé de Xala hacia 1922, en su fachada norte, hacia la calle de Capuchinas, en que aún se distinguía buena parte del diseño del arquitecto Lorenzo Rodríguez.


Es ahora relevante el hablar de ese don Lorenzo Rodríguez, que llegó a Nueva España en 1731 – procedente de Cádiz, donde declaró haber ejercido como aparejador en la nueva obra catedralicia de Vicente Acero–, y en la ciudad de México acreditó sus conocimientos para adquirir el título de “Maestro del gremio de arquitectos” en 1740; se convirtió entonces en Vehedor dentro del gremio y al paso del tiempo maestro mayor de la Catedral y del Real Palacio; saber además que su aprendiz más destacado sería Francisco Antonio de Guerrero y Torres.

Con el concurso de 1744 para el Sagrario Metropolitano en la capital, Lorenzo Rodríguez se convirtió en el arquitecto más importante del período –exponente del barroco en la capital y representante indiscutible del barroco estípite–, supervisando la obra de un Sagrario que se inició en 1749 y concluyó en 1768.


Además, Lorenzo Rodríguez sería también el autor de la magnífica Capilla de la Balvanera –anexa al templo de San Francisco– y que con su magnífica portada es obra maestra del churrigueresco; luego del hundimiento de 250 años ha recuperado su apariencia original, aunque habiendo perdido todas las esculturas y relieves, a manos de Monseñor Riley –iconoclasta que retiró todas las figuras incluyendo el tablero con la estigmatización de San Francisco–; aquella portada parece abajo reconstruida a su apariencia hacia 1855, aún intacta...


Además, Lorenzo Rodríguez ya auxiliado por Francisco Antonio de Guerrero y Torres, sería también el autor del magnífico edificio del Colegio Jesuita de San Ildefonso, magno inmueble que colocó a la Compañía de Jesús en situación envidiable justo antes de su expulsión. Creado en 1583 de la fusión de los seminarios de San Bernardo, San Miguel y San Gregorio, el inmueble fue reedificado en las primeras cuatro décadas del siglo XVIII y su nombre “San Ildefonso” rinde honor al arzobispo de Toledo, cuya devoción le llevó a escribir en atención a la “Limpia concepción de la Virgen María”, dogma que la Compañía de Jesús ha respaldado desde su fundación.



Sería importante agregar también los magníficos edificios para el Hospital de Pobres y Convalecientes de Nuestra Señora de Belén delimitado por las calles de San Andrés y el callejón de Betlemitas (ahora esquina de las calles Tacuba y Bolívar, ahora ocupado por el Museo Interactivo de Economía -MIDE-) terminado en 1766, así como la muy sobria fachada de la Capilla del Colegio de las Vizcaínas –donde también reluce el esplendor del colorado tezontle–, terminada en 1776, además de la desaparecida capilla del Rosario, en el Templo de Santo Domingo.




En el ámbito privado, don Lorenzo Rodríguez diseñó varios palacios que le valieron gran respeto y comisiones, incluyendo una añadidura a las casas del Marquesado del Valle de Oaxaca (edificada hacia 1772, trabajando con Francisco Guerrero y Torres y José Joaquín García de Torres); aquel sorprendente inmueble en la actual esquina de Tacuba e Isabel la Católica conserva parte de la fachada, pero ha sido continuamente modificado al interior. La casa –que correspondía a un título que ya no se rastraba de manera directa a Hernán Cortés, en un marquesado que fue heredado por Juana Cortés (hermana de Hernando y Pedro), la quinta marquesa, que fue esposa de Pedro Castillo de Mendoza, Conde de Priego, y heredada luego a su hija mayor, Estefanía Carrillo de Mendoza y Cortés, casada ella con el duque de Terranova, Diego de Aragón– que representaba aquel título que correspondía a Hernán Cortés, y correspondía entonces a la sexta marquesa, de apellidos de Aragon Tagliavia Cortés, conocida comúnmente como Tagliavia d'Aragona.


Además de aquel prestigioso encargo, Rodríguez diseñó también el palacio de los Condes de Rábago, inmueble que se edificó contiguo al de los Condes de San Mateo Valparaíso, sobre la antigua calle de Capuchinas (luego Venustiano Carranza Nº62) y casi frente a la señorial casa de Bartolomé de Xala.

Aquella casa que luego sería propiedad del Banco Nacional de México –y aparece abajo– fue retirada hacia 1947 para edificar luego una ampliación para el Banco –destacado inmueble con diseño a cargo del arquitecto Teodoro González de León que incorporó parte de un edificio seriamente dañado por los sismos de 1985– y afortunadamente la fachada se cedió a la Academia Mexicana de Historia cuando la asociación construía su sede actual; desmontada y reconstruida en el Nº21 de la Plaza Carlos Pacheco –a unos pasos de La Ciudadela–, alberga una biblioteca que resguarda libros donados por don Atanasio G. Saravia (titular de la AMH entre 1941 y 1959, y que cedió la fachada) y de mi querida Clementina Díaz y de Ovando.


Vemos entonces que tanto Lorenzo Rodríguez como Francisco Guerrero y Torres y el propio José Joaquín García de Torres –sobrino éste último de los célebres Ildefonso de Iniesta Bejarano Durán y Miguel Custodio Durán, y autor de estupenda fachada, cúpula y bóvedas de la Iglesia de San Lorenzo– eran las estrellas entre los alarifes que diseñaban palacios para la nobleza novohispana del período, y ocasionalmente trabajaron juntos...

