viernes, 16 de junio de 2023

La casa de don Pedro Romero de Terreros –Conde de Regla– y doña María Antonia Trebuesto y Dávalos, "La casa de Plata" en San Felipe.

Hoy República Del Salvador Nº59



La sorprendente residencia, creada hacia 1768 para el “hombre más rico del mundo” (según su coetáneo Antonio de Ulloa) –que residía principalmente en sus afamadas “haciendas para el beneficio de la plata” de Santa María y San Miguel Regla–, se edificó en la capital sobre un terreno con poco más de 1,600m² y aprovechando parte de un viejo edificio que había pertenecido a la orden Cisterciense (había albergado la escuela conventual de las hermanas del Complejo de San Bernardo) que había sido adquirido desde 1746 –justo al lado del atrio para el nuevo templo dedicado a san Felipe Neri, el Apóstol de Roma, canonizado apenas en 1622–. Sería así residencia del flamante Conde de Santa María de Regla (título recibido a final de ese 1768) –don Pedro María Romero de Terreros Vázquez Ochoa y Castilla– y su señora esposa doña María Antonia Trebuesto Dávalos, hija de doña María Magdalena Dávalos-Bracamonte Orozco, la afamada condesa de Miravalle –emparentada con Juana María de Andrade Moctezuma, descendiente del emperador Moctezuma Xocoyotzin– que habitaba apenas a un par de calles en Espíritu Santo.


Arriba, una magnífica “Fuente” de plata, muy a la manera de las que debieron ornar la casa del conde de Regla; la pieza Novohispana que forma parte de la colección del Museo Franz Mayer, se debe haber fabricado en la Ciudad de México, entre 1770 y1778, en plata fundida, forjada, repujada y picada de lustre. Abajo, una imagen de la calle San Felipe hacia 1899, con la casa del conde de Regla en primer plano; a la derecha aparecen el “Teatro Arbeu” así como la torre/campanario de lo que había sido acceso al conjunto religioso del oratorio de san Felipe Neri, constituido ahí desde 1702.


Al paso del tiempo, la casa albergó a distintos miembros de la familia, amparo que incluyó al II conde de Regla –Pedro Romero de Terreros y Trebuesto– que contrajo matrimonio con María Josefa Rodríguez de Pedroso Cótera, hija del conde San Bartolomé de Xala, y acogió por varios años a los III y IV condes –Juan Nepomuceno Romero de Terreros y López de Peralta, duque de Regla– para recibir luego a la V condesa –María del Refugio Romero de Terreros y Goríbar– que contrajo matrimonio con don Eduardo Rincón-Gallardo y Rosso, III marqués de Guadalupe Gallardo. Finalmente, y a inicio del S.XX, la propiedad quedó en manos de don Alfonso Rincón Gallardo y Romero de Terreros –VI conde de Regla y V marqués de San Cristóbal–, que contrajo matrimonio con Leonor de Mier y Cuevas, y que mudaron residencia a la avenida Ribera de san Cosme…

En la imagen de abajo, aparecen en una toma captada en 1876 –en el patio de la residencia Romero de Terreros, en la Calle de San Felipe– de izquierda a derecha: don Pedro Rincón Gallardo y Rosso (1834-1909), María Luisa Rincón-Gallardo Rosso de Cortina San Román, abrazada por su abuela la niña Paz Rincón Gallardo y Romero de Terreros, doña María Guadalupe Gómez de Parada y Gómez de Otero de Romero de Terreros, don Juan Saavedra (secretario de don Manuel Romero de Terreros), el propio don Manuel Romero de Terreros y de Villar Villamil, Loreto Gómez de Parada y de Otero y de pie Josefa Romero de Terreros y Gómez de Parada ya señora de Algara.


Aunque para 1859 hacía tiempo que los títulos habían desaparecido en México, el condado de Regla devino en ducado cuando la reina Isabel II otorgó a Juan Nepomuceno Romero de Terreros y López de Peralta (7 de febrero de 1818-28 de febrero de 1862), el título de I duque de Regla, aunado a grande de España, IV conde de Regla, III marqués de San Cristóbal, V marqués de Rivas Cacho, V marqués de San Francisco y V conde de San Bartolomé de Xala.

También desde fin del S.XIX, en lo que se había edificado como nuevo oratorio de san Felipe Neri –y que quedó en abandono luego de graves daños por sismo– se instaló el “Teatro Arbeu”, anfiteatro que modificó por completo la dinámica de la zona y transfiguraría a los residentes. Luego de la revolución y para 1928, la casa de Regla fue “intervenida” y ampliada por el Ingeniero Francisco Cortina García, perdiéndose todo el interior, aunque conservándose la fachada –incluida la primera crujía del edificio levantado en 1768–, a la que se añadió un piso, creando 20 viviendas independientes, comercios y bodegas en torno a un alargado patio central. Abajo, una imagen de la ya entonces calle dedicada a la República Del Salvador hacia 1933, con la ampliada –en 1928– Casa del conde de Regla en primer plano; a la derecha aparecen el “Teatro Arbeu” así como la torre/campanario de lo que había sido acceso al conjunto religioso del oratorio de san Felipe Neri.


Luego de permanecer en abandono –como resultado directo de las políticas de “Rentas congeladas” que siguieron a la II guerra– y acumulando daños a causa del descuido y los sismos de 1957, 1985 y 2017, el inmueble –parte de los trabajos prioritarios que el Fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México proyectó en su plan integral de manejo 2011-2016– fue donado por el gobierno de la ciudad de México a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y desde 2020 pasó a ser parte de sus instalaciones –junto con la “Casa Talavera”–; aunque el edificio ha sido ampliamente remozado durante 2022 y 2023 no ha sido ocupado…




Don Pedro María Romero de Terreros Vázquez Ochoa y Castilla fue un hombre de transcendentales claroscuros, que tendría profunda influencia y trascendencia en la historia de la Nueva España y es recordado por su enorme riqueza, la creación del “Monte de Piedad”, además del célebre título de Conde de Regla.
Nació el 28 de junio de 1710 en Cortegana -Andalucía-, miembro de una familia de hidalgos rurales, quinto hijo del matrimonio de José Romero Felipe Vázquez y de Ana de Terreros Ochoa y Castilla, ambos pertenecientes a familias andaluzas de medianos propietarios. De entre sus antecesores, destacaron don Pedro de Terreros, acompañante de Colón en sus cuatro viajes al Nuevo Mundo y el religioso apostólico de la Santa Cruz de Querétaro, fray Alonso Giraldo de Terreros, expedicionario y mártir en la entrada misional (1757) a orillas del río San Sabá -en Texas-.


Desde pequeño, Pedro parece haber mostrado excepcional inteligencia y, dado que no podría beneficiarse del mayorazgo familiar, sus padres le encaminaron hacia los estudios eclesiásticos. A los 22 años embarcó rumbo a “las Indias” reclamado en Nueva España por su tío Juan Vázquez de Terreros –prominente ccomerciante de Santiago de Querétaro– donde asumió el control de los mermados negocios de aquel tío y rápidamente los volvió lucrativos. Se nos dice por parte de la Real Academia de la Historia que: “El primer servicio de Pedro a su tío consistió en tramitar el envío de una valiosa colección de objetos de plata labrada para la liturgia y dinero en efectivo que aquél tenía destinados a la ermita y parroquia de El Salvador de Cortegana.”


Luego de la muerte de don Juan Vázquez en 1735, fue albacea primero y gestor de la tienda de Querétaro, actividad que le permitió multiplicar sus bienes al verse fortalecidas las ventas durante la confrontación anglo-española; además asumió Pedro el lugar de su tío en diversos cargos municipales, llegando incluso a ser alcalde, alférez real y alguacil mayor de la ciudad de Querétaro por 1742. Estos cargos le permitieron ampliar su instrucción y así se informó que, hacia el oriente, en el poblado de Real del Monte –ahora estado de Hidalgo– parecían existir magnas vetas de plata, oro y otros minerales.

