viernes, 31 de marzo de 2023

La casa de los condes de Santiago de Calimaya, ahora Museo de la Ciudad de México

en José María Pino Suárez esquina con República del Salvador…


Una de las contadas grandes residencias virreinales que se conservan en la Ciudad de México, la casa que don Juan Manuel Lorenzo Gutiérrez Altamirano Velasco y Flores, Conde de Santiago y marqués también de Salinas del Río Pisuegra y de Salvatierra, y su consorte doña Bárbara Guadalupe de Ovando y Rivadeneyra, se edificó sobre una construcción anterior y terminó en 1779, con la obra -probablemente- a cargo de don Francisco Guerrero y Torres, artífice también de otros palacios en la ciudad y la Capilla del Pocito en la Villa de Guadalupe.


Frente a la Plaza de Jesús Nazareno y a tres calles del palacio virreinal, en la esquina de la Calzada a Ixtapalapan y la Calle del Parque del Conde –ahora José María Pino Suarez y República del Salvador– la casa se mantuvo en propiedad de la descendencia los propietarios originales, hasta que en 1931 se declaró Patrimonio Nacional para ser ocupada desde 1964 por el Museo de la Ciudad de México, a cargo del gobierno citadino.

El magnífico recinto además da cobijo a lo que fuera estudio de Joaquín Clausell Traconis (16 de junio de 1866, San Francisco de Campeche, Campeche, 28 de noviembre de 1935), abogado, activista y pintor mexicano cuya obra es representativa del movimiento impresionista en México.



De pequeño, mi padre nos llevaba “al centro” para caminar, contarnos las diversas historias y admirar los edificios; siempre me sorprendía “la casa con esquina de serpiente” y en los 60’ me era sitio de bienvenida visita. Años después, aun sabiendo que en ese centro cada esquina depara una sorpresa, el ángulo de Pino Suarez y Salvador me sigue conmoviendo, porque ilustra a cualquier explorador urbano con más de quinientos años de historia...




El eje de nuestra historia se da con don Juan Manuel Lorenzo Gutiérrez Altamirano Velasco y Flores, Conde de Santiago, y su consorte doña Bárbara Guadalupe de Ovando y Rivadeneyra, que desde 1777 y hasta 1781 rehicieron –desde los cimientos– la vieja casona del condado. Don Juan Manuel era descendiente de don Juan Gutiérrez Altamirano –originario de Pardinas de San Juan, Salamanca– que en 1558 fundó el mayorazgo que devino en condado; había recibido en encomienda los pueblos de Calimaya, Metepec y Tepemeyalco -entre otros- en el valle de Matalcingo (Toluca), y poseyó tierras en Coyoacán y Tacubaya. En la ciudad de México y hacia 1536, labró su casa en la gran calzada de Iztapalapan, contra esquina de la iglesia anexa al Hospital de Jesús Nazareno. Andando el tiempo, uno de sus descendientes, don Fernando Altamirano y Velazco –nieto además del virrey don Luís de Velazco– sería el primer conde de Santiago de Calimaya, por merced del rey Felipe III en su Real despacho del 8 de diciembre de 1616, habitando aquella casa...

El doctor Francisco de la Maza nos dice que era: “…una casona cuyo único documento gráfico es el plano de la ciudad de 1737” –de Pedro de Arrieta y Miguel Custodio Durán, que se conserva en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec– en el que se muestra un edificio “de dos pisos, con señalado remate sobre el balcón principal, si bien de manera esquemática”: abajo el detalle…


Para 1764, aunque la familia ya no vivía con el esplendor de antaño (efecto directo de Las Reformas borbónicas), el conde de Santiago y su señora esposa decidieron hacer arreglos a la residencia familiar y luego del sismo de 1768 y apegándose a la opinión de los arquitectos Lorenzo Rodríguez y Cayetano Sigüenza primero, y el mismo Rodríguez con Ventura Arellano después, reedificarla por completo, considerando un “costo de 55,000 pesos más o menos.”


Arriba, de Mariano Guerrero: “Don Juan Lorenzo Gutiérrez Altamirano de Velasco y Flores, Conde de Santiago de Calimaya”, ca. 1795 –Óleo sobre tela, 186.7 x 97.8 cm. del Brooklyn Museum, Museum Collection Fund and Dick S. Ramsay Fund–.

Y dice la cartela:
“El Sr. Dn. Juan Lorenzo, Gutierrez, Altamirano de Velazco y Flores, Castilla, Albornós, Lopez Legaspi, Ortiz de Oraa, Gorraez, Beaumont; y Navarra Luna de Arellano: Conde de Santiago Calimaya, Marqués de Salinas del Rio Pisuegra, Marqués de Salvatierra, Señor de las Casas de Castilla, y Soza, y de las Villas de Verninches, y Azuquilla de Romancos, y de Azuquequa de Nares, Adelantado perpetuo de las Yslas Filipinas, Coronel de los Reales Ejercitos de su Magestad, Catolica, y de las Milicias Provinciales de México; Cavallero Pensionado de la distinguida Real Orden Española de Carlos III, y Cavallero Maestrante del Real y Noble Cuerpo de la Ciudad de Ronda & c. Murió dia nueve Octubre del año de mil setecientos noventa y tres, a los sesenta años dos meses de edad.”

El VII Conde de Calimaya, obtuvo la cruz de caballero de la real orden de Carlos III, caballero de la real Maestranza de Caballería de Ronda; poseía en 1790 un total de 36 casas en la ciudad de México que producían de renta 17,367 pesos y se calculaba su principal en 347,340 pesos…

Abajo, doña María Barbara de Ovando y Rivadeneyra, marquesa de Ovando, “Gentil consorte del VII Conde de Santiago de Calimaya”, que vería levantarse la nueva residencia condal. Nacida el 11 de diciembre de 1732 en la Hacienda de San Nicolás del Malpaís, San Salvador el seco -Puebla-, perdió al primero de sus maridos cuando regresaban de Filipinas –conservando el marquesado adquirido el 27 de abril 1749– y contrajo segundas nupcias el 12 de julio 1758 –en Puebla de los Ángeles– con don Juan Lorenzo Altamirano de Velasco. Abajo en un magnífico lienzo de Miguel Cabrera, ca. 1765 -colección privada 120 × 73 cm-: “Retrato de María Bárbara Guadalupe de Ovando y Rivadeneyra con su ángel custodio” cuando se exhibió en el MET.