Entra aquí la nueva residencia de los condes de Selva Nevada, diseñada en 1772 para ocupar un terreno de casi 1,000m² que habían formado parte de la casa Antonio De la Cadena en la calle de la Celada y que para albergar a don Manuel Rodríguez de Pinillos y López Montero y a su esposa doña Josefa María de la Concepción Rodríguez de Pedroso –primeros marqueses ambos de Selva Nevada–, que podemos conjeturar diseñaría primero don Lorenzo Rodríguez, pasaría luego a ser edificada por don Francisco Guerrero y Torres, para ser terminada por don José Joaquín García Torres, antes de ser intervenida cien años después para don Miguel Mancera…


Sobre un terreno ligeramente trapezoidal con 996m² y 24 metros mirando al norte, frente a la calle que ya se llamaba De la Cadena –contigua a la casa que sería de don Fermín de Apezechea y justo frente a la residencia de don José Juan de Fagoaga– y a unos pasos apenas del “Colegio de niñas” cuyo templo quedaría concluido en 1771, se levantó una ponderada pero vigorosa fachada de dos niveles y sorprendente altura –sin entresuelo– que no hacía caso de la tradicional composición en simetría de fachadas, y que con solemne planta noble con cinco ventanas de elegante proporción –incluyendo una principal sobre el acceso– resultaría ser una de las más admiradas edificaciones en la capital novohispana.

Arriba, una recreación de lo que debió ser esa fachada hacia la que había sido calle de la Celada y se transformaría en 2ª de Capuchinas; en la parte alta, he conservado el remate que en el S. XIX añadió a la ampliación el ingeniero Gabriel Mancera, aunque ese adorno debió ser bastante más dotado y probablemente mostraba un perfil de arcos invertidos, a la manera de la casa del conde de Rábago; abajo, una recreación de lo que debió ser el eje de acceso a la casa del marquesado de Selva Nevada, integrando arriba un remate que incorpora el escudo familiar –usando el diseño del remate central de la casa de los condes de Santiago de Calimaya–, así como parte del remate de la casa de don Domingo de Rábago y Gutiérrez, de catenarias y picos.


Ese eje de acceso conserva aún una magnífica puerta de dos hojas -con una portilla secundaria- enmarcada por un trabajo en Chiluca con dintel de talla mixtilínea, flanqueado por dos robustas pilastras con capitel y curioso entablamento sosteniendo el balcón principal. El segundo cuerpo de la portada se abre con un balcón flanqueado también de pilastras -ahora estriadas-, que confinan curioso dintel profusamente labrado que lleva su ornamentación al entablamento; la puerta –que seguramente abría desde el “gran Salón de Estrado”– es de factura decimonónica. Arriba, sobre la cornisa y entre grandes remates, es muy probable que en un tablero ataviado y ornamentado se hubiera labrado el escudo de armas del Marquesado de Selva Nevada…

Como bien nos dice Joaquín Bérchez en su “Arquitectura mexicana de los siglos XVII y XVIII”:
El poderoso cromatismo ligado al uso de materiales específicos como la dura piedra de Chiluca, de grave coloración grisácea , que recorta con limpieza estructural y compositiva los rugosos muros de tezontle, de rojo mate; los característicos pretiles o antepechos de fachadas, … festinados en curvas catenarias; el virtuosismo canteril de portadas … vienen a ser parte de los rasgos de la casa colonial novohispana.


Los balcones de la planta noble -planta alta-, estarían protegidos todos con barandillas de hierro -rehechas en el S. XIX-, y enmarcadas las puertas por pilastras estriadas rematando en dintel que, marcando la dovela central, se hace eco de la trama -moldura y salientes- que engalanan el balcón principal.

En su asimétrica fachada barroca, los paños están “recubiertos de rojo y afelpado tezontle” que resalta el gris de los marcos de cantera de puertas y ventanas. El remate superior del edificio se perdió y no he encontrado descripción alguna, por lo que he cerrado la recreación de arriba, con los remates de “catenarias y picos” de la casa de don Domingo de Rábago y Gutiérrez -conde de Rábago-, edificada apenas a un par de calles y diseño también de Lorenzo Rodríguez. Abajo, los balcones de la “Planta noble” –que con herrería y carpintería repuestas en el S.XIX–, conservan el esplendor del palacio del marquesado de Selva Nevada y permiten admirar más de doscientos cincuenta años después la magnífica talla y la delicada labor conseguida al colocar el tezontle y sus tonalidades…


Y respecto a los rasgos de la casa colonial novohispana, sigue Joaquín Bérchez en “Arquitectura mexicana de los siglos XVII y XVIII”, refiriéndose específicamente a la obra de Guerrero y Torres:
Los palacios construidos… constituyen los más elaborados exponentes de una arquitectura que explora al máximo, exhaustivamente, las posibilidades decorativas, sintácticas y estructurales de una reciente tradición autóctona, reuniéndolas en su obra con una rara dosis de genialidad y fortaleza constructiva…

No es extraño encontrar que algunos elementos en Selva Nevada hacen eco al diseño del Bartolomé de Xala, más aún si consideramos que esa fue la casa familiar de doña Josefa María de la Concepción Rodríguez de Pedroso, diseñada también por Lorenzo Rodríguez, aunque algunos años antes.


Arriba, un fragmento de la fachada de la casa del marqués de Bartolomé de Xala, en su fachada norte y hacia la calle de Capuchinas, en que he repuesto puertas del diseño del arquitecto Lorenzo Rodríguez. Me parece interesante notar el trabajo de interminable filigrana en marcos y paños de la portada, que ya en Selva Nevada han pasado a ser sobrias pilastras –¿será ya señal de la presencia de don Francisco Guerrero y Torres?– pero que mantienen la composición de tres grupos ornamentales que guarnecen molduras y salientes del dintel.



Pasemos ahora dentro, y a ese diseño interior de Rodríguez y Guerrero, que a decir de Bérchez, debió ser claro “exponente de una reciente tradición autóctona”, relacionada directamente con las edificaciones de San Mateo de Valparaíso, Bartolomé de Xala y Santiago de Calimaya. Por desgracia, del magnífico patio y lo que parecen haber sido unas “altísimas arquerías”, así como su segundo patio de servicios, el huerto al fondo de la construcción y las varias crujías interiores que albergaban las habitaciones de los marqueses y su acompañamiento, nada fue preservado cuando en 1865 se levantó una nueva construcción.