Al poco tiempo se apersonó en Huascazaloya –nombre que proviene de la lengua nahoa, que significa ‘Lugar de regocijo o alegría’ y que por apócope da nombre a Huasca–, donde para 1743 se asoció con José Alejandro Bustamante y Bustillo, empresario que desde 1739 había conseguido permiso del Virrey de la Nueva España, por entonces don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, para iniciar la explotación en una veta llamada “La Vizcaína”; así, a la muerte accidental de Bustamante en 1750, Romero de Terreros –el socio capitalista– reclamó y obtuvo la total tenencia como propietario único de la veta y así preparó el acopió de celebérrima fortuna deparada. Aquella veta era tan rica que en 1746 se habían registrado novecientas familias de trabajadores asignados a este solo filón –cifra que aumentó al paso de los años–, y fue la única que se explotó ininterrumpidamente durante la segunda mitad del siglo XVIII…


Arriba, un plano que pertenece a la Mapoteca Manuel Orozco y Berra, y que muestra los cerros del Real de Minas en Pachuca, C.a.1750. En el documento que acompaña al plano se indica que en mayo 1739 el empresario José Alejandro Bustamante y Bustillos registró “las minas contenidas en la nombrada Veta Vizcaína, sita en el Real del Monte, ofreciendo desagüarla y habilitarla, con tal que se le adjudicase y concediese”. Obtendría así “el uso, propiedad y beneficio de todas las vetas”, y que las justicias de la jurisdicción se encargaran de conseguirle los operarios. El virrey Juan Antonio Vizarrón se lo concedió. Como he escrito, en 1743 Bustamante se asoció con Pedro Romero de Terreros, y con ese capital cortaron la “contramina” o socavón llamado Azoyatla. Bustamante muere en 1750 y: “A su muerte la Veta Vizcaína fue adjudicada a don Pedro Romero de Terreros”, que finalmente logró “beneficiarla”, abriendo paso la época de oro para las minas de Pachuca y se convirtió en el hombre más rico de la Nueva España.

Abajo el “Patio de la Hacienda de Regla” firmado por Eugenio Landesio en 1857 y que pertenece a la colección del Museo Soumaya. Aunque el lienzo muestra el conjunto cien años luego de la explotación por Romero de Terreros, estoy cierto que el Conde de Regla lo hubiera reconocido perfectamente…



Justo frente a la explotación y ese “Patio de la Hacienda de Regla” (alias El Salto), se descubren extraordinarias columnas geométricas de basalto, que forman las murallas de la barranca de Santa María Regla, bañadas por las cascadas que ahora reciben agua de la presa de San Antonio. En 1803 y durante su expedición por América, Alexander von Humboldt visito la región; en mayo, Humboldt dibujo los prismas y en el grabado “Rocas basálticas y cascada de Regla”, Humboldt, muestra los prismas basálticos en el mismo plano que la cascada, y en la parte baja del dibujo, dibujó a integrantes de la comitiva científica que le acompañaron, admirando el paisaje.

Ese trabajo de Humboldt, representa la primera narración geológica y gráfica publicada sobre los prismas basálticos, y abajo aparece aquel grabado –lámina 22– “hecho a partir del dibujo del propio Humboldt por Friedrich Wilhelm Gmelin -en Roma- y grabado por Bouquet -en París-” que apareció en el Volúmen II de “Vues des Cordilleres et monumens des peuples indigenes de l'Amerique”, publicado en París en 1810.


Esos fantásticos prismas son columnas de basalto –una roca ígnea extrusiva de color oscuro, que constituye una de las rocas más abundantes en la corteza terrestre–, creadas por el lento enfriamiento de flujos de lava hace unos 2.5 millones de años –durante el pleistoceno–. Las columnas se erigieron con forma de prismas poligonales (principalmente pentagonales y hexagonales), con un diámetro de 80cm., alcanzando algunos unos 40m de alto. El conjunto estaba bañado por cuatro saltos de agua, que recibían agua del río de San Antonio Regla, y que ahora se alimentan aguas arriba de la presa de San Antonio (Regla).

El sitio sería también visitado y bosquejado por Johan Moritz Rugendas en su “Der wasserfall in der Basaltschlucht von Regla” (La cascada y los basaltos de Regla), pintado en 1832. Abajo, aparece la ilustración de Rugendas, captada cuando se presentó en una exposición en el Museo Nacional de Historia, en Castillo de Chapultepec, por 1994.



Dada la necesidad de “Beneficiar” la plata y vista la bonanza de la Veta de Vizcaína, don Pedro Romero de Terreros buscó un amplio sitio para el trazo de Patios, ya que el terreno montañoso de Real del Monte era un obstáculo, al requerirse extensiones planas para practicar el “Beneficio de patio”, un sistema promovido por Medina; el “método de patios” es un proceso para extraer plata de las menas de Argentita, en un proceso que se dice fue inventado por Bartolomé de Medina en Pachuca, cerca de 1554 y utiliza la amalgamación con mercurio –agregando un sulfato de cobre a la solución de mercurio y agua salada para catalizar la reacción de amalgamación– y así recuperar la plata del mineral.

Esos “Patios” con sus estanques se crearían en Huasca, de modo que entre 1760 y 1762, Romero construyó las haciendas de Santa María, San Francisco Javier, San Miguel y San Antonio –todas de Regla–, con lo que en sus "patios" inició el gran adelanto de la región, dando ocupación a cientos de trabajadores para construirlas y luego operarlas.


Aún hoy, se descubren parte de los “patios” de aquella “Hacienda de Beneficio” en el “Hotel Hacienda Santa María Regla” en Huasca de Ocampo, transformados parte de los estanques de amalgamación en un pintoresco lago. Apenas a unos metros y hacia el sur de aquel “Patio”, se levantan imponentes los prismas basálticos de Santa María Regla, sitio que bien vale una visita.



No es casual el apelativo “De Regla” que Romero de Terreros dio a esas haciendas, río y barranca, dada su devoción a “Nuestra Señora de Regla”, una advocación Mariana muy popular en Cortegana, que tiene su principal representante en la Villa de Chipiona, en Andalucía. La leyenda cuenta que San Agustín de Hipona, tuvo la revelación de un ángel que le mandó tallar una imagen de la Virgen. La imagen fue llevada a España por su discípulo Cipriano que, después de sortear una feroz tormenta en el estrecho de Gibraltar, desembarcó en Chipiona, donde se venera esa imagen de la Virgen de Regla; por esa travesía, y con el tiempo, se hizo patrona de los hombres de la mar.

Abajo, la Virgen de Regla -Nuestra Señora de Regla- que se encuentra en la villa de Chipiona, ahora comunidad autónoma de Andalucía. Se trata de una imagen ataviada como “Virgen Ampona” con la talla en madera de una “Virgen negra”, escultura de unos 62 cm de alto, de estilo románico, que sigue la iconografía mariana de las vírgenes negras y a la que se agregó un niño (blanco).


Andando el tiempo y bajo su atenta vigilancia, Romero de Terreros consiguió que los trabajos en la Veta Vizcaína alcanzaran una profundidad nunca lograda hasta entonces, cosa que permitió el control de las aguas subterráneas indeseables, la apertura de otras vetas y la extracción de más mineral argentífero; así consolidó sus “haciendas de refinar metales” sobresaliendo Nuestra Señora de Regla –que generalmente se conocía como El Salto, por las cascadas de los prismas basálticos– acreditada en su tiempo por el coronel y director de ingenieros Manuel de Santi Esteban, como “la más magnífica y productiva” que había en Nueva España. Por todas estas obras, que fueron inspeccionadas por las autoridades oficiales de Pachuca a solicitud del dueño y que permitieron ir unificando los filones localizados a lo largo de la veta principal, recibió la felicitación del entonces virrey marqués de Cruillas…


Arriba una imagen fechada en 1887, en que aparecen los patios de la “Hacienda de Nuestra Señora de Regla” en el ya Estado de Hidalgo.

Para 1752 y conseguida una dispensa de hidalguía –el reconocimiento de hidalguía aportaba, además de prestigio social, ventajas fiscales y beneficios económicos, al quedar exentos del pago de determinados impuestos y tributos–, don Pedro Romero de Terreros logró obtener en primer lugar merced de hábito de la Orden de Calatrava, para luego fundir caudal y linaje al contraer matrimonio en junio de 1756 con la hija de una influyente familia criolla –aunque con graves problemas financieros–, María Antonia Josefa Micaela Trebueso y Dávalos, hija de don Antonio Trebuesto Alvarado Llano y la III condesa de Miravalle, doña María Magdalena Catalina Dávalos-Bracamonte y Orozco.

Al momento de su creación –por Real Despacho del 18 de diciembre de 1690–, el condado de Miravalle comprendía una importante extensión de tierra con sembradíos de tabaco y pastura para el ganado, las minas de oro del Espíritu Santo y Santa María del Oro, labores de azúcar y de alcohol, y tenía su casa principal en la Hacienda de San Juan de la villa de Santiago de Galicia de Compostela de Indias, ahora simplemente Compostela en Nayarit. Ya para entonces, los condes de Miravalle residían en un espectacular palacio en la ciudad de México, en la calle de Espíritu Santo –actual calle de Isabel la Católica Nº30– que es ahora un “Hotel Boutique” y al que mucho debió la casa de Regla.