Es probable que Cabrera recibiera el encargo de este retrato luego de aquel segundo matrimonio y con miras a ser colocado en la nueva casa. Al situar a una muy joven doña María bajo su ángel custodio, el artista transformó el retrato más allá de su función icónica, convirtiéndolo prácticamente en un objeto mágico y protector, digno de la nueva residencia a espaldas del templo de Jesús Nazareno. De poco sirvió la protección y doña María murió el 25 de mayo de 1772 en Guadalajara, Nueva Galicia (Jalisco), contando apenas 39 años.



El matrimonio había engendrado tres hijas: Juana María (n.1759, que casaría con Cosme de Mier y Trespalacios), María Isabel (1763-1802) y Ana María (1766-1809 que casaría con Ignacio Leonel Gómez de Cervantes y Padilla) las tres Altamirano de Velasco y Ovando. La menor, Ana María con su marido y trece hijos –Incluyendo a José María Cervantes Velasco, VIII conde Santiago de Calimaya (1786-1856) y Miguel Cervantes Velasco, marqués Salvatierra de Peralta (1789-1864) que casó con María de Jesús Michaus Oroquieta– seguirían luego habitando y conservando la casa condal terminada en 1781…


Arriba, el escudo de la familia Gómez de Cervantes y Altamirano de Velasco, creado ca. 1802 con la intención de colgar en el “Salón de estrado” de la casa que nos ocupa –Óleo sobre tela 94.3 x 73cm. parte de la colección del Brooklyn Museum, Museum Collection Fund and Dick S. Ramsay Fund–. Abajo, la magnífica puerta de acceso al Palacio de los condes de Santiago de Calimaya cuyas hojas labradas fueron colocadas en 1781.



Hace ya cincuenta años que don Ignacio González Polo publicó gracias al Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM su documento “El palacio de los condes de Santiago de Calimaya” con prólogo de Francisco de la Maza, investigación que diez años después -en 1983- reeditaría el Departamento del Distrito Federal como el Nº1 de su colección Distrito Federal –con 2,000 ejemplares tirados el primero y 10,000 el segundo–. Es la única investigación específica del edificio y pareciera ser difícil de conseguir, por ello me permito retomar el tema y fragmentos de ese documento para hablar de nuestro magnífico edificio.



Más allá de la historia de sus propietarios, la gran casa del VII Conde de Santiago de Calimaya ha resultado un importante hito en la historia de la ciudad; son muchos los textos que mencionan la edificación sobre la Calzada a Iztapalapa y evocación común son la cabeza de serpiente que sostiene la esquina del edificio, así como sus curiosos botaguas, y recientemente causa sorpresa que una sirena de dos colas en la fuente del patio no fuera la propiedad exclusiva de Starbucks...

Asombra no ser sino hasta 1973 –con el texto del doctor González Polo, así como el pequeño ejemplar de bolsillo con el Nº13 de la “Editorial MetroPolitana”– que un estudio se dedicó específicamente al inmueble; pero la información nos viene desde mucho antes:
Ya tanto José María Marroquí como Alejandro Villaseñor nos hablan de los Altamirano, y Francisco de la Maza hace referencia a la antigua edificación y para 1945, don Lauro E. Rosell le dedicó varias páginas en su “México en el Tiempo”.

Como parte de sus conferencias dictadas durante 1914 en la “Casa de la Universidad popular mexicana” el arquitecto Federico E. Mariscal hablaba de “La Casa Señorial”, usando como ejemplo primordial la magnífica residencia de los Condes de Santiago de Calimaya; de hecho, en la recopilación publicada en 1915 como “La Patria y la Arquitectura Nacional”, leemos:
Con toda propiedad, Humboldt dijo que México era la “Ciudad de los Palacios”, pues en un reducido perímetro contiene casas señoriales que por todos los títulos pueden llamarse palacios.
Nada revela mejor y de manera más perdurable la vida de los antepasados, que la propia casa que ellos construyeron; así que, si queremos conservar el hogar, para conservar la Patria, tenemos que conservar las casas de nuestros antepasados, sobre todo, de los que fueron ilustres, nobles y valientes.


Mariscal nos pone como ejemplos las casas Nº62 y Nº75 (Conde de Jala) de la 3ª de Capuchinas, las Nº90 y 94 de San Agustín (Condes de la Torre y de la Cortina), la Nº103 de la 4ª San Agustín, así como la edificada en esquina de San Agustín e Isabel la Católica (San Mateo de Valparaíso) y en la esquina de Manrique y Donceles (Heras y Soto), con sitio especial para la “Casa de los Azulejos” (Valle de Orizaba) y el “Hotel de Iturbide” (Marqués de Moncada) -imagen de arriba-.

Luego de usarla como ejemplo perfecto, dedica un párrafo nuestra casa:
Casa del Conde de Santiago.– (Esquina de Flamencos y San Felipe Neri). Una de las más antiguas y grandiosas. Con originales canales en forma de cañones en la cornisa, precioso portón de madera tallada, hermoso patio con bella fuente, grandiosa escalera; espaciosos corredores con arcadas y en el fondo de uno de ellos admirable puerta de entrada a la capilla.


Además, el arquitecto Mariscal acompaña su texto de un magnífico plano –levantado por él mismo y ajustado para mostrar la edificación del S. XVIII, reproducido en diversas publicaciones sin dar crédito alguno– y que añade además las leyendas correspondientes para identificar los espacios y su uso original.