En crónicas varias se indica que el palacio mostraba en uno de esos arcos del patio la marca 1753, año en que probablemente se terminó una edificación anterior, y 1770, año en que muy probablemente se inició la edificación; por simple analogía, podemos suponer que esos arcos recordarían los arcos carpaneles que dan estructura a la residencia del conde de San Mateo de Valparaíso –diseño de Guerrero y Torres–, o de Bartolomé de Xala –diseño de Lorenzo Rodríguez– y que aparece uno abajo con sus leyendas, antes de la restauración del edificio para transformarlo en un restaurante Sanborns.


Un arco carpanel (designado también arco apainelado) es un tipo de arco rebajado simétrico que se forma con el añadido de otros arcos menores en los extremos, arcos que tienen su centro en la línea de imposta para conseguir una forma redondeada; generalmente está formado por tres, cinco o más arcos de circunferencias consecutivas, siempre impares.

Abajo, otro magnífico ejemplo de arco carpanel, ahora en el palacio de los condes de San Mateo de Valparaíso, obra a cargo del arquitecto Francisco Antonio de Guerrero y Torres, edificado entre 1769 y 1772 según se indican las leyendas en los arcos –aunque luego intervenido y ampliado en 1937 para el Banco Nacional de México–.



En la parte baja, el edificio debió acomodar diversas dependencias de servicio, así como caballerizas y cocheras en el segundo patio –con un espacio abierto al fondo–, además de una suntuosa escalera para llevar a la planta noble con sus salones y habitaciones. Esa escalera debió tener alguna semejanza con la del palacio del conde de Bartolomé de Xala -fotos de abajo- o la del conde del Valle de Orizaba –“Sanborns de los Azulejos”–, modelo extendido en el período, incluyendo guardapolvo y peraltes decorados con azulejo.



Ya arriba, los visitantes descubrirían las diversas habitaciones, entre las que seguramente destacarían un salón de estrado, un “Salón del Dosel” y la inexcusable capilla. Aquel salón de estrado debió ser sitio espectacular, y para ejemplificarlo podemos recurrir a alguna de las recreaciones que el Museo Franz Mayer ejecutó como parte de su museografía; Alonso de Covarrubias, en el Diccionario de Autoridades, describía en 1720 el estrado –uno de los «quartos principales» de la vivienda en su zona noble– como «el lugar o la sala cubierta con la alfombra y demás alajas del estrado, donde se sientan las mujeres y reciben a las visitas».


En la casa del conde de Bartolomé de Xala, ese alargado salón de la planta noble conserva el espacio con sus grandes ventanas a la calle –tal y como debe haber sucedido en Selva Nevada–, aunque ha perdido la decoración y amueblado; para complementarlo, aparecen abajo imágenes de ese salón como restaurante y del llamado “Salón de estrado” del “Museo Histórico Casa de Allende” en San Miguel, Guanajuato.


Además, anexo a esta habitación y directamente detrás del estrado, estaría probablemente un “Salón de Dosel” –se llama dosel al ornamento que se coloca formando techo sobre un trono, del que suelen colgar cortinajes– sitio de altísimas expectativas por parte de una marquesa en la Nueva España y en el que esperaba recibir al señor virrey…

Por desgracia, tampoco hay restos de la capilla, que a la usanza del período, debió estar cerca de la escalera. Dado el inventario recompuesto para la II marquesa, se puede suponer que el interior de la casa debió ser tan suntuoso como un palacio, decorado con buenos muebles y objetos varios de gusto barroco, en concordancia con el deleite de la época, aunque ya para entonces el academicismo había revelado su presencia luego de la llegada en 1781 de Tolsá, Gimeno y Fabregat...


Coloco aquí nuevamente el retrato –de autor anónimo y pintado por 1793– en que aparece “Doña Josefa Antonia Gómez Rodríguez de Pedroso, Marquesa de Selva Nevada” a los 41 años, habitante de aquella casa y cuando era ya viuda. Si, don Manuel Rodríguez de Pinillos y López Montero murió en 1785, apenas dieciséis años luego de haber contraído matrimonio con doña Antonia, seis años luego de recibir el título de Marqués Selva Nevada, y habiendo procreado a María Josefa Rodríguez de Pinillos Gómez (1770-1813), primogénita y heredera del título, además de Manuela (1772-1848), Francisco (1774-1797), María de los Dolores (1775-1803), dos niños Joaquín que no sobrevivieron (1779 y 1781) y María Joaquina (1784-1797) que nació poco antes de la muerte de su padre, todos Rodríguez de Pinillos Gómez.

Lo sorprendente, es que aunque doña Antonia que por herencia familiar gozaba ya de una cuantiosa fortuna, entró en posesión de los copiosos bienes matrimoniales, como la hacienda de Chautla –en el ahora estado de Puebla y que pasó a propiedad del marquesado en 1777–, San Jerónimo y San Lucas, además de la gran hacienda de San José Toma Coco en Chalco, y los cuantiosos bienes en la vertiente montañosa de Zongolica, que habían pertenecido a los jesuitas en Orizaba y que recién habían sido adquiridos en 1779 por Rodríguez de Pinillos junto con las haciendas de San Borja y Castañeda en las inmediaciones de la Ciudad de México así como Jesús del Monte, Santa Rita del Sauz, y el rancho de Santa Inés.