Cabe hacer notar que la III condesa, doña María Magdalena Dávalos-Bracamonte y Orozco –madre de María Antonia Josefa Micaela Trebuesto y Dávalos– había adquirido en las afueras de la capital y desde 1704 la hacienda de Santa María del Arenal (Ver), que un par de siglos después se convirtió en parte de la ciudad misma, incluyendo lo que fuera un hipódromo que hoy da nombre a la colonia Hipódromo Condesa…

En aquella casa de la calle de Espíritu Santo también habitaría el IV conde de Miravalle, Justo Alonso Trebuesto y Dávalos Bracamonte –hermano de María Antonia Josefa Micaela Trebuesto y Dávalos, esposa de Pedro Romero de Terreros–, que contrajo matrimonio con Juana María de Andrade Moctezuma, descendiente directa de Isabel de Moctezuma, hija del tlatoani Moctezuma II y el conquistador Pedro Gallego de Andrade; por eso y a partir del V conde de Miravalle, se considera que todos además descienden del emperador mexica.


De la unión de don Pedro Romero de Terreros y María Antonia Josefa Micaela Trebuesto y Dávalos, nacerían ocho hijos: Micaela (1757-1817), Juana (1758-1762), María Antonia (n.1759), María Ignacia (n.1760), Pedro (1761-1809 que casaría luego con la condesa de San Bartolomé de Xala, que tocaremos más adelante), Francisco Javier (1762-1778), Dolores (n.1765 y que casaría con el marqués de Herrera) y José María (1766-1815), todos Romero de Terreros y Trebuesto.

También desde 1756 –año de su enlace con la casa de Miravalle– comenzó don Pedro a prestar importantes servicios a la Corona y a la defensa del virreinato, comprometiéndose a petición de su primo fray Alonso Giraldo, a proporcionar los auxilios necesarios a las misiones que el virrey marqués de las Amarillas intentaba establecer junto al río San Sabá, área amenazada por los comanches y sus aliados, así como financiar por tres años el mantenimiento de los religiosos en aquellas tierras. Además, costeó todos los gastos de la ceremonia de la jura y exaltación al Trono de Carlos III en 1759, celebrada con gran esplendor en Pachuca.


Como era de esperarse y después de un largo proceso administrativo, Carlos III le confirmó a don Pedro, en 1764, la posesión legal y extendida de la explotación y el beneficio de los nuevos yacimientos y demás labores realizadas en “El Salto”. El 7 de diciembre de 1768 –poco después del sismo del 4 de abril– se concedió por placer del rey Carlos III el título de “conde de Santa María de Regla”, creado así a favor de Pedro María Romero de Terreros y Ochoa de Castilla, caballero de la Orden de Calatrava y benefactor del virreinato.

Tal y como era de esperarse, en las propiedades de don Pedro apareció desde 1769 el escudo del nuevo condado y en las haciendas de Santa María, San Francisco Javier, San Miguel y San Antonio, aún se pueden admirar esas decoraciones sobre entradas principales; abajo, el acceso a la hacienda de San Miguel Regla, justo al norte de Huasca de Ocampo, transformada ahora en hotel.


Desde 1746 –diez años antes de su matrimonio con María Antonia Trebuesto– don Pedro había adquirido en la capital un viejo edificio en la calle de San Felipe Neri (antes Arco de San Agustín) –apenas a unos metros del Templo de San Agustín– que pertenecía a la orden Cisterciense y había albergado la escuela conventual de las hermanas del Convento de San Bernardo; con algunas transformaciones estableció ahí su casa en la capital, aunque para 1755 emprendió la transformación total del inmueble que al paso del tiempo sería conocido como “La casa de la Plata” y para 1770 recibía ya a los visitantes bajo una triple galería coronada con el espectacular escudo de armas –tallado en piedra de villerías–, del Primer condado de Santa María de Regla instalado en la apenas remodelada residencia luego del sismo de abril de 1768…


El magnífico Palacio se edificó sobre un terreno con 1,603m² y aprovechando parte de los cimientos de la escuela conventual edificada cien años antes, todo justo al lado del amplio atrio para el nuevo templo dedicado a san Felipe Neri, que estaba siendo construido por el arquitecto Ildefonso de Iniesta Bejarano comenzando en 1751.

Según nos cuenta Antonio García Cubas, aquel conjunto de San Felipe contaba ya en 1746 con el que pasaría a ser “templo viejo”, una iglesia de tres naves cubierta con bóvedas, que había sido dedicada en junio de 1687 por el arzobispo don Francisco Aguiar y Seijas. De esa edificación se conserva aún ahora la portada, que podría llamarse “de reclamo” en el sentido de llamar la atención de los transeúntes, pues su vano no da acceso a la iglesia propiamente, sino a un patio que tenía la iglesia al fondo, ya desaparecida...


Según Manuel Sánchez Santoveña, esta portada fue edificada por el arquitecto Diego Rodríguez y está estructurada a la manera de un arco triunfal, con un segundo cuerpo en la portada donde un marco mixtilíneo encuadra el relieve central, apoyado en una muy protuberante peana ornada con hojas de acanto; a la izquierda, una torre –probablemente posterior– está integrada a esa portada. Detrás, aún se conserva también el claustro del Oratorio que había sido edificado a partir de 1684 por el arquitecto Cristóbal de Medina Vargas Machuca, a solicitud expresa del arzobispo don Francisco Aguiar y Seijas.


Aunque la pieza fundamental del conjunto y que iniciaría edificación a partir de 1751 –cuatro años antes de que en la “Casa de Plata” habitaran don Pedro Romero de Terreros y doña María Antonia Josefa de Trebuesto y Dávalos–, sería diseño del arquitecto Ildefonso de Iniesta Bejarano para un NUEVO Oratorio, justo colindando con el muro poniente de la casa. Lamentablemente, cuando un fuerte temblor sacudió Ciudad de México el 4 de abril de 1768, el magnífico, pero aún inconcluso edificio sufrió graves daños y quedó en ruinas, salvándose apenas la truncada portada…

Arriba, un magnífico dibujo de aquella majestuosa portada estípite, diseñada en 1750 por Ildefonso de Iniesta Bejarano, aunque coronada con el remate que creó para su restauración el arquitecto Carlos Chanfón Olmos, obra rescatada e integrada en 1970 según proyecto aprobado por la comisión de monumentos del INAH para transformarla en biblioteca; en el dibujo se marca además el grave hundimiento, que acorta la base del conjunto en más de metro y medio.


Aunque con aquel sismo que sacudió la capital de la Nueva España el 4 de abril de 1768 –que además sacudió con fuerza Oaxaca, Puebla, Veracruz, Colima y Jalisco– se dañó también la “Casa de Plata”, de inmediato se emprendieron las reparaciones necesarias y colocó el nuevo escudo de armas del Primer condado de Regla, reparaciones que todo parece indicar quedaron listas a principio de 1770.

Arriba, una recreación de la muy sobria fachada de dos pisos (sin entresuelo) y composición simétrica, de la casa Romero de Terreros y Trebuesto, que presentaba amplios paramentos cubiertos de tezontle y holgadas ventanas en la planta noble; aunque aquella “Casa de Plata” se intervino por 1769, tengo dudas respecto a la distribución de los vanos en el piso bajo en aquel período y las he representado tal y como llegaron al S. XIX, aunque serían repetidamente modificadas durante el S.XX, incluido el grupo de tres en el balcón principal al centro de la composición y bajo el escudo…


Muy a la manera de las residencias del período, el eje de acceso conserva aún una magnífica puerta de dos hojas con chapetones -y con una portilla secundaria- enmarcada por trabajo en Chiluca con dintel de dovelas con talla mixtilínea –la clave con un prominente diseño, así como dos galas circulares con ornamento floral de referencia mariana–, flanqueado por dos robustas pilastras cuyo capitel se ha sustituido por repisas de ancho roleo, rematado todo por curioso entablamento que con friso de hojarasca –con lo que parecieran ser singulares vides– sostiene luego con amplia cornisa el balcón principal. Abajo, el detalle de ese trabajo…


El segundo cuerpo de la portada se abre también al centro con un triple mirador, flanqueando también cada una de las tres puetas con un par de pilastras, que confinan curioso dintel labrado con dos redondas galas y ornamentada clave; un friso de exuberante talla recibe la cornisa que define aquel grupo de ventanas –que seguramente abrían desde el “gran Salón de Estrado” y “Salón del Dosel”– y dan marco al palco creado en fierro forjado y apuntalado con crucetas.