Para 1921, don Francisco Diez Barroso menciona –en su magnífico “El Arte en nueva España”– la casa del conde de Santiago de Calimaya en diversas ocasiones, como ejemplo del uso de “ídolos de piedra de los mexicanos” en el edificio, como ejemplo de su ornamentación con leones y cañones, además de modelo en portadas y patios, concluyendo: “Esta casa es una de las más interesantes y suntuosas residencias coloniales y probablemente la que produce mayor impresión de poder.”

Años después, en su Arte Colonial en México, don Manuel Toussaint nos describía por 1962:
Casa del Conde de Santiago de Calimaya. (Pino Suárez, 30.) Acaso la que se conserva en mejor estado y habitada aún por descendientes de la familia fundadora. Ostenta la fecha de 1779 y fue obra acaso de Francisco de Guerrero y Torres. Admira la nobleza del exterior, debido quizá a la ausencia de entresuelo, la gran portada con pies de garra abajo, imitados de muebles, y el escudo en la parte alta entre dos atlantes. La crestería es riquísima, con gárgolas en forma de cañones. El interior está intacto: el patio anchuroso, con bellos arcos en cuyas enjutas se ven los escudos de las familias emparentadas con la casa de Santiago y la fuente con un magnífico ornato conchiforme y una sirena por surtidor. La portada de la capilla es, asimismo, excelente.


Mención también merece la “Guía” que en 1996 publicaron CoNaCultA e INAH con texto de la antropóloga Angélica Oviedo y el arquitecto Carlos Cázares, como complemento a las visitas al ya entonces Museo de la Ciudad de México; hasta hace poco, se seguía entregando un ejemplar a los visitantes…

Todo parece indicar entonces, que el inmueble se edificó bajo la dirección del arquitecto criollo Francisco Guerrero y Torres –así lo asevera ya el arquitecto Carlos Cázares– a partir de 1776, terminado en 1779 y ocupado por el VII Conde y su familia para 1781.
En la esquina que mira hacia el templo de Jesús Nazareno, encontramos empotrada una cabeza de serpiente, que probablemente formó parte de la casa original –edificada hacia 1536– seguramente tomada del Coatepantli del Templo Mayor.


Coatepantli era la plataforma sobre la que se desplanta la propia pirámide de Templo Mayor (no un muro perimetral), dispuesta con espectaculares esculturas serpentiformes y cabezas labradas en basalto, que encarnan la recreación terrenal del mítico Coatépec o “Cerro de las Serpientes”. Gracias a las excavaciones de 1978 a 82, podemos ver ahora la plataforma mejor conservada del conjunto –oculta ya durante la conquista de México–, que corresponde a la etapa IVb y data del reinado de Motecuhzoma Ilhuicamina (1440-1469 d.C.) o de Axayácatl (1469- 1481 d.C.), y que conserva in situ seis cabezas monolíticas –aunque tuvo ocho– y que aún conservan claro rastro de policromía.


La magnífica cabeza de serpiente en la casa de Santiago de Calimaya, perteneció probablemente a una etapa visible durante el inicio de la colonia y debe haber formado parte de la estructura de esa casa original, tal y como sucedió en “Casa de las Campanas” –luego casa de la Primera Imprenta de América–, erigida en la esquina de las calles Moneda y Licenciado Primo Verdad; durante la restauración de la casa y 82 cm bajo la actual planta baja, se descubrió otra cabeza de serpiente labrada en basalto. Es posible que esta cabeza –muy similar a la de la esquina de Pino Suárez y Salvador, aunque sin plumas–, fuera visible para los ocupantes de aquel edificio en los siglos XVI y XVII.


No puedo menos que pensar en el sitio que ocupaban otras dos magníficas cabezas colosales, que se exhibía una en el “Salón de Monolitos” del Museo Nacional –hallada en 1881 en el jardín que rodea la catedral– y otra, hallada en excavaciones de la Calle de República de Guatemala, por don Manuel Gamio en 1916, e imaginarlas coloridas…


Y nos cuenta Fray Juan de Torquemada en su “Monarquía Indiana” que se echaban de ver durante sus días –final del S. XVI–, cómo en varias casas principales de la ciudad se habían puesto en las esquinas sobre el cimiento algunas figuras de ídolos, mandadas picar u desfigurar en 1604 por el arzobispo García de Santa María…

El padre Motolínia (Trat. I, Cap. III) nos dice que:
Aunque después, yendo la cosa adelante, para hacer las iglesias comenzaron a echar mano de sus teocalis para sacar de ellos piedra y madera, y de esa manera quedaron desolados y derribados; y los ídolos de piedra, de los cuales había infinitos, no solo escaparon quebrados y hechos pedazos, pero vinieron a servir de cimientos para las iglesias; y como había algunas muy grandes, venían lo mejor del mundo para cimiento de tan grande y santa obra…

Aunque ocasionalmente ignorada y algunas veces elogiada, la cabeza de basalto que pareciera emerger de la esquina en la casa de Santiago de Calimaya es un magnífico recordatorio de la turbulenta y compleja historia que encierra la ciudad; para algunos es la demostración del objetivo criollo de rescatar un maravilloso pasado y así dar sustento a su presencia local –con el primer título nobiliario concedido a un criollo en la Nueva España–, mientras que para otros es simplemente una piedra que no se terminó de refinar para incorporarla a la esquina del edificio…
La foto de abajo captada por Pierre Verger en 1937, se presentó como parte de una exposición del propio museo en 2019.




Otro conspicuo elemento que seguramente nos llega de aquella vieja casona de don Juan Gutiérrez Altamirano, es el escudo que corona la fachada principal, fechado en 1683 y labrado en piedra de villerías que perteneció ya no a don Juan Gutiérrez Altamirano –corregidor de Texcoco–, sino a Fernando de Altamirano Velasco de Ircio y Castilla (1589-1657) 1º Conde de Santiago de Calimaya; cuando se demolió la casa original, el escudo pasó a formar el remate central de la nueva portada, aunque luego de la independencia le fue retirado el timbre o remate con corona y/o yelmo.