La muy piadosa dama y marquesa –que además administraba por interpósita persona las muy productivas pulquerías “La Garrapata”, “La Retama”, “La de los Cántaros” y la de “Granaditas” entre muchas otras–, resultó ser extraordinariamente hábil en gestionar sus bienes, negociando incluso préstamos hechos a la propia Casa de Moneda y fundando en 1802 y en Querétaro, un monasterio carmelita –el convento del Dulce Nombre de Jesús creado gracias a los buenos oficios de sor Bárbara de la Concepción– que devendría en el imponente edificio que aún subsiste con proyecto inicial de 1797 firmado por Manuel Tolsá –aunque el edificio edificado es de otra mano–, y funcionó luego como auténtica institución financiera y centro de acopio de caudales para el estímulo a comerciantes, industriales y agricultores.

A decir de don Roberto Servín Muñoz, la primera piedra de aquel nuevo edificio queretano fue colocada el 24 de junio de 1803 y la última en 1807. “La obra fue terminada por Francisco Tresguerras, arquitecto celayense poco querido por los queretanos, quienes le achacaron haber concluido el edificio en un neoclásico menos académico que el planeado por Tolsá.”



Desde su fastuosa residencia en la Calle de la Cadena número 9, atendida por “esclavos negros a su servicio”, doña Josefa Antonia Gómez Rodríguez de Pedroso viuda de Rodríguez de Pinillos, administró tierras, bodegas, depósitos y caudales, y además sostuvo batallas legales contra los indios de Zongolica, así como contra los indios de San Juan del Río –por medio de su apoderado, desde 1788 y hasta 1798– en una ofensiva sin cuartel y por “pastos invadidos” y hacia 1792 contra el común de San Pedro Tequila, por tierras usurpadas.

Nos cuenta Verónica Zárate Toscano del Instituto Mora, que:
En 1796, la marquesa consideró haber cuidado personalmente el caudal que Dios (y su esfuerzo) le habían dado, lo que permitiría a sus hijos "vivir descansadamente" y por ello hizo una distribución de sus bienes. A su único hijo varón sobreviviente, Francisco Solano, le asignó las haciendas de San Jerónimo y San Lucas, dedicadas al ganado "con la justa consideración de ser varón y por consiguiente más a propósito su atención para el gobierno de estas haciendas a que podrá asistir personalmente todos los años en la temporada de la matanza".
Además, la marquesa destinó la cantidad de 1,200 pesos para costear los elevados gastos de obtención de una borla, es decir, del derecho de examen para graduarse como doctor en la Real Universidad, donde seguía con aprovechamiento la "carrera de letras". Finalmente, como no podía ser el sucesor del "título" de la familia, le heredó además el saldo de la quinta parte de sus bienes, después de que se hubieran pagado los gastos de entierro y legados…

Y sigue Verónica Zárate, proporcionando datos por demás interesantes:
Vale aquí la pena resaltar el destino que la marquesa tenía planeado para su hijo… Además, de su graduación en la Universidad, le haría acreedor de honores y privilegios propios… y adquiriría para él un título de nobleza: el de conde de Buenavista y para su residencia encargó desde 1797 el diseño al valenciano Manuel Tolsá de una casa en el Camino a Tlacopan, conocida ahora como "Palacio de Buenavista" que se terminaría hacia 1805 –magnífico inmueble que luego de varias vicisitudes, alberga ahora y desde 1968 el Museo de San Carlos– y que con su patio oval es uno de los tesoros arquitectónico de nuestra ciudad.


Graduado de la Universidad y sin la inclinación al estado eclesiástico, Francisco "había empezado a imponerse en el manejo de la casa y con miras ya de casarse". Sin embargo, enfermó de "fiebre maligna", y murió intestado, el 7 de enero de 1797 a los 23 años.

Hay enorme confusión entre ese hijo –Francisco Rodríguez de Pinillos Gómez– de doña Antonia –1ª condesa– y el hijo de María Josefa –II condesa–, José María Gutiérrez del Rivero Rodríguez de Pinillos y Gómez, nacido en 1791 y que murió en 1904. Las diversas investigaciones atribuyen equitativamente la comisión a ambas condesas y no he logrado definir la legitimidad del dato, aunque me inclino por la primera, simplemente porque el hijo de la II Condesa murió a los 13 años, tiempo antes de requerir título o vivienda propios...

En lo referente a las hijas Manuela y María Dolores, ambas renunciaron en 1791 a sus herencias en favor de su madre a quien nombraron albacea justo antes de hacer su profesión –a los 19 y 16 años– como religiosas de coro y velo; era sin duda una manera de excluirlas de la herencia, evitando la dispersión de los bienes del mayorazgo. Se les reservó un capital de 8,000 pesos a cada una, que “puesto a réditos, les produciría unos 400 pesos anuales, cantidad nada despreciable para usarla en sus necesidades propias”.


Arriba, el fantástico lienzo que conserva el Museo Nacional del Virreinato de una “Monja Concepcionista Coronada” que viste el traje de la orden: hábito blanco, capa azul y toca blanca, con velo y yugo negro adornado con perlas y bordados en oro y plata. Sobre el pecho lleva un escudo circular con la representación de la Inmaculada coronada por la Trinidad y rodeada de santos. En la parte inferior se distingue una franja de color oscuro en la que quizá existiera una inscripción y que desgraciadamente fue retirada. Es buen ejemplo de los retratos de monjas coronadas que se hacían en la Nueva España, y eran ejecutados –ingresando en nuestro caso al Convento de Regina Coeli, de la Orden Concepcionista– para conmemorar el día de la profesión de la monja, generalmente encargados por la familia.