Abajo, sobre esa cornisa y entre grandes remates, es muy probable que en un tablero ataviado y ornamentado se hubiera labrado –prominente– el escudo de armas del Primer condado de Regla, tal y como sucedía en las casas del Marquesado de Selva Nevada (Ver) o del Condado de Santiago de Calimaya (Ver).


Aunque con la abolición de los títulos nobiliarios en mayo de 1826 –durante el gobierno de Guadalupe Victoria– se ordenó destruir los escudos y otros símbolos que recordaran la antigua minoría, podemos suponer que el remate central del edificio mostraba un magnífico escudo colocado desde 1769 con las armas del Condado de Santa María de Regla, labrado probablemente en piedra de villerías, muy a la manera de lo que había sucedido en la casa del Condado de Santiago de Calimaya; como referencia, aparece abajo el escudo que aún sobrevive en Huasca, recuerdo de las propiedades del condado de Santa María de Regla.



Aquella triple ventana central* parece ser un caso único en la Nueva España y en el siglo XIX desapareció –el hueco central fue tapiado, probablemente para reforzar de la estructura–, para ser repuesto en 1928 por el ingeniero Francisco Cortina cuando intervino el edificio, por lo que no es seguro el que fuera de diseño idéntico a las puertas laterales, tal y como lo vemos ahora.

Arriba y para efecto comparativo, dos recreaciones de las portadas de la casa del Condado de Santa María de Regla y del Marquesado de Selva Nevada, ambas hacia 1772 en la calle de San Felipe una (antes Arco de San Agustín) y la otra en la Calle De la Cadena (antes calle de la Celada), apenas a ciento veinte metros la una de la otra.

* Me he topado con apenas una escueta descripción que pudiera referirse a aquel escudo y que indica: “Arriba, entre las ventanas, el escudo del mayorazgo y Nuestra Señora de Regla”; podría ser que no hubo una tercera ventana y el sitio estuvo ocupado por las armas del Primer Condado de Regla y una imagen de bulto, a la manera de la casa de los condes de Rábago…


En ambas fachadas barrocas, los paños están “recubiertos de rojo y afelpado tezontle” que resalta el gris de los marcos de cantera de puertas y ventanas. Es importante dejar claro que el remate superior del edificio se perdió y no he encontrado descripción detallada alguna *, por lo que he cerrado la recreación de arriba, retomando elementos ornamentales de la portada y uno de los escudos que sobreviven en las haciendas de Real del Monte…


Algo similar sucedió con las ventanas del piso bajo, que han sido repetidamente intervenidas y dejan grandes dudas respecto a la apariencia y ubicación de aquellos vanos. En la intervención del ingeniero Francisco Cortina para adecuar el edificio en 1928, se abrieron seis vanos en ese piso bajo, puertas que puedo aseverar con certeza no existieron en el edificio de del S. XVIII. Según fotos del S.XIX, parece haber habido apenas dos ventanas, que seguramente estaban protegidas por una reja, probablemente a la manera de la recreación de arriba…

En todo caso, traspuesta aquella puerta central, la casa debió distribuirse en torno a un muy amplio patio, tal y como sucedía en la casa del condado de Miravalle en la calle de Espíritu Santo –actual calle de Isabel la Católica Nº30– patio que organizaba las diversas actividades y dirigía a los visitantes a la gran escalera que llevaba hacia la Planta Noble.


En el piso bajo deben haberse organizado todas las dependencias de servicio, incluyendo las habitaciones de portero y caballerango, cuartos de criados, cocheras, caballerizas, sitio para forrajes, arreos de montar y guarniciones para los coches, donde el primer patio creaba un eje ceremonial con el acceso principal y la posibilidad de seguir hacia el segundo patio, más estrecho, que además parece haber estado abierto hacia un jardincillo…

Gracia a una fotografía captada en 1876, en el patio de la residencia Romero de Terreros, donde aparece don Manuel Romero de Terreros y de Villar Villamil con parte de su familia, sabemos que la escalera estaba diseñada con una gran rampa (“de ida y vuelta”), muy a la manera de lo que aún vemos en las casas de Bartolomé de Xala y Valle de Orizaba –ambas abiertas al público al estar ocupadas por la cadena de tiendas Sanborns– modelo generalizado en el período, incluyendo guardapolvo, peraltes decorados con azulejo, así como algún ornamento en el descanso.


En la parte alta, la casa debió organizarse en torno a ese amplísimo patio, muy a la manera de la casa de los suegros en la calle de Espíritu Santo (hoy Isabel la Católica), con la fachada norte dominada por un muy extenso salón de estrado, habilitado como “Salón de Dosel” con la esperanza de recibir no solo al virrey sino al mismísimo Rey de España. Además, sabemos que esa planta noble incorporaba además de comedor, un gabinete del Conde (despacho), así como saloncillos diversos, un suntuoso Oratorio dedicado a la Virgen de Regla y dos habitaciones –profusamente decoradas– preparadas para la condesa una y el conde otra.

Abajo, una de las magníficas recreaciones que de un “Salón de Estrado” ofrece el Museo Franz Meyer.


En la “Revista Ritos y Retos del Centro Histórico” de julio/agosto de 2009, nos cuenta Jorge J. Jesús Carillo que:
Sobre el lujoso mobiliario que decoraba el palacio se tienen los datos de un inventario realizado en 1782, al año siguiente de la muerte del conde, cuya descripción nos permite imaginar el lujo en el que vivía la familia; como ejemplos podemos detallar las siguientes habitaciones:
• Salón del Dosel o del Sitial: Sitial precedido por el retrato de Carlos III con marco de plata; diez láminas de cobre con escenas de la vida de Cristo con marcos de plata; seis pantallas de plata; dos candiles de plata de dieciséis arbotantes; dos tibores de china sobre taburetes forrados de láminas de plata cincelada; dos docenas de taburetes en blanco y oro y cuatro repisas con sus goteras. La sala se encontraba tapizada en damasco de Italia carmesí y en sus extremos corrían galones y flecos de hilo de oro.


Para ilustrar aquel “retrato de Carlos III con marco de plata”, aparece arriba un fragmento del retrato de Carlos III hacia 1765, pintado por Anton Raphael Mengs y que forma parte la colección del Museo del Prado, dentro de un marco de plata –repujada y cincelada sobre armazón de madera– recreado a partir del ejecutado por Antonio Fernández hacia 1752 y que forma parte de la colección del Museo Franz Mayer.

Y sigue el inventario citado por Jorge J. Jesús Carillo:
• Oratorio: Sotabanco del altar en plata cincelada; altar colateral de reliquias, con doscientas setenta y dos piezas; frontal de plata cincelada; óvalos de plata que contienen imágenes bordadas; candil de dieciséis arbotantes; seis pantallas de plata; ocho ramilletes de plata; mesa de tres cajones con ornamentos; el techo, pintado como celaje con el sol y la luna y buen número de figuras de talla, pinturas de santos y copiosa orfebrería litúrgica, que contaba de acuerdo al avalúo con más de 70 piezas de plata, plata sobredorada y piedras engarzadas.

Aquel suntuoso espacio debió tener acceso directo desde los pasillos superiores, muy a la manera de las grandes residencias del período (Ver) y para ilustrar aquel interior, aparece abajo el fantástico frontal de plata de la Virgen de la Consolación en Jerez de la Frontera –adaptado a la Virgen de Regla–, obra de Pedro Moreno de Celis, ejecutado entre 1751 y 1753.


• Recámara de la Condesa. Se encontraba tapizada con papel pintado de China, colocado sobre un alto rodapié jaspeado; la cama de pilares, que sostenía un dosel en madera dorada, tenía cortinajes de seda; seis antepuertas o cortinas de damasco carmesí; una gran mampara pintada; un gran nicho de ébano con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en marfil y otro con un nacimiento en marfil y plata; multitud de cuadros y figuras religiosas; dos pantallas de plata; un ropero de caoba taraceada fileteado en oro; un biombo rodastrado en damasco de Italia; siete taburetes y una mesa de madera de granadillo.


Y finalmente nos cita Jorge J. Jesús Carillo:
• Sala que servía de recámara al Conde: La presidía la cama de columnas pintada de verde con cabecera encarnada; seis cortinajes de damasco carmesí; un gran lienzo de San Pedro; cuatro óvalos con pinturas religiosas en marcos dorados; un espejo de marco dorado y tallado; dos cajas grandes de Lináloe (probablemente chinas) para la ropa; diecinueve taburetes de nogal; un biombo de laca de China dorado.