Abajo, el remate central de la portada, con el escudo de armas al que he agregado el timbre perdido, con yelmo y lambrequines en piedra de Villerías (una variedad de mármol blanco opaco) aunque podría haber lucido una corona condal.


El escudo del “Condado de Santiago de Calimaya” responde al título otorgado a los descendientes de don Luis de Velasco y Castilla, y fue concedido por el rey Felipe III por real carta del 6 u 8 de diciembre de 1616 a don Fernando Altamirano y Velasco y sus sucesores; al mismo tiempo y por especial merced, se concedió carta de titulación independiente pero vitalicia a la madre del agraciado: doña María de Velasco, en su calidad de hija del 1º Marqués de Salinas de Río Pisuerga y en atención a los méritos de su padre. Por concurrencia de beneficiarios comunes, el mayorazgo de Gutiérrez Altamirano, se confundió con el condado. Fue además el primer título concedido a un criollo en la Nueva España. La denominación parte de uno de los pueblos –Calimaya– que poseía en encomienda, en ese reino, el marido de la primera titular.

El “Escudo es cuartelado; 1o, por ALTAMIRANO, de plata, diez roeles de azur puestos tres - tres-tres-y uno. Orla de gules con ocho aspas de oro. 2o, por VELASCO, quince escaques: ocho de oro y siete de veros de plata y azur; bordura de castillos y leones con los colores reales. 3o, por CASTILLA, tronchado de Castilla y de León con los colores reales, cargado de una banda de sinople, fileteada de oro en la parte superior y engolada en dos cabezas de dragantes de oro. 4o, por MENDOZA, en aspa: el jefe y la punta de sinople, banda de gules fileteada de oro. Los flancos de azur con la divisa Ave María, en un flanco y Gratia Plena en el otro”.


El encargado de edificar la nueva casa –desde 1777 y hasta 1781– sería manifiestamente don Francisco Guerrero y Torres, criollo y aprendiz que fuera de Lorenzo Rodríguez y que participó desde 1753, en las obras de construcción del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Su fama inicial llegó gracias al diseño y construcción del Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso –levantado entre 1769 y 1772–, y erigido en lo que ya se llamaba “estilo mexicano”.


Creado el Palacio para doña Ana María de la Campa-Cos y Ceballos, II condesa de San Mateo de Valparaíso que casó con Miguel de Berrio y Zaldívar, I marqués de Jaral del Berrio, el edificio es un magnífico ejemplo de esa arquitectura virreinal del S.XVIII diseñada por Guerrero y Torres y comparte con la residencia del conde de Santiago de Calimaya diversos y variados elementos.

Nos dice González Polo de Guerrero y Torres:
Él es el alarife por excelencia, que sintetizó todas las corrientes arquitectónicas que tenía nuestra capital, antes de la implantación del neoclásico, y quien, con mayor lucidez, supo interpretar el gusto y refinamiento de la clase criolla dominante, durante el último tercio del siglo XVIII.

Además, entre 1779 y 1785 –también en un solar ocupado por una casa-fortaleza del siglo XVI como es el caso de la casa Altamirano–, construyó un nuevo palacio para la marquesa del Jaral de Berrio –Mariana de Berrio y de la Campa Cos, II marquesa de Jaral del Berrio que casó con Pedro de Moncada y Branciforte, I marqués de Villafont–, hija única de la condesa de San Mateo de Valparaíso. Este espléndido y muy alto palacio –con dos torretas y amplio mirador– es conocido como Palacio de Iturbide -en la peatonal Madero- y también es parte de los bienes de “Fomento Cultural Citibanamex, A.C.” del que fuera Banco Nacional de México.


Arriba, en una fotografía de Guillermo Kahlo, la fachada norte del “Hotel Iturbide” hacia 1910; abajo la fachada poniente de la Casa Altamirano –Palacio de los Condes de Santiago de Calimaya–, en el estado que guardaba hacia 1920.


Don Francisco Guerrero y Torres diseñaría también uno de los más famosos inmuebles de la colonia, obra maestra de la arquitectura barroca y emblema de lo criollo: la “Capilla del Pocito” en la Villa de Guadalupe. Iniciada en 1777, estuvo terminada para 1791 y aparece abajo en una fotografía también de Guillermo Kahlo, captada en 1907.




Así como sucede en el Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso, para el Palacio de los Condes de Santiago de Calimaya, Guerrero y Torres diseñó un edificio de dos patios y dos pisos –sin el entresuelo tan común en ese tipo de edificaciones y el propio Palacio de Jaral del Berrio– con distribución perimetral a los dos patios de muy buena proporción, y con el acceso principal por una notable portada de dos cuerpos, donde en la parte baja está la puerta enmarcada por un muy rebajado arco mixtilíneo, flanqueada por dos pares de medias muestras estriadas y con capiteles jónicos –sobre un tablero de sinuoso perfil– y curiosa ornamentación en los pedestales, con motivos marinos, roleos y ménsulas que parecieran inspiradas en la tradición de la ebanistería colonial…


El espléndido portón, que el arquitecto Carlos Cázares nos informa se importó de Filipinas, es de magnífica factura y profunda talla, e incluyendo sus portillas secundarias está ornamentado con motivos diversos –como bichas (figura con forma de animal fantástico), roleos, hojarasca, rocallas, florones y trofeos– que enmarcan los escudos de Mendoza y Castilla en las guarniciones principales, con armas de Altamirano y Velazco, en los resquicios superiores.