Pero comenzaban ya los problemas en torno a la casa de Selva Nevada; nos cuenta Verónica Zárate en “Estrategias matrimoniales de una familia noble” que: Después de siete años de aparente tranquilidad, sor María Manuela de la Sangre de Cristo y sor María Anna del Corazón de Jesús se enfrentaron a su madre cuando ella misma estaba a punto de convertirse en monja. Ambas la acusaron de haberlas forzado a preparar sus renuncias según su propia conveniencia, usando la influencia de su confesor -el doctor Joaquín Gallarda- y valiéndose del "grandísimo miedo y respeto" hacia su madre. Por su parte, la marquesa consideró que con tales acusaciones y dudas se había lastimado su reputación y honor, ya que la difusión del agravio había llegado a conocerse hasta en el "tianguis de Chalco". Después de darles una serie de argumentos, explicó que no tenía la menor intención de permitir que el caudal que tanto había cuidado para su familia "enriqueciera a los de la calle", ya que conocía que habían hecho el reclamo bajo la influencia de terceras personas…

Para con su hija menor María Joaquina, nacida apenas en 1784, la marquesa tenía aún la responsabilidad del cuidado, por lo que le asignó haciendas y ranchos de pulques que podrían ser fácilmente gobernados por un tutor. Cuando la marquesa viuda ingresó como seglara al convento de Regina en 1797, llevó consigo a su hija de 12 años para "vivir sirviendo a Dios con quietud y sosiego, ocupándose de la educación de la niña”.


También en ese tempestuoso 1797 en que murió su hijo Francisco, doña Josefa Antonia se recluyó voluntariamente en el convento de Regina, primero a “un aposentillo infestado de chinches” y luego una celda construida exprofeso entre 1797 y 1798; a fin de ese mismo 1797, doña Antonia accedió a que Joaquina fuera inoculada con la vacuna de la viruela y a causa de ello falleció la doncella. Doña Antonia permanecería ya recluida en el convento de Regina para luego trasladarse a Querétaro con el nombre de Sor María Antonia de los Dolores.

Aunque desde el Concilio de Trento se habían prohibido las celdas privadas en los conventos, la Marquesa fue especialmente dispensada –al igual que lo habían sido sus dos hijas– para que don Manuel Tolsá mismo diseñara su celda en Regina, que sería construida por don Esteban González que debería “labrar en la calle a espaldas del convento de Regina, frente a la pulquería del Tornito una casa unida a dicho convento que servirá como celda o retiro a la señora Marquesa de Selva Nevada”; la propia Marquesa debió trasladarse a ella recién en marzo de 1798 cuando se terminó la obra. La construcción original constaba de un espacio central de grandes dimensiones y de dos pequeños anexos que le daban a la planta forma de U con frente a un discreto patio y jardín.


Nos dice Daniel Schavelzon que: La fachada, simple y sobria, posee un pórtico formado por dos columnas toscanas que enmarcan la puerta principal, a la que se accede por medio de una escalinata. Luego de haber sido intervenida -se le construyó un piso encima- y estar en abandono por años, la celda (en la actual calle de San Jerónimo número 24) es parte del conjunto educativo del Claustro de sor Juana, como “Restaurante Escuela Zéfiro”.

En todo caso, esa celda, junto con el edificio que mandó edificar la condesa de Selva Nevada para su hijo, son de los mejores ejemplos de arquitectura neoclásica que tenemos en México, diseños del escultor y arquitecto Manuel Tolsá (1757-1816).



Así partir de 1798 y muertos Francisco y María Joaquina, doña Antonia dedicó sus esfuerzos y caudal a la fundación del convento del Dulce Nombre de Jesús de Religiosas Carmelitas Descalzas, de Querétaro; y nos dice Verónica Zárate: En los muchos años que le quedaron de vida, llegó a ser priora de ese convento y luego fundó otro más en Morelia, ciudad donde falleció́ el 11 de junio de 1827. Terminaron así los días de la primera marquesa de Selva Nevada, quien "oficialmente" había muerto para el "siglo" desde 1798, pero que continuó haciendo sentir su voluntad, presencia y poder en el mundo religioso novohispano y luego mexicano.

Al retirarse doña Antonia a la vida conventual le sucedió su hija doña María Josefa Rodríguez de Pinillos Gómez (1770-1813), para convertirse en la segunda Marquesa de Selva Nevada y habitar la casa en la calle De la Cadena, continuar con los largos litigios frente a los antiguos dueños de sus extensas tierras y confundir al mundo con su parada de maridos... Casó ella en primeras nupcias –el 21 de julio de 1785, cuando María Josefa contaba con 17 años y José era un hombre maduro de 44 años– con José Gutiérrez del Rivero Pérez del Río (que murió en 1804) y al enviudar, casó el mismo año con Agustín Pérez del Río Sánchez (1782-1812) a quien reemplazó en 1812 por José de Jesús Noriega Martínez, tercer marido que moriría en 1816.


María Josefa de la Concepción Rodríguez de Pinillos y Gómez Rodríguez de Pedroso –II Marquesa de Selva Nevada– había nacido en la ciudad de México el 8 de diciembre de 1770; aunque heredera del título en 1798, la primera marquesa decidió casarla desde 1785 con aquel José Gutiérrez, 27 años mayor, natural de La Busta –Santander– que era acaudalado comerciante, miembro del Partido de los Montañeses en el Consulado de México, y que llegó a ser regidor y alcalde ordinario del Ayuntamiento de la Ciudad de México.

Ya habitando la casa Nº9 De la Cadena, se convirtió don José Gutiérrez del Rivero en albacea de su suegra, con lo cual tuvo en sus manos la administración de un respetable caudal; cuando en 1798 la primera marquesa renunció a título y bienes en favor de su hija al profesar como religiosa, el inventario de los bienes arrojó la cuantiosa suma de 700,500 pesos, además de incluir las inmensas propiedades productivas, así como la propia casa…


Es a él, José Gutiérrez del Rivero –II marqués de Selva Nevada– a quien debemos agradecer el que se continuara con la edificación de la magnífica casa en el camino a Tacuba diseñada por Tolsá en 1797, que se terminaría para 1805 y que hoy conocemos como Museo de San Carlos; sería también bajo su cuidado que se aprovechó en los haberes familiares una residencia campestre en el alejado pueblo de “San Ángel”, adquirida ya por la primera marquesa de doña Ana Ortiz de Móxica y aprovechada para el veraneo del matrimonio.