Abajo, el magnífico espejo con marco de plata repujada y cincelada sobre armazón de madera, ejecutado por Antonio Fernández hacia 1752 y que forma parte de la colección del Museo Franz Mayer, reflejando la recreación de un “Salón de Estrado” al que he incorporado un retrato de don Pedro Romero de Terreros, Conde de Regla…


Así, y gracias a este recuento, podemos repasar la fisonomía y funcionamiento de un singular palacio novohispano del siglo XVIII en la casa -casi un palacio- del conde de Regla: fue este entonces edificado en dos plantas sin entresuelos, comunicados los dos pisos con una amplia escalera. Los dos niveles mostrarían la disposición que eran usuales en la época, con servicios domésticos en la planta baja, como caballerizas, bodegas y cocheras, etc., mientras que la vivienda propiamente dicha estaría en la «planta noble», con espacios privados y de aparato como el salón del dosel y el de estrado, capilla, un gabinete del señor conde, antecámaras diversas, vestidores, recamaras, cocina, comedor, repostero, vajilleros, letrinas y placeres (cuartos para el baño). En la parte trasera y hacia el sur se alojaba la servidumbre en rededor de un segundo patio y probablemente al fondo hubiera una zona abierta.

Seguramente, para todo visitante a la “Casa de Plata”, el tema recurrente sería la decoración argentina que, desde marcos hasta platos, pasando por candiles y frontales, colmaba la casa de los Condes de Regla…


Puede parecer redundante, pero es necesario recordar que la plata –así como el oro– era la moneda corriente en la Nueva España –y buena parte del mundo–, específicamente en las monedas de REAL que desde la reforma monetaria de 1497, era pieza de cambio en todo el Imperio español; así, los objetos de plata, eran LITERALMENTE valor monetario…

Aunque esta casa de la capital de la Nueva España gozaba del prestigio y renombre de ser la simbólica residencia del Conde de Regla, la realidad es que desde fin de 1766 y luego de la muerte de su esposa, don Pedro Romero de Terreros había dejado la “Casa de Plata” en la Ciudad de México para trasladarse con sus ocho hijos –todos aún menores, con Micaela -la mayor- contando apenas diez años– a la Hacienda de San Miguel Regla; en esa clausura voluntaria estaba durante los tumulto organizados por trabajadores descontentos ante la administración de sus subalternos: luego de varios paros se registró una sangrienta rebelión el 15 de agosto de 1766 al sospechar los operarios que don Pedro trataba de abolir el porcentaje de que gozaban desde tiempo inmemorial, para sustituirlo por un simple salario...


Luego de esta huelga, se produjeron otros altercados –más o menos violentos– que se prolongaron por varios años, revueltas que de hecho no eran contra el patrón, sino hacia el despotismo con que eran tratados los trabajadores de sus minas y refinerías por los capataces y administradores. Aún así, los motines fueron percibidos por las autoridades como la continuación de aquel trágico 15 de agosto de 1766 en que quedaron amenazadas vida y propiedades de Romero de Terreros…

Poco después y aún en ese exilio voluntario –aunque claramente no desconectado de sus labores administrativas–, don Pedro acrecentó sus ya considerables propiedades al adquirir cinco de las más productivas posesiones que se habían confiscado a los jesuitas –luego de aquella expulsión de 1767–, situación que lo colocó además en posición destacada en la producción de diversos granos además del pulque que abastecía a la capital de la Nueva España. Además, y de forma notable, continuó remediando las urgencias de la Corona ingresando en las Cajas Reales y a petición del virrey Carlos Francisco de Croix, 400,000 reales por vía de empréstito sin interés alguno. Así, para 1771, apenas tres años luego de haber recibido el título de Conde de Regla, don José Romero de Terreros auxilió nuevamente a la administración Virreinal al proporcionar a la Casa de la Moneda de México la plata para la creación de la moneda de ocho reales que sería mundialmente conocida…


Esa moneda de 8 reales y 25.56 gramos de plata (93%), también llamada "Real de a Ocho" o " Duro Columnario", fue acuñada en el Imperio español después de la reforma monetaria de 1497 que estableció el REAL español. Popular durante un largo período, fue la moneda que por primera y única vez en la historia marcó a España en la cúspide de la economía mundial y sirvió como divisa de referencia para las monedas circulantes de los otros estados.

La que aparece arriba, con la ceca de México y que conservo en casa, es del nuevo diseño promulgado por real orden de Carlos III del 18 de marzo de 1771 que en el anverso muestra un escudo coronado, cuartelado con las armas de Castilla y León –y Granada en punta–, y por encima el escusón –sobre escudo– de Borbón con tres flores de Liz, así como la leyenda “CAROLVS · III · D · G · HISPAN · ET IND · REX”; al reverso dos mundos coronados entre las columnas de Hércules –coronadas también–, y con sendas cintas con el lema “PLUS – VLTRA” (del latín “Más allá”- lema que se utilizó en expresión del Imperio español y para animar a los navegantes a desafiar y olvidar la antigua advertencia de la mitología griega, según la que Hércules había puesto dos pilares en el estrecho de Gibraltar, señalando el límite del mundo), todo sobre olas y rodeado por la leyenda “VTRAQUE VNUM” que significa "ambos son uno".

Según su contemporáneo Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral, –considerado el descubridor del platino, que había fungido como Gobernador de La Luisiana, luego organizó la flota del virreinato de la Nueva España y que creó el nuevo astillero de Veracruz–, para 1771 don Pedro Romero de Terreros era el poseedor de la mayor fortuna del mundo. En concordancia, desde 1770, el Conde de Regla ofreció donar al Consejo de Indias 300,000 reales para la fundación de un Monte de Piedad –“para remedio de los pobres de la Nueva España”, donde un montepío, era una entidad benéfica donde los pobres podían obtener sumas en metálico empeñando sus pertenencias– pidiendo a cambio tres mercedes de hábito de las Órdenes Militares para sus tres hijos varones y otros tres títulos de Castilla.


Don Pedro siguió brindando ayuda a la administración virreinal, prestando al nuevo virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa, Henestrosa y Lasso de la Vega unos 800,000 reales para solventar algunos imprevistos de la Real Hacienda y otros 150,000 para reforzar la renta del tabaco. Después de un segundo intento y de la intercesión del virrey, Carlos III autorizó la fundación del el Sacro y Real Monte de Piedad de Ánimas de la Nueva España en 1774…

Por estos servicios y el de la fundación, obtuvo el Conde de Regla en 1777 y para sus dos hijos mayores, los títulos de marqués de San Cristóbal y marqués de San Francisco. Al paso del tiempo, y en una notable contribución estratégica para congratular a Carlos III, sufragó parte de la renovación de la Armada Real donando un buque de guerra de tres puentes y 120 cañones, construido en los arsenales de La Habana al que se nombraría “Nuestra Señora de Regla”, aunque finalmente fue bautizado como Conde de Regla, y celebrado por su alias: “El Terreros”…


Arriba, el modelo de un buque de tres cubiertas y 120 cañones tipo Santa Ana, bajo cuyo criterio se construyó el navío Nuestra Señora de Regla. Abajo, el buque “Conde de Regla entrando en La Habana” en una pintura de Carlos Parrilla firmada en 2015; “El Terreros” fue un buque diseñado por José Joaquín Romero y Fernández de Landa que se construyó en La Habana siguiendo el proyecto de los “Buques Santa Ana”, primero de los ocho navíos pertenecientes a tal serie: Santa Ana –la prueba inicial y que dio nombre a la serie–, Mejicano, Conde de Regla, Salvador del Mundo, Real Carlos, San Hermenegildo, Reina María Luisa y Príncipe de Asturias, creados con la intención de colocar a España en un lugar destacado entre las potencias europeas. El navío de línea con 112 cañones prestó servicio por 25 años en la Armada Española, desde que fue botado el 4 de noviembre de 1786 hasta su desguace en el Arsenal de la Carraca en 1811 y aprovechadas sus maderas para las insuficiencias de otros barcos españoles y británicos.


El 14 de febrero de 1797 “El Terreros” participó en la batalla de San Vicente –combate naval que se desarrolló como parte de la Guerra anglo-española (1796-1802) frente al cabo de San Vicente, en el extremo occidental de la costa portuguesa del Algarve, enfrentándose a una parte de la flota inglesa al mando de John Jervis –, siendo insignia y jefe de Escuadra el conde de Amblimont, que murió en el transcurso del combate a causa de una bala de cañón. En total “El Terreros” sufrió 9 hombres muertos y 17 heridos.