El segundo cuerpo de la portada principal se abre con un balcón flanqueado también de medias muestras pareadas y estriadas, ahora con capiteles corintios y atrevidos remates en el entablamento; la puerta –que abría desde el “gran Salón de Estrado”– cerrada por un arco muy rebajado y triforado, está enmarcada por resaltes ondulantes. Sobre la cornisa y entre los grandes remates pareados, se enrollan dos volutas que sostienen esculturas de niños enmarcando el escudo en piedra de Villerías que corona la fachada principal y donde parece distinguirse apenas: “Francisco Alberto Me… Año de 1683”


Es importante recordar que en mayo de 1826 –durante el gobierno de Guadalupe Victoria–, se suprimieron los títulos nobiliarios coloniales; así, se ordenó destruir los escudos y otros símbolos que recordaran la antigua subordinación. Afortunadamente, este escudo de armas del “Condado de Santiago de Calimaya” fue mayormente cubierto con un aplanado que lo ocultó y preservó hasta la década de 1930, convirtiéndolo en uno de los pocos y más antiguos escudos de nobleza que se conservan en el Centro Histórico de nuestra ciudad. Desafortunadamente el timbre del escudo –la parte alta con su cimera, corona, yelmo y lambrequines– debe haber sobresalido y fue efectivamente eliminado.

Así, en lo alto la morada estaría rematada por esa portada y rítmicamente punteada por singulares gárgolas –caños para botar el agua–, que con forma de cañón –seis en la fachada poniente y once en la sur– blasonaban para el Conde el pretil de la casa. Por arriba de cada canal parecieran abrirse troneras y encima enrollarse dos volutas que por pares dan cadencia a la composición.


Esas curiosas gárgolas que simulan “bocas de fuego” descansan sobre cureñas de campaña –un carro de madera y metal para piezas de artillería, montado sobre ruedas–, aunque las proporciones y ángulo se han alterado para cumplir con esa nueva función; abajo, un “Canon Gribeauval” de 1780, como posible inspiración para las gárgolas. Más abajo, el detalle de una imagen captada por Guillermo Kahlo por 1909 y que reproduzco gracias a la generosidad de Javier Balbás Diez Barroso, en que aparecen dos de las gárgolas de la fachada poniente.





Mirar la fachada sur –hacia la calle dedicada ahora a la República de El Salvador– con sus casi 68m de largo, permite entender la sosegada composición de aquella morada palaciega, que en su planta noble alternó paramentos revestidos de tezontle con amplias ventanas y balcones perfilados con chiluca y acentuadas con jambas; nos dice Diego Antonio Rejón de Silva, en su Diccionario de las Nobles Artes de 1788, que Jamba es «el machón ó pilar de poco resalto, que tiene á cada lado una puerta ó ventana, el qual suele estar adornado de molduras, según es el orden de Arquitectura á que pertenece.»


Así, toda la parte baja del edificio estaría salpicada de puertas y ventanas que según nos indica don Federico Mariscal, corresponderían a «ACCESORIAS con tapanco o de “taza y plato”». Y en su plano de 1915 nos indica:
Varias han sido modificadas destruyendo el tapanco y la escalera de madera o derribando muros divisorios y abriendo puertas de comunicación. La inmediata a la esquina y que da a la calle del Parque del Conde o de San Felipe Neri, tiene una escalera para la planta alta, pies se han formado una vivienda con parte de la crujía de fachada.

Tal y como sucedió con los tres palacios diseñados por don Francisco Antonio de Guerrero y Torres –así como también con la “Capilla del pocito”– la fachada del nuestro quedaría revestida de colorado “tezontle” –esa roca roja y porosa de origen volcánico (ígnea), que contiene óxido de hierro, de ahí su color rojizo– mientras que portada, puertas y ventanas serían enmarcadas con piedra de la que llaman “Chiluca” –otra roca de origen volcánico (ígnea), de tono gris oscuro que aparece en los yacimientos y explotaciones junto con la Cantera– y protegidos los balcones con barandales de hierro forjado.


Así, resulta interesante comparar las tres portadas de las tres residencias diseñadas por Guerrero y Torres entre 1769 y 1785, para mirar similitudes y diferencias entre tres palacios criollos, que con sus coloradas fachadas forradas de tezontle y extensos atavíos con fustes tallados en chiluca –pilastras de clara reacción contra el estípite–, aprovecharían el nuevo repertorio disponible para la composición de la fresca arquitectura virreinal e indiana.


Pero va siendo tiempo de entrar al patio…
Aunque la casa estuvo parcialmente habitada por la familia Cervantes hasta 1964 –caso excepcional–, sufrió desde el S. XIX un marcado deterioro así como intervenciones que agravaron el quebranto de estructura y ornamento; la familia se vio obligada a venderla al gobierno de Ciudad de México cuando fue expropiada, y a pesar de algunas pequeñas modificaciones en acabados para pasar de casa a museo, ambos patios siguen siendo admirables por la sosegada proporción y amplitud –con arquerías de dos niveles de orden toscano y arcos rebajados en tres de sus costados–.



Como sucedía comúnmente, el primer patio creaba un eje ceremonial con el acceso principal –y la posibilidad de seguir hacia el segundo patio, más estrecho y alargado– donde treinta arcos contienen los pasillos perimetrales en tres lados del patio, mientras que la fachada que mira hacia el norte se protege de las inclemencias cerrándose casi por completo, creando un telón enfrentado al que contiene la escalera principal.



Esa fachada interior, tras cuyo paramento se colocaron habitaciones de servicio en planta baja y antesalas en la parte alta, se abría hacia el patio con puertas, ventanas y balcones que dan estructura a la composición gracias a las larga jambas que flanquean cada vano, apoyando las cornisas que arriba se ven punteadas por gárgolas. En el centro y como eje compositivo, se colocó una pileta, que para muchos resulta un enigma…


Con profundo brocal semicircular, la fuente está adornada con una gran venera (concha de vieira) que no solo era el símbolo más representativo del Camino de Santiago sino símbolo así de la “Orden de Santiago” y aquella “Merced de Caballero de la Orden de Santiago” obtenida primero por don Juan Gutiérrez Altamirano y Osorio de Castilla, por real cedula del 28 de junio de 1590, así como la provisión real firmada en El Pardo el primero de octubre de 1609, obtenida luego por don Fernando Altamirano y Velasco, que fue investido en el convento franciscano de Santiago Tlatelolco el 24 de julio de 1610; además, refleja la “Merced de Hábito de Caballero de la Orden de Santiago” que Altamirano obtuvo ya en 1625 y con gran pompa ...