La notoria casona aún se conserva -aunque con modificaciones- en contra esquina de la Plaza de los Cielos, sobre calle Hidalgo Nº3, esquina con Reina en San Ángel.



Ese matrimonio de los segundos marqueses procreó once hijos, de los que diez fallecieron siendo infantes, sobreviviendo únicamente María de la Soledad Josefa Gutiérrez del Rivero y Rodríguez de Pinillos, que heredaría título y bienes, y que nació en la ciudad de México el 6 de abril de 1788; considerando lo escrito antes, puede considerarse que aquella niña sucesora al título, vinculo y bienes, era muy buen partido y por tanto la II marquesa debía ser particularmente cuidadosa en la elección de su futuro cónyuge…

El marqués Gutiérrez del Rivero falleció en abril de 1804 a los 63 años, y la viuda no guardó luto por mucho tiempo, ya que casi de inmediato contrajo segundas nupcias con Agustín Pérez del Río. En este segundo matrimonio procreó dos hijos, pero ambos murieron infantes. Nos cuenta Verónica Zárate que “Doña María Josefa buscó un tercer marido que la atendiera en su dolor y, por supuesto, que se hiciera cargo de los negocios familiares. Contrajo esponsales con Demetrio Tomás de Rubayo, comerciante santanderino de 40 años que ya vivía en la casa de los marqueses en 1811. Meses después consideró inconveniente su compromiso y le ofreció al afectado 3,000 pesos, que le entregó en efectivo. No tenemos muchos antecedentes de Rubayo pero podemos especular que no cubrió las necesidades y expectativas de la marquesa.”
Si las puertas hablaran de cuanto han visto pasar…


Cuatro meses después, la II Marquesa contrajo terceras nupcias con José de Jesús Noriega Martínez y Escandón. En poco tiempo, este se ganó la "ciega y total confianza" de la marquesa "por su notoria honradez y buen concepto que me merece". Por ello y por las "pruebas inequívocas que me ha dado de aprecio y de amor, a su honradez y buena conducta, queriendo darle un testimonio de mi gratitud y correspondencia" le heredó –indicándolo así en el testamento– la quinta parte de sus bienes antes de morir el 29 de diciembre de 1813.

El 19 de julio de 1803, los primos María Soledad Gutiérrez del Rivero –que recibiría el título de III condesa de Selva Nevada– y Claudio Francisco Gutiérrez del Rivero celebraron esponsales, cuando ella contaba con 15 años y él tenía a lo menos 25; pero, luego de la muerte del segundo marqués, José Gutiérrez del Rivero, la marquesa declaró que "había ocurrido la novedad" de que Soledad había "variado de intención pretendiendo con empeño y a pesar de la obligación, no contraer matrimonio con su primo Claudio con quien debía, sino con don Felipe Zabalza".


Felipe Zabalza y Oróstegui había nacido en Logroño, provincia de Rioja, alrededor de 1782; era hijo de María del Rosario Oróstegui y Basave –prima del virrey José de Iturrigaray, a quien tocó la invasión napoleónica a España y la abdicación del rey–, y de José de Zabalza y González Mateo. Llegó a la capital de la Nueva España en 1803 como Capitán retirado y ayudante personal del virrey. Para entender la razón de la nueva unión, recurro nuevamente a Verónica Zárate Toscano del Instituto Mora que con su habitual agudeza indica:
Felipe aportaba al matrimonio sus relaciones de parentesco y los Selva Nevada arriesgaban una "inversión social" y lograban pertenecer a las redes políticas de la Nueva España.

Ese casamiento se verificó el 21 de abril de 1804 y se le ofrecieron entonces a Felipe Zabalza y por concepto de dote 40,000 pesos a cuenta de la herencia paterna de Soledad. Esa cantidad se equiparaba con el valor de la casa de la calle De la Cadena Nº19 donde vivía la familia sería incrementada para junio de 1806, en que se acrecentó aquella dote en 59,805 pesos. Soledad y Felipe obtuvieron el título de III Marqueses en 1814 a la muerte de doña María Josefa. Durante su matrimonio tuvieron 11 hijos de los cuales cinco sobrevivieron: Manuel, María Josefa, Vicente, Soledad y María de la Asunción, todos Zabalza Gutiérrez. El primero permaneció en México, casó con Agustina Allende y tuvo seis hijos. La segunda, que era la sucesora al título es toda una historia. El tercero murió en 1830 y las dos últimas se fueron a España donde se casaron con los hermanos Silvestre y Francisco Alcalde. Una de estas ramas revalidó el título después que fue suprimido en México junto con todas las distinciones de nobleza en 1826.


Por los desequilibrios económicos de la guerra de Independencia –que además implicó la pérdida de título cuando en mayo de 1826 (durante el gobierno de Guadalupe Victoria), se suprimieron los títulos nobiliarios y que de la fachada de la casa desapareciera el escudo de armas del marquesado de Selva Nevada– el caudal se fue demeritando y fue necesario vender propiedades; así, por ejemplo, sabemos que en diciembre de 1821 los marqueses de Selva Nevada vendieron la hacienda de San Borja en 140,000 pesos. Una vez consumada la Independencia, don Felipe decidió regresar a España y para ello vendió los bienes "en lo que le pareció". Sin embargo, no pudo pisar su tierra natal pues falleció en el mar y la marquesa regresó a México, dejando a dos de sus hijas con un tío paterno, Francisco Xavier Zabalza, en Burgos.