Abajo, The Battle of Cape St Vincent, en un lienzo de Robert Cleveley –exhibido en la Royal Academy– que muestra el fin de la batalla, donde aparece a la derecha el buque español Salvador del Mundo –hermano de “El Terreros”– ya apresado…



Buena parte de lo anterior se ha olvidado; algunos recuerdan que con la autorización de Carlos III, el 25 de febrero de 1775, don Pedro Romero de Terreros fundó el Sacro y Real Monte de Piedad de Ánimas, antecedente del actual Nacional Monte de Piedad, que pretendía contribuir a la solución de apremios económicos de muchos habitantes de la Nueva España, cosa que la institución siguió haciendo...


Don Pedro murió en su hacienda de San Miguel Regla –Huasca– contando 71 años, y dejando una inmensa fortuna a sus herederos repartida en tres mayorazgos, correspondiendo al primero –Pedro Ramón Romero de Terreros y Trebuesto– el condado de Regla, las minas de la Veta “Vizcaína”, refinerías, las mejores haciendas expropiadas a los jesuitas y la Casa de México...


En sus ceremonias fúnebres, se retomó el sermón de Francisco de Borja –en su día duque de Gandía y entonces ya miembro de la Compañía de Jesús–, que para homenajear a Carlos I de España y V de Alemania se centraba en las palabras del LIV salmo -8-: ecce elongavi fugiens et mansi in solitudine diapsalma «aléjeme huyendo y permanecí en la soledad del desierto».

Don Pedro María Romero de Terreros Vázquez Ochoa y Castilla sería sepultado en el Panteón de Santa Paula, pero al clausurarse, los restos fueron trasladados a Pachuca, donde se inhumaron -bajo hábito franciscano- en el altar mayor de la iglesia del convento colegio de San Francisco, colegio del que había benefactor y legado más de 250,000 reales.



Aunque la historia que nos concierne se centra en el heredero de la casa en la calle de San Felipe, es interesante saber que Francisco Xavier María Ciriaco Miguel Romero de Terreros y Trebuesto (1762-1778) recibió el título de I marqués de San Francisco otorgándosele las haciendas de San Cristóbal, Parácuaro, la Trinidad, San José, Chamácuaro, Encarnación, Santa Catalina, San Juan, Coyotes, Guadalupe y Puerto Ferrer; María Dolores Josefa Gertrudis (n.1765) devino en Marquesa de herrera cuando casó el 18 de marzo de 1787 con el marqués de Herrera, Regente de la Real Audiencia y Virrey interino de la Nueva España; José María Antonino Romero de Terreros y Trebuesto recibió el título de I Marqués de San Cristóbal, encargo que se componía de las haciendas de Xalpa, Casa Blanca, Temoaya, Santa Inés, La Gavia, Portales, Xuchimancas (Xochimanga -Tepotzotlán-), Pastores de Colima, Jilocingo, El Panal, La Concepción y Jáuregui entre otras varias; de las otras hijas, Micaela Romero de Terreros y Trebuesto (1757-1817) recibió desde 1765 el título de V Marquesa de San Francisco, la segunda hija Juana murió a los cuatro años (1758-1762), María Antonia Manuela Josepha Micaela Silveria (n.1759) recibió el título de III Marquesa de San Francisco y María Ignacia (n.1760) recibió el título de IV Marquesa de San Francisco...



Pedro Ramón Romero de Terreros Trebuesto y Dávalos (Real de Minas, Pachuca, 30 de agosto de 1765-1806) sería el II Conde de Regla (de 1781 a 1806) y casaría el 30 de abril de 1785 con María Josefa Rodríguez de Pedroso y de la Cotera, que apenas acercándose a los veinte años sería la III condesa de San Bartolomé de Xala y V marquesa de Villahermosa de Alfaro, ligada además a doña Josefa Antonia Gómez Rodríguez de Pedroso, Marquesa de Selva Nevada (Ver).

Aunque el II conde de San Bartolomé de Xala, había heredado a su hija la casa construida en 1764 sobre la antigua calle de Capuchinas –hoy Venustiano Carranza 73–, edificación que seguía el diseño del arquitecto Lorenzo Rodríguez –autor también del Sagrario Metropolitano–, doña María Josefa dejó la mansión que en el gran arco interior aún muestra la leyenda: «Se empezó esta casa en 1º de enero de 63 y se acabó en 31 de julio de 1764»; así, la casa de la calle de San Felipe sustituyó a la de Capuchinas y sería sede de los condados de Regla y Xala.


Durante ese período, la “Casa de Plata” siguió gozando de enorme prestigio, acrecentado además por la notoriedad que acumuló al incorporar aquella “Fortuna pulquera” que amparaba el condado de Xala. Desgraciadamente, aquel enlace duró poco, ya que don Pedro Ramón Romero de Terreros murió en 1806 contando apenas 41 años, dejando como heredero del condado de Regla a su hijo Pedro José Romero de Terreros y Gómez Rodríguez de Pedroso.

Pedro José (1788-1846) era el segundo hijo del matrimonio, que además procreó a Antonia (n.1786) y a Ramón Romero de Terreros Rodríguez de Pedroso (n.1807); recibiría el título de Conde de Santa María Regla a los 17 años bajo la custodia de su madre y para enero 1812, contrajo nupcias con María Josefa Villar Villamil Rodríguez de Velasco (1795-1828).


Cuando doña María Josefa quedó viuda en 1806, se halló al frente de negocios tan cuantiosos como difíciles, por ser tutora y curadora de su hijo Pedro José -III conde de Regla- y encargada de Antonia y Ramón recién nacido. A los bienes de la testamentaría de su esposo, que incluían la explotación de minas en Real del Monte y la administración de extensas y numerosas haciendas en comarcas que hoy comprenden los estados de México, Hidalgo, Querétaro, Michoacán, Guanajuato, Colima, Jalisco y Zacatecas, se sumaron los bienes que había heredado de su padre -el II conde de Xala- don Antonio Rodríguez de Pedroso y Soria...

Doña María Josefa resultó extraordinaria y metódica administradora, que dejó recuentos detallados de todo cuando pasó por sus manos y entregó muy nutridas cuentas a sus hijos, aún a pesar de haber administrado los bienes durante el inicio proceso independiente.

El III Conde Regla y IV conde de San Bartolomé de Xala, Pedro José María Romero de Terreros y Rodríguez de Pedroso, contraería nupcias en 1812 con María Josefa Villar Villamil Rodríguez de Velasco y después con Ana Pedemonte Pérez; a él toco ver la abolición de los títulos nobiliarios en mayo de 1826 –durante el gobierno de Guadalupe Victoria– y se vio obligado a eliminar de la casa de la calle de San Felipe el escudo del Condado de Santa María Regla, que desde 1769 remataba el balcón central de la casa; es probable que fuera también en ese período, que se cegó (si la hubo) la ventana central y eventualmente, todos los paramentos recubiertos de tezontle se aplanaron…


El título y propiedad de la casa pasaría luego a don Juan Nepomuceno Romero de Terreros y López de Peralta, que había nacido en la Ciudad de México -en la propia “Casa de Plata”- el 7 de febrero de 1818 y murió sin decendencia en Panamá, el 28 de febrero de 1862; a pesar de las vicisitudes luego de la Independencia de México, siguió ostentando el título de IV conde de Regla, además de fundar el de I duque de Regla (concedido el 28 de octubre de 1859 por la reina Isabel II) y grande de España, conservando además los de III marqués de San Cristóbal, V marqués de Rivas Cacho, V marqués de San Francisco y V conde de San Bartolomé de Jala.

Le sucedió luego su sobrina, hija de Ramón Romero de Terreros y de María del Refugio de Goribar y Musquiz; María del Refugio Romero de Terreros y Goríbar (n. 1917) que aún presentaría los títulos de V condesa de Regla, II duquesa de Regla y IV marquesa de San Cristóbal, contrajo matrimonio el 19 de diciembre de 1871 con don Eduardo Rincón-Gallardo y Rosso, III marqués de Guadalupe Gallardo. Serían ellos quienes verían una transformación inédita en la calle de San Felipe, justo al lado de la “Casa de Plata”…


El 7 de febrero de 1875, luego de un extendido período de adecuaciones a la estructura que lo albergaría, se inauguró el nuevo “Teatro Arbeu”, amparado por un contrato de arrendamiento por diez años que le permitía apoyarse en los firmes y gruesos muros del antiguo “Oratorio nuevo” abandonado desde 1768, cuando luego del terrible sismo, la congregación mudó su Oratorio al que había sido templo de la Compañía de Jesús, en la esquina de San Francisco y Espíritu Santo (hoy Madero e Isabel La Católica).