La concha –que por dimensiones debiera ser la de una Tridacnia gigas, pero tiene el carácter de una enorme vieira (Pecten maximus) que apenas llega a medir 21cm.– está contenida en profusa ornamentación, que incorpora hojarasca, rocallas y volutas, agregando tritones y delfines de inspiración renacentista; como notable complemento, la venera cobija una sirena bicauda que toca una guitarra, mientras monta una cabeza de marsopa transformada en surtidor.

Σκύλλα, Mixoparthenos, Triskeltion, Melusine(a), Ceres o simplemente sirena de dos colas, es una imagen que a menudo aparece en las parroquias e iglesias cristianas, especialmente desde la Edad Media, pero su origen es mucho -mucho- más remoto: la babilónica Tiamat, la egipcia Isis y la diosa Siria, ocasionalmente se representaron con los rasgos de pez y/o serpiente supliendo las piernas…


Arriba, la figura Μιξοπάρθενος (Mixoparthenos: media-dama), criatura híbrida con una doble cola –que en las “ἱστορίαι” (historíai: Historias) de Heródoto se conecta con Héracles– proveniente del mar negro; la talla en piedra nos llega del siglo primero y se encontró en Panticapaeum en Taurica (Crimea, Ucrania), fotografiada cuando se exhibió en el Allard Pearson Museum como parte de la exposición “Crimea. Golden Island in the Black Sea”. Abajo, la extraordinaria figura de bronce -ca. 1570- que presenta nuevamente “Mixoparthenos” y que se transformó en emblema de la familia Colonna de Roma y pasó luego a ser parte del haber de la familia Barberini; forma ahora parte de la colección de “The Metropolitan Museum of Art” donde se exhibe.



Según Selma Sevenhuijsen, la sirena etrusca, que aparece sobre numerosas tumbas, urnas y otros objetos rituales y ornamentales, es el antepasado más importante de las sirenas italianas y españolas. En su libro "La Sonrisa de la Sirena", descifra la iconografía en una interpretación que conecta la Gran Diosa Madre de las culturas agrícolas neolíticas, aún presente en la veneración de la "diosa etrusca", con la mujer-pez-serpiente-pájaro y la figura del laberinto etrusco y griego, para llegar luego a sus representaciones en el Camino de Santiago.

Abajo, fotografiada en el Museo Nacional Arqueológico de Florencia, una Σκύλλα -Esílla- (en la mitología griega, Escila, que fue una hermosa ninfa, que las fuentes refieren como hija de Forbantes y Hécate o de Forcis y Hécate) que sería transformada en un monstruo marino, con torso de mujer y cola de pez, que aparece aquí armada, bicauda y alada en la parte baja -cofre- de una urna Etrusca del siglo IV.


Bien explica Jacqueline Leclercq-Marx en “La Sirène dans la pensée et dans l’art de l’Antiquité et du Moyen Âge. Du mythe païen au symbole chrétien” de 1997, que la sirena románica, vista en estrecha relación con la música profana, el amor carnal, la feminidad, lo monstruoso, lo desconocido y lo diferente, ciertamente despertó en el hombre medieval una increíble fascinación mezclada con repulsión, confirmando la dualidad e incongruencia de su naturaleza.

En las tablas pintadas del artesonado de la iglesia de St. Martin en el pequeño poblado de Zillis (Suiza), notable obra del S. XII que muchos comparan con la capilla Sixtina, se nos ofrecen estupendas imágenes de sirenas “de extremidad marina bífida” –según la llama María Isabel Rodríguez en su tesis doctoral– que flotan en la superficie del mar y hacen sonar una trompa una, una fídula (antecesor del violín) otra y una lira la tercera.


La sirena y su música, símbolo de la tentación, fue además un asunto muy habitual en las en las miniaturas de los manuscritos iluminados, que contienen un extraordinario repertorio iconográfico de instrumentos musicales integrado por cordófonos frotados de diversos tipos, o fídulas, especialmente en el siglo XIII, a veces formando parte de la decoración de las mayúsculas capitulares.

En la Catedral Santa María de la Asunción de Astorga –parte del Camino de Santiago–encontramos en la hornacina central una balaustrada decorada con abundantes grutescos y Sirenas bicaudatas en sendas columnas –imagen de abajo–, que nos recuerdan a las que aparecen en las fachadas de algunas iglesias barrocas de la ciudad de Lecce (Apulia) o la propia Roma.



De hecho, en América, son notables las imágenes de sirenas en edificios religiosos sobresaliendo las de la zona Andina del Perú. Para nosotros, la representación más sorprendente y relevante está en la fachada lateral del templo de la Compañía de Jesús en Arequipa, iglesia construida entre 1578-1667 y que nos presenta no solo un par de sirenas, sino un tablero con el mismísimo Santiago, representado como caballero “Santiago Matamouros”, que aparece blandiendo una espada y sobre un caballo blanco (refiriéndose a leyenda de la Batalla de Clavijo, en el año 844).


En una curiosa mixtura, se agregó en Arequipa y como fondo una “Concha de Santiago”, en referencia a “Santiago el Apóstol Peregrino” –identificada con las caminatas del Camino de Santiago a la tumba del apóstol– al Santiago Matamoros...
Lo más sorprendente es que en el Virreinato del Perú no solamente aparecen esas sirenas: encontramos además en Puno -Perú- y Potosí -Bolivia-, innumerables ejemplos de sirenas tañendo un instrumento derivado del “timple” de las islas Canarias, específicamente tocando un charango Puneño, instrumento de orgullo andino.


Arriba, detalle de la portada principal de la Catedral de San Carlos Borromeo, Puno -Perú-; abajo, detalle de la portada del pequeño templo de San Salvador en Salinas de Yocalla, Potosí -Bolivia-.


Las sirenas tañendo o soplando instrumentos musicales han sido tema recurrente en muy diversos períodos y no debe sorprendernos que podemos encontrarlas desde las representaciones de los mosaicos de Delft -Holanda- (abajo, ca. 1630), e incluso mucho más tarde, en obras del S. XIX como con Dante Gabriel Rossetti quien representara a una en “Ligeia Siren” un dibujo realizado en tiza/pastel por 1873.