Respecto a la magnífica casa del marquesado en la Calle De la Cadena, nos cuenta Guillermo Porras Muñoz que:
“La casa fue vendida en 1823 por la III marquesa, doña Soledad Gutiérrez del Rivero, esposa del coronel de artillería, sobrino y ayudante del virrey Iturrigaray, don Felipe Zavala y Aróstegui, a don Gabriel Mancera. Años después le fue agregado un piso, con fachada de tezontle y cantera como el original, y se le hicieron otras adaptaciones indispensables para convertirla en hotel. Hoy lleva el número 49 y sigue siendo uno de los dos recuerdos del México virreinal en esa calle.”


En realidad, la casa parece haber sido vendida a don Tomás Mancera Sotomayor, padre de Juan José Gabriel Mancera García (que nació hasta 1839 en Pachuca), propietario de una de las minas más importantes de Mineral del Chico –que durante la colonia fuera parte del Real de Atotonilco‒, en el Estado de Hidalgo y que entre 1842 y 1872 tuteló la afamada mina “Arévalo”. Fue residencia alterna de la familia Mancera en la Ciudad de México durante un breve período, y Gabriel habitó ahí cuando en 1854 se matriculó en la Escuela Nacional de Ingenieros de Minas –en el Palacio de Minería– de donde egresó en 1857. La casa pasó luego a la propiedad del ya ingeniero Gabriel Mancera, tiempo antes de contraer matrimonio –en septiembre 1879 con Guadalupe Silva Valencia– para quien edificó años después una amplia residencia en la calle de Cordobanes, detrás de Catedral (Ver).

Para la III marquesa de Selva Nevada, el impensado regreso a México en 1825 debe haber sido difícil de aceptar, ya que para entonces ya sólo poseía las haciendas de Chautla, Cantarranas, Atoyac y El Magueyal –que eran parte de la propiedad vinculada de Tomacoco–, la mitad del valor de una casa en la ciudad de México, sus alhajas, ropa de uso y algunos capitales invertidos en Cádiz y París. La casa familiar en la Calle De la Cadena, que ahora se nombraba 2ª de Capuchinas, estaba ya ocupada por los Mancera/García y parecía preverse su transformación en un “Hotel de Primer Orden”…


En 1828 y "atendiendo a las buenas circunstancias de este individuo y a la utilidad que le resulta con este enlace por haber quien esté al cuidado de sus intereses y administración de ellos", María Soledad Gutiérrez del Rivero –III condesa de Selva Nevada– y viuda de Gutiérrez del Rivero, contrajo matrimonio con Tomás Gillow Jump, cuando ella contaba 41 años y Tomás tenía 32. Doña soledad se embarazó por decimosegunda vez y en 1832 dio a luz a Francisco de Paula Gillow Gutiérrez, pero falleció el 30 de agosto. Esa vertiente de la familia –con Josefa Zavalza Gutiérrez y Eulogio Gillow– conservaría la hacienda de San Antonio Chautla (foto de arriba) y la transformaría en el centro productivo poblano que hoy aún sorprende a los visitantes…

Volviendo ahora a don Gabriel Mancera García, fue un conocido ingeniero, empresario de minas, constructor, político y filántropo mexicano; hijo de Tomás Mancera Sotomayor e Isabel García de San Vicente. Estudió en el Colegio de San Juan de Letrán de la Ciudad de México y en 1857 obtuvo el título de ingeniero. Ya antes he documentado la magnífica casa que desde 1902 habitó con su esposa Guadalupe Silva en el Nº 15 de la calle de Cordobanes ‒ahora Donceles N°94‒ (Ver) edificada por el ingeniero Antonio Caso.



Todo parece indicar que la casa que fuera del marquesado de Selva Nevada –ya sin el escudo sobre el balcón principal que la identificaba– fue primero ampliada a manos de don Tomás Mancera en 1835, agregando un piso que respetaba la disposición general del inmueble –aunque seguramente se abrieron entonces los vanos del piso bajo–, pero treinta años después y para hacer frente a la popularidad del albergue en la Calle De la Cadena, para 1865 se hizo una nueva ampliación –ahora radical–, que aprovechando apenas la primera crujía del edificio del S. XVIII, creó una nueva estructura de acero a cargo del ingeniero Francisco Barrera para soportar un edificio totalmente nuevo, de cinco pisos al interior y aprovechando la totalidad del terreno.


En la foto de arriba, se distinguen claramente y en fachada tres ampliaciones a la casa de la 1ª Marquesa de Selva Nevada: abajo, parte de la “Planta Noble” de la casa levantada en 1773, con su magnífica talla en chiluca bordeada de tezontle, marcando el altísimo entrepiso; al centro, la ampliación de 1835, de mucho menor altura y que retoma el acabado de tezontle en los paramentos del muro –en su momento, debió tener su propio remate, probablemente imitando al original–; finalmente arriba, la ampliación de 1865, que ya solo termina los muros con aplanado pintado y agregó un nuevo remate y nicho sobre el balcón principal y acceso.

Aunque desde el frente pareciera haberse respetado la casa original, la transformación del ingeniero Francisco Barrera, ejecutada en 1865, destruyó patios y habitaciones interiores y perimetrales del S. XVIII para levantar una nueva estructura metálica que pudiera soportar los cinco pisos que tendría el edificio interior, que –muy a la manera de la tradición del período– se desarrolla en torno a dos patios cubiertos por tragaluces decorados con cristales coloridos.


Ya para 1890, el Hotel Mancera se anunciaba como un “Hotel de Primer Orden”, donde se gozaba de “Todos los departamentos con Baño”, en la 2ª Calle de Capuchinas Nº49…

Siguiendo la práctica del período, las habitaciones abrían todas al patio cubierto –pero bien ventilado–, donde en la parte baja se había cubierto el primer piso para albergar un restaurante o salón y arriba se dejaba un espacio abierto para el disfrute de los huéspedes.