La empresa era encabezada por don Porfirio Macedo que exhortaba a reconquistar la gala de los teatros creados por don Francisco Arbeu –su suegro–, a quien la capital debía el Gran Teatro Nacional o Santa Anna, además de la línea del ferrocarril de Tlalpan. Así el nuevo teatro “era apenas de vigas y madera” que techaba el viejo edificio levantado siguiendo el diseño del arquitecto Ildefonso de Iniesta Bejarano –aprovechándolo como foro– y con un vestíbulo en lo que habría sido el atrio…


Al paso del tiempo, el Teatro Abreu se transformó en uno de los escenarios más populares y vanguardistas –fue el primer teatro de la capital que se iluminó con gas hidrógeno– y luego de renovar su contrato en 1885 y 1895 llegó al S.XX como sitio predilecto de la sociedad porfirista. No solo se celebraron ahí las populares “Fiestas Florales”, las coronaciónes de la “Reina de los Juegos Florales” (foto de abajo) y los “Conciertos del Centenario”, sino que se transformó en acreditado escenario para las temporadas de Ópera, destacando la emprendida por la “Gran Compañía de Opera Italiana Luisa Tetrazzini”…



En el Arbeu se presentó a final de 1905 –poco luego de estrenarse en madrid– y con gran éxito la zarzuela “El Maestro Campanone” con música de Giuseppe Mazza y acción que la sitúa en Lisboa, a final del S. XVIII. En el Arbeu se presentó también Luisa Tetrazzini con su “Lucía de Lammermoor”, drama trágico en tres actos con música de Gaetano Donizetti y libreto de Salvatore Cammarano, basado en la novela The Bride of Lammermoor, de Sir Walter Scott.

Las crónicas del período indican que la Lucia de la Tetrazzini –soprano coloratura– causó furor en 1910 frente al público mexicano, con su “Escena de la Locura” y el “Spargi d’amaro pianto” que frecuentemente se aplaudía como el final del espectáculo…


Pero me adelanto…

No parece ser que don Eduardo Rincón-Gallardo y su esposa María del Refugio Romero de Terreros y Goríbar –V condesa de Regla– estuvieran muy complacidos con el nuevo vecino, que al lindar debió causar cierto trastorno a la vida de la ya añosa “Casa de Plata”.

Aun así, los marqueses de Guadalupe y condes de Regla siguieron manteniendo la casa de San Felipe como símbolo familiar, a pesar de habitar por largos períodos en otras propiedades. Todo parece indicar que desde 1876 fue don Manuel Romero de Terreros y de Villar Villamil –“el Tío Manuel”, hijo de Pedro José Romero de Terreros– quien ocupó la casa…


En la imagen de arriba nuevamente aparecen en una toma captada en 1876 –en el patio de la “Casa de Plata”, en la Calle de San Felipe– de izquierda a derecha: don Pedro Rincón Gallardo y Rosso (1834-1909), María Luisa Rincón-Gallardo Rosso de Cortina San Román, abrazada por su abuela la niña Paz Rincón Gallardo y Romero de Terreros (luego señora de Alfredo Barron Celis), doña María Guadalupe Gómez de Parada y Gómez de Otero de Romero de Terreros, don Juan Saavedra (secretario de don Manuel Romero de Terreros), el propio don Manuel Romero de Terreros y de Villar Villamil,– Loreto Gómez de Parada y de Otero y de pie Josefa Romero de Terreros y Gómez de Parada ya señora de Algara (que casó el 20 de febrero 1872 con Francisco de Paula Algara y Cervantes).

Para 1909, por sucesión testamentaria y repartición de su madre, la casa pasó a propiedad de Alfonso Rincón Gallardo y Romero de Terreros (n. 26 de mayo de 1878-1956), VI conde de Regla y V marqués de San Cristóbal, que eventualmente contrajo matrimonio con Leonor de Mier y Cuevas. Sería don Alfonso quien vio llegar la Revolución y en 1928 –ya apaciguada la revuelta–, auxiliado por el ingeniero Francisco Cortina García, transformó la heredad familiar.


Luego de la funesta Decena trágica y el infortunado proceso revolucionario, el nuevo gobierno –probablemente a sugerencia de José Vasconcelos– cambió en 1921 los nombres de las calles cercanas a la Plaza de la Constitución como consideración a las naciones latinoamericanas que reconocieron al nuevo gobierno revolucionario; así la Calle de San Felipe pasó a reconocer a la República del Salvador y la “Casa de Plata” recibió el Nº59 Del Salvador.

Arriba, aparece una fotografía fechada en 1922 tomada en la recién bautizada calle República Del Salvador, mirando hacia el oriente; al centro aparece la torre del “Templo viejo” de san Felipe con la portada estructurada a la manera de un arco triunfal –diseño de Diego Rodríguez– que por entonces era ocupada como una refaccionaria automotriz. Con un círculo, he señalado la casa de los Condes de Regla.


Parcialmente calmado el país, con la capital en paz y en pleno crecimiento, don Alfonso Rincón Gallardo y Romero de Terreros, VI conde de Regla –que aparece arriba (a la izquierda) durante una excursión a Guiza, acompañado por su primo don Pedro Corcuera– decidió renovar aquella vieja casa, conservando la parte delantera con evocadora historia y demoler toda la edificación trasera para construir una serie de viviendas que pudieran ofrecerse en renta, mientras que el frente se aprovechaba para comercios.

El ingeniero Francisco Cortina García, egresado de la Escuela Nacional de Ingenieros en 1907, había edificado también para don Alfonso y en un terreno propiedad de la familia –justo al lado de la añosa casa del condado de San Bartolomé de Xala y frente a la Calle de Palma– el “Edificio España”, que con sus cinco niveles atendía también a la demanda de espacio en el centro de la ciudad de México.


Arriba, el “Edificio España”, diseñado y edificado por el ingeniero Francisco Cortina en 1907, con el Nº69 de la ahora calle Venustiano Carranza, justo frente a la calle de Palma; el edificio –con esquema muy similar al adoptado en San Salvador Nº59– es ahora un “hotel boutique”…

Muy a la manera de lo que se había hecho desde 1865 por parte del ingeniero Francisco Barrera al ampliar la casa del marquesado de Selva Nevada para recibir el “Hotel Mancera” (Ver) en la 2ªCalle de Capuchinas –ahora Venustiano Carranza Nº49–, el ingeniero Francisco Cortina conservó la primera crujía del edificio virreinal y agregó un piso al frente, restituyendo y copiando parte de los decorados originales, para agregar nuevas ventanas y balcones que dieran continuidad a esa fachada. Además, y seguramente para hacer más rentable el inmueble, abrió al nivel de la calle media docena de puertas –que no existían en el edificio original– para dar acceso a comercios diversos…


Como referencia, de nuevo aparece arriba una imagen de la calle San Felipe hacia 1899 y mirando al poniente, con la casa del conde de Regla en primer plano y encalada la fachada de tezontle; a la derecha aparecen el “Teatro Arbeu” así como la torre/campanario de lo que había sido acceso al conjunto religioso del oratorio de san Felipe Neri, constituido ahí desde 1702. Nótese que la casa tiene solamente dos pisos, salvo la puerta principal no tiene accesos secundarios, y ha perdido la ventana central de la planta noble, una de las tres que abrían al balcón central.

Afortunadamente, en el proceso de ampliación, el ingeniero Cortina copió elementos decorativos de la casa remozada en 1770; al abrir seis nuevas puertas hacia la calle, las enmarcó con copias de las puertas del balcón central y además, repuso la ventana central sobre la puerta de acceso –que se había tapiado años antes–, además de perforar nuevas ventanas y colocar nueva herrería en balcones.


La idea de conservar la vieja arquitectura colonial puede haber estado influida por las opiniones de José Vasconcelos, que en 1921 había asumido la titularidad de la Secretaría de Educación Pública y por entonces ya pensaba en regresar a México -luego de su voluntario exilio- para contender en las elecciones federales extraordinarias de México de noviembre de 1929.

Al agregar un tercer piso a esa fachada norte, el ingeniero Cortina recreó también los acabados del S. XVIII., recuperando el tezontle que forraba los muros y retomando la talla en chiluca que enmarca las ventanas –con una versión algo más escueta que incluye balconcillos con herrería– y donde pilastras soportan una cornisa y se prolongan hasta transformarse en remates.



Al interior, lo que quedaba de la construcción del S.XVIII desapareció más allá de la primera crujía, sustituida toda por una nueva estructura organizada en torno a un alargado patio central con circulación perimetral que llevaría a grupos de habitación que se constituyen en torno a ocho patios con función de iluminación y ventilación a todo lo alto; conta la colindancia oriente y cerca del centro de aquel alargado patio, se creó una gran escalera para comunicar los diversos pisos.