Así, nuestra figura bicauda en la fuente del patio en la casa del Conde de Santiago de Calimaya puede referirnos a la más pura tradición del sincretismo –hibridación o amalgama de dos o más tradiciones culturales–, que ha combinado la figura Etrusca que devino en la Mixoparthenos Griega, ligándola a Santiago y a “La música de las sirenas” como imágenes y formulas o vehículos para la alegorización; junto a estas imágenes enigmáticas y emblemáticas, hasta el teatro cortesano Barroco fue también un medio en que se expresó la alegoriza, y merece ser citada la obra de Calderón de la Barca “El golfo de las sirenas”, estrenada como “fiesta de Zarzuela” en el Palacio de Madrid en enero de 1657, ante la corte de Felipe IV.


En su libro “Señora de la Puerta del Cielo” Sevenhuijsen resume el significado de la sirena de doble cola en siete venas según los tiempos y las circunstancias específicas de su representación: da y quita la vida; guía y así cura; nutre y guarda; ve, oye y sabe; entrelaza y vincula; ama y hace que el amor prospere; y finalmente ella enseña y emprende…

Se ha escrito mucho acerca de esta fuente, ligándola a leyendas de la familia Altamirano, a la tradición de “La Tlanchana” de Metepec y otras muchas historias; bástenos saber que la representación precede a la muy conocida imagen de Melusina que los creadores de Starbucks aprovecharon para hacer de su café una experiencia irresistible…


Melusina (Melusine) es un hada de la literatura medieval francesa, obra de Jean d'Arras, que ha inspirado multitud de cuadros, sobre todo en su forma feérica: mitad mujer y mitad serpiente alada, pez alado, o dragón (según la versión) pero también esculturas, canciones y poemas.


Justo frente a la fuente y al otro lado del patio, contenida por las arcadas del pasillo y dentro de una oquedad a la que se accede por un par de arcos trilobulados de pródigo diseño, encontramos la magnífica escalera de trazo imperial, que con su juego barroco es una de las mejores escaleras del virreinato, apenas comparable con la que apenas a unas calles, trazara el propio Guerrero y Torres en la casa de San Mateo de Valparaíso.


Tal y como es costumbre en las casas de este tipo, el patio está bordeado por pasillos que se enlazan directamente al espacio abierto gracias aquí a columnas de orden Toscano –la aportación etrusca a los órdenes clásicos– sobre recios pedestales; arcos rebajados –casi arco carpanel– cierran los pasillos y dan soporte a techos sustentando viguería, que debió ser toda de madera de cedro con terrado arriba.


El pasillo del lado norte daba entonces paso a las habitaciones de portero -a la izquierda-, escalera luego, y caballerango después, dando camino hacia el segundo patio donde los caballos podían resguardarse en ampla caballeriza, con sitio para forrajes, arreos de montar y guarniciones para los coches.
Entre las simétricas ventanas de portero y caballerango se abriría entonces el hueco de la escalera, marcado el arranque por dos esculturas de leones y el barandal de hierro forjado.


Nos dice Angulo que: “El arranque de la escalera está encuadrado por amplio vano de rebajadísimo arco trilobulado que nos muestra los segundos tiros o tramos de su organización”, y está flanqueado por potentes pilastras que enmarcan el arco y dan lugar a profusa decoración de rocallas y hojarasca.

Mención especial merece el arco mismo, que con magnífica estereotomía –el arte y ciencia de diseñar la forma de los elementos de un aparejo de piedra tallada– ha creado las dovelas de un solo arco que dan la impresión de ser tres, que se sostienen sin tener soportes intermedios…


Mención también merecen los dos magníficos leones que custodian el arranque de la escalera, labrados en “chiluca cerrada” y que invariablemente avivan preguntas y cuestionamientos…

León y leona que resguardan el acceso al piso superior son representaciones novohispanas de un animal indocumentado, apenas conocido por pinturas o grabados, y que parecerían hacer alusión a los “Leones de Médici” –esculturas de origen romano una, y la otra del siglo XVI– que para 1598 se colocaron en la Villa Medici de Roma creando gran interés, y desde 1798 se podían admirar en la Loggia dei Lanzi de Florencia.


Pero la idea no era nueva: a Roma llegaba ya el símbolo de los leones guardianes que los etruscos colocaban en los cementerios, ligados éstos a la tradición egipcia e incluso a la idea oriental de los leones guardianes “shishi” (石獅; shíshī) que se colocan a los costados de las escaleras, respaldados estos en la vieja tradición budista Hindú. De hecho, la idea de felinos guardianes llega de mucho tiempo antes y podemos encontrarla en las colosales esfinges aladas que custodiaban la entrada construida por Asurbanipal II en Nimrud.


Pero: ¡No parecen leones! –en mis frecuentes visitas al edificio he escuchado muy diversas teorías, que incluyen el que son Xoloitzcuintles–
Imaginen ustedes labrar la figura de un león, animal nunca visto y creada con las descripciones y escasas imágenes que generalmente procedían de la tradición medieval…
Aparece arriba: “León” -fragmento- fresco medieval pintado en Burgos Castilla-León, que forma parte de la colección de “The Cloisters” del Metropolitan Museum of Art. Abajo, una de las dos esculturas en piedra que custodian el acceso a la planta noble en el palacio del conde de Santiago de Calimaya y que empleando el termino con laxitud, podría nombrarse “Tequitqui”.


Tequitqui o “arte tequitqui” es un término que se refiere a las manifestaciones artísticas realizadas por indígenas del área mesoamericana luego de la Conquista de México. Fue propuesto por José Moreno Villa en su texto de 1949 “Lo mexicano en las artes plásticas”.
"Es el producto mestizo que aparece en América al interpretar los indígenas las imágenes de una religión importada (...) está sujeto a la superstición indígena. Es una extraña mezcla de estilos pertenecientes a tres épocas: románica, gótica y renacimiento. Es anacrónico, parece haber nacido fuera de tiempo, debido a que el indio adoctrinado por los frailes o los maestros venidos de Europa, recibía como modelos estampas, dibujos, marfiles, ricas telas bordadas, breviarios, cruces, y mil objetos menores. No todos ellos obedecían a un mismo estilo y a una misma época"


El término tequitqui significa "tributario". La influencia iconográfica y técnica europea fundida con la técnica e iconografía indígena dio origen a un conjunto de manifestaciones singulares pictóricas y escultóricas. Aparecen arriba dos de los leones creados en el siglo XVI, de la fuente del claustro del convento de Santiago Apóstol de Ocuituco -Morelos-, piezas sin duda tributarias; abajo león y leona de Santiago de Calimaya.


Como dije, la escalera es de trazo imperial (erróneamente llamada "escalera doble") que es una escalera con tramos divididos, cuyo primer tramo asciende hasta un descansillo y luego se divide en dos tramos simétricos, ambos subiendo con el mismo número de pasos y girando al siguiente piso. Se dice que la función se utilizó por primera vez en El Escorial, construido en el siglo XVI.

En el caso de la casa de Santiago de Calimaya, la escalera vuelve sobre sus pasos y luego de otro descanso, se reintegra en una sola rampa para llegar a la Planta Noble; ese doble camino permite al convidado mirar reiteradamente el patio, la fuente y el arco trilobulado desde diversos ángulos, y maravillarse así ante el juego de formas.





Ya arriba, donde el desembarque de la escalera llega bajo otro arco trilobulado similar al de abajo, flanqueado ahora por pilastras mixtilíneas –y decorado muy similar al del palacio de Iturbide–, se puede deambular por los amplios e iluminados pasillos, limitados también por fustes toscanos y protegidos por barandales de hierro forjado, y llegar así a las diversas habitaciones.


Al girar hacia el rincón noroeste, encontramos sacristía y capilla, decorada ésta hacia el pasillo con un arco mixtilíneo –trilobulado– de molduras zigzagueantes y aderezado con rocallas, flanqueado por un par de medias muestras de orden Corintio sobre amplios pedestales con atlantes niños. En la parte más alta y entre amplios roleos aparece la “Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III” –cruz de ocho puntas con la imagen de la Inmaculada Concepción, la leyenda Virtuti et Merito y la cifra del rey–, que fuera tallada ya en 1816 por orden de don José María Cervantes.

Arriba, en acceso a la capilla en el estado que guardaba por 1920, cuando era aún habitada la casa por los descendientes de don Juan Lorenzo Gutiérrez Altamirano de Velasco y Flores; abajo, el acceso a la capilla en su estado actual, recreado el amueblado para el museo.


El interior es pequeño e íntimo y parece haber contenido un altar dorado y dos reclinatorios bajo la cúpula esquifada –formada por un casquete semiesférico– de base octogonal; es el sitio donde en 1785 doña Juana María de Velasco y Ovando contrajo matrimonio con don Cosme de Mier y Trespalacios, por entonces funcionario de la Real Hacienda, alcalde del Crimen de México, oidor y regente de México.


Siguiendo por aquel pasillo Oeste, pasamos sobre la puerta de acceso al patio y frente a las puertas que daban acceso al “Gran salón del Estrado”, del que Federico Mariscal nos dice:
“…el más grande en las casas señoriales de México (22.50 mts. por 7.13 mts.). Conserva en el fondo el estrado, separado del resto por columnillas de madera con capiteles corintios y unidas por un armazón de madera que en el intercolumnio central tiene la forma de arco trilobado, servía para colgar de él un cortinaje. En la actualidad –1915– se halla dividido el salón por tabiques con armazón de madera, de los llamados “capuchinos”.


Aquel salón debió ser sitio espectacular, y como ejemplo podemos recurrir a una de las recreaciones que el Museo Franz Mayer ejecutó como parte de su museografía –aunque dispensando de las “columnillas de madera con capiteles corintios”–; Alonso de Covarrubias, en el Diccionario de Autoridades, describía en 1720 el estrado –uno de los «quartos principales» de la vivienda en su zona noble– como «el lugar o la sala cubierta con la alfombra y demás alajas del estrado, donde se sientan las mujeres y reciben a las visitas».

Anexo a esta habitación y directamente detrás del estrado, estaría al “Salón del Dosel” –se llama dosel al ornamento que se coloca formando techo sobre un trono, del que suelen colgar cortinajes– sitio de altísimas expectativas por parte de un Conde en la Nueva España…


En el caso de la casa de los condes de Santiago de Calimaya el Gran salón debió esperar invitados de gran calado, sitio adornado con gusto y aderezado con las armas familiares, incluyendo este escudo de la familia Gómez de Cervantes y Altamirano de Velasco, creado ca. 1802 con la específica intención de colgar en el “Salón de estrado” –Óleo sobre tela 94.3 x 73cm. parte de la colección del Brooklyn Museum, Museum Collection Fund and Dick S. Ramsay Fund–, acompañado –¡claro está! – de los retratos de don Juan Lorenzo Gutiérrez Altamirano de Velasco y Flores, VII Conde de Santiago de Calimaya y su gentil esposa, doña María Bárbara Guadalupe de Ovando y Rivadeneyra con su ángel custodio.

El corredor daría paso a otros «quartos principales», recámaras y tocadores que abrían hacia la calle en la fachada sur y por entonces aún vista al Parque del Conde; el pasillo oriente daría paso a las cuatro ventanas del comedor, ligado éste a la cocina, lavaplatos y guarda-vajilla, espacios comunicados al segundo patio y las amplias zonas de servicio.


Arriba, el pasillo oriente con las cuatro ventanas del comedor y al fondo, la puerta que en tiempo de don Federico Mariscal daba paso al “Despacho”; el propio Mariscal acota: “Dado que no hay en la casa el entresuelo típico de las casas análogas, construido para ese objeto