No debe sorprendernos la intervención, ya que varios edificios coloniales en lo que ahora llamamos “Centro histórico” sufrieron intervenciones equivalentes; un afortunado ejemplo fue el “Hotel diligencias” luego “Hotel Palacio de Iturbide” que transformó el magnífico “Palacio Moncada” –encargada la casa por el marqués de Jaral de Berrio para su hija, Ana María de Berrio y Campa– también obra del arquitecto Francisco Antonio Guerrero y Torres, en un hotel con cubierta de cristal sobre el patio principal, en una modificación bastante respetuosa a cargo del arquitecto Emilio Dondé.


El “Hotel Mancera” gozó de indiscutible prestigio, aunque lo más granado de su éxito estaba por venir, cuando un nuevo inquilino se mudó casi enfrente, para ocupar una nueva residencia –rentada primero– en el Nº8 de la Calle De la Cadena…

El general Porfirio Díaz Mori habitó primero en el número 5 de la calle del Relox –hoy república de Argentina–, pero pronto cambió a la llamada “Casa Presidencial” en el número 1 de la calle del Arzobispado –ahora Moneda–; luego de morir su esposa Delfina Ortega en 1880, dejó aquella casa para mudarse a la calle de Santa Inés por breve tiempo y luego al número 45 de la hermosa calle dedicada a Humboldt.


Cuando en 1881 el caudillo contrajo segundas nupcias con Carmen Romero Rubio –ella apenas llegando a los 18 años y él contando ya 51– mudó a una magnífica casa –asiento de la familia Fagoaga en la Calle De la Cadena Nº8– que inicialmente rentaba por cuatrocientos pesos mensuales y luego compró cuando echó raíces y la remodeló (Ver).

Carmen Romero Rubio era hija de una de las familias de mayor condición (Ver), educada en ambientes sofisticados de México y Estados Unidos, con dominio de varios idiomas, elegante y católica, que mostró al general el protocolo de la alta sociedad y aprovechó el Hotel Mancera para hacerlo…


Así, para 1883 era ese el “Hotel frente a la casa del Presidente” y mantuvo esa carta de presentación hasta septiembre de 1911. ¡Todo visitante se sentía orgulloso de estar tan cerca de Don Porfirio!



De hecho, en 1911 cuando se rumoraba ya que el Presidente Díaz renunciaría, aquel jueves 25 de mayo el Hotel Mancera se transformó en el sitio desde donde salió la pequeña comitiva rumbo a la estación San Lázaro para tomar el tren a Veracruz…



El Hotel Mancera siguió siendo reconocido aún luego de la revolución, y su restaurante conservó el favor de innumerables comensales, que aprovechaban algunos de sus salones para reuniones y fiestas. Abajo, una imagen en el patio principal del “Hotel Mancera” captada en 1924 con un grupo –que supongo es parte de la “Compañía Fraccionadora y Constructora del Hipódromo de la Condesa”– que celebraba la firma para urbanizar aquel Hipódromo en la Colonia Insurgentes-Hipódromo.


Sentados al centro es fácil distinguir a don José G. De la Lama, primera mitad de la sociedad “De la Lama y Basurto S.A.” y a su izquierda, el muy joven Raúl A. Basurto; aparecen también el arquitecto Leonardo Noriega y el ingeniero Javier Stávoli, además del arquitecto José Luis Cuevas Pietrasanta, autores todos de fracciones relevantes de aquella urbanización...

De hecho, sospecho que cualquier visitante del período, reconocería perfectamente el que fuera Hotel Mancera en su estado actual, a pesar de los cien años que ya han pasado y los más de 150 que han transcurrido desde que la casa de Selva Nevada se transformó en hotel.


Luego de un lento declive, el Hotel Mancera cerró puertas en 1979; al interior alberga ahora dos dependencias del gobierno de la ciudad que aprovechan buena parte de sus instalaciones: el Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno de La Ciudad de México – alberga al secretario general de la sección 26– así como lo que fue el Instituto para la Atención del Adulto Mayor del Distrito Federal.

Afortunadamente, el edificio de 1865 a cargo del el Ing. Francisco Barrera conserva buena parte de sus acabados originales, incluyendo los vitrales que cubren ambos partidos.



En el piso bajo –además del acceso a las oficinas de los pisos altos– la que fuera “Palacio de los Marqueses de Selva Nevada” acoge ahora una tienda de jugos, el “Bar Mancera” evocación del hotel, así como una “cantina-museo” llamada “La Faena”, de vocación taurina.


En “La Faena” aún pueden verse algunos de los decorados de lo que fueran salones del “Hotel Mancera”, aunque quiero suponer que el colorido se ha alterado. El “Bar Mancera” fue recientemente restaurado y aunque parte del decorado fue transformado, presenta aún algunos elementos de la transformación de 1865.



No he logrado tener acceso a lo que fuera el “Salón de Estrado” de la casa de Selva Nevada, para averiguar si algo queda, pero perecería ser que cuando menos la viguería recuerda el espacio del siglo XVIII en esa magnífica Planta Noble...




Este Blog se hace gracias al apoyo incondicional de Julieta Fierro; está dedicado a las “Grandes casas de México” y pretende rescatar fotografías e historia de algunas de las residencias que al paso del tiempo casi se han olvidado y de las que existe poca información publicada. El objeto es la divulgación, por lo que se han omitido citas y notas; si alguien desea más información, haga el favor de contactarme e indicar el dato que requiere. A menos que se indique lo contrario, las imágenes provienen de mi archivo, que incorpora imágenes originales recopiladas al paso del tiempo, así como el repertorio de mi padre y parte del archivo de don Francisco Diez Barroso y sus imágenes de Kahlo; en general, he editado las imágenes a fin de lograr ilustrar mejor el texto. Si se utilizan las imágenes, favor de indicar la fuente –aunque advierto que pueden tener registro de autor–.



Conforme haya más entradas (¡Ya hay más de ciento treinta!), aparecerán en el índice de la parte superior derecha de esta página…



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