Para 1929 la intervención se había completado y se ofrecían los varios departamentos en renta, además de que los locales del frente se ocuparon de inmediato. Durante los años 30’, “Salvador #59” parece haber sido un buen lugar para vivir, aunque las cosas cambiaron mucho con La Guerra…


Arriba, el acceso al Nº52 de República del Salvador por 1930. Abajo, la calle del Salvador hacia 1935, mirando al oriente; a la derecha la fachada del viejo templo de San Felipe, ocupado entonces por el “Servicio Mobiloil” al lado de la casa Del Salvador Nº53 y después el Teatro Arbeu con su marquesina, al lado de la casa del Condado de Regla transformada ya en “Casas de renta” y con su nuevo piso agregado arriba.



Aunque los departamentos creados en 1928 por el ingeniero Cortina tenían buena presencia, la edificación no resultó de la mejor calidad –había problema con la estabilidad de los muros y los entrepisos que se habían creado sobre vigas de madera con enladrillado y entortado, comenzaron a sufrir por hundimientos y humedades– y presentó algunos problemas al paso del tiempo y más luego de algunos severos asentamientos por sismo; llegada la Guerra, en 1944 y como parte de las medidas económicas para restringir la inflación, el presidente Ávila Camacho decretó el “congelar” las rentas en los inmuebles de la ciudad. Desafortunadamente, ese pacto perduró por largo tiempo y los propietarios –inseguros de recibir la retribución necesaria– dejaron de dar mantenimiento a los inmuebles…

El fenómeno se agravó cuando numerosos edificios ya en malas condiciones se subdividieron y agregaron más habitantes en precaria situación, sin los servicios indispensables y con severo deterioro generalizado; sería la época de las tristemente famosas “Vecindades” del centro, y un poco de eso afectó a la que había sido “Casa de Plata” en 1770.



Al paso del tiempo, la Calle del Salvador se transformó en un destacado centro de distribución de papel, y por décadas, uno de los locales más importantes de Salvador #57 estuvo dedicado a la venta de diversos tipos del material, que se almacenaba en cantidad descomunal; para lograrlo, se hicieron algunas intervenciones a la estructura de los pisos bajos. Luego del sismo de 1957, República del Salvador 57 sufrió bastantes daños que se repararon, pero en 1985 los daños fueron mayores y se clausuró el edificio que para entonces dejó de ser posesión de don Eduardo Rincón-Gallardo y de Mier, el VII conde de Regla.



El inmueble en grave deterioro pasó a ser propiedad del Gobierno del Distrito Federal que ofreció restaurarlo, pero al paso del tiempo nada sucedió; afortunadamente eso no pasó con el edificio de al lado, aquel templo convertido en Teatro Arbeu que había dejado de funcionar en 1954 aunque no se clausuró sino hasta 1959. Siendo ya propiedad federal –hacia 1964 y gracias a los empeños de don Antonio Ortíz Mena–, se designó como nueva sede de la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, que ya excedía la capacidad de los locales que ocupaba.


Cuando inició la demolición del vestíbulo del Teatro Arbeu, se descubrió que afortunadamente buena parte de la fachada barroca se había conservado detrás de los acabados de yeso, y con proyecto del arquitecto Carlos Chanfón Olmos se emprendió la restauración y terminación de aquella portada que el arquitecto Ildefonso de Iniesta Bejarano había iniciado por 1752...

Al interior, se volvieron a aprovechar los muros del S. XVIII y bajo un nuevo techo –con cuadrícula de tragaluces– ahora se cobija una biblioteca, muros que entre 1971 y 1980 fueron pintados por Vladimir Kibálchich Russakov –mejor conocido como Vlady–, que fue invitado a cubrir capilla y sala general de lectura.


Arriba y abajo los espacios que ahora cobijan la Biblioteca Lerdo de Tejada, comparando la misma vista cuando eran parte del Teatro Arbeu en 1909 arriba y 1954 abajo.


La parte más afortunada de aquella restauración es que desde 1980, la que fuera casa del Condado de Regla recuperó a su magnífico vecino original; de hecho, siempre pensé que ese conjunto sería excepcional –con la casa definiendo el atrio– por lo que abajo aparece una recreación de lo que hubiera sido aquella “Casa de Plata” de dos pisos, al lado del nuevo Oratorio de san Felipe Neri (he dejado una de las ventanas que en 1928 agregó el ingeniero Cortina a la casa de Regla).



En su “Plan integral de manejo 2011-2016”, el Fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México proyectó: “La rehabilitación de la antigua casa de Romero de Terreros, ubicada en el número 59 de la calle República de El Salvador del Centro Histórico, considerada durante el siglo XVIII una vivienda real”.

De acuerdo con la Coordinación de obras y construcción de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), institución que para 2016 custodiaba la casa catalogada como Monumento Histórico Inmueble por parte del INAH, la empresa “Colinas y de Buen SA de CV” había entregado en enero de 2012 un estudio en el que se lee:
“Como resultado de la inspección del inmueble se concluye que debido al deterioro que presenta, a las deficiencias en el proyecto estructural, deficiencias en la construcción, y el nulo mantenimiento, si la decisión es utilizarlo, es necesario elaborar un proyecto de refuerzo estructural y evaluar el costo de la obra que permita utilizarlo en condiciones de seguridad y servicio adecuadas”.


En aquel 2012 daba la impresión de que algunos muros no tenían ya la resistencia y rigidez necesaria, con áreas donde se habían retirado los muros originales para sustituirlos por columnas de concreto/acero, agravando riesgo ante sismos; aquel estudio de Colinas y De Buen seguía con: “por esa razón, en el sentido transversal del edificio es débil. Para solucionar ese problema es necesario colocar elementos de rigidez, lo que podría conseguirse con muros bien estructurados”.

En su libro “Palacios nobiliarios de la Nueva España” el arquitecto Luis Ortiz Macedo (1933-2013) describía esta casa como “una de las residencias nobiliarias más suntuosas. Ningún otro palacio, salvo el virreinal, llegó a poseer tantos elementos de plata cincelada en su ornamentación, ni siquiera el palacio de los condes de Santiago de Calimaya (hoy Museo de la Ciudad de México) o el de los descendientes del marqués del Valle de Oaxaca”. Sería una pena que tal tesoro se perdiera…


En septiembre de 2020, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, informó a través de su Coordinación de Difusión Cultural y Extensión Universitaria, que el Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México se encargaría de ejecutar las obras de reconstrucción en los inmuebles de Casa Talavera y Conde de Regla.

Varias han sido las intervenciones al inmueble, aunque los resultados no son aún evidentes…



A final de 2020, varios artículos denunciaron que dos inmuebles de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México presentaban “alto riesgo de colapso” a decir del Instituto de Seguridad para las Construcciones de la Ciudad de México, en oficios dirigidos a la rectora de la UACM, doctora Tania Rodríguez Mora: “En alto riesgo de colapso se encuentra el plantel Casa del Conde de Regla, ubicado en la calle República del Salvador, en el Centro Histórico, según el oficio ISCDF/DG/2020/1422”

En su artículo del 14 de junio de 2022: “UACM: incierta, situación de edificios”, Zósimo Camacho indicaba: La doctora en ciencias sociales Tania Rodríguez Mora, actual rectora de la UACM, confirma que el edificio que está en riesgo de colapso –el del Conde de Regla– se encuentra cerrado. Es un edificio histórico cuya fachada es una “joya intocada prácticamente desde el Siglo XIX”.


Espero que muy pronto tengamos noticias de la restauración estructural del edificio y de su apertura como nuevo plantel de la Universidad de la Ciudad de México…



Este Blog se hace gracias al apoyo incondicional de Julieta Fierro; está dedicado a las “Grandes casas de México” y pretende rescatar fotografías e historia de algunas de las residencias que al paso del tiempo casi se han olvidado y de las que existe poca información publicada. El objeto es la divulgación, por lo que se han omitido citas y notas; si alguien desea más información, haga el favor de contactarme e indicar el dato que requiere. A menos que se indique lo contrario, las imágenes provienen de mi archivo, que incorpora imágenes originales recopiladas al paso del tiempo, así como el repertorio de mi padre y parte del archivo de don Francisco Diez Barroso y sus imágenes de Kahlo; en general, he editado las imágenes a fin de lograr ilustrar mejor el texto. Si se utilizan las imágenes, favor de indicar la fuente –aunque advierto que pueden tener registro de autor–.


Conforme haya más entradas (¡Ya hay más de ciento treinta!), aparecerán en el índice de la parte superior derecha de esta página…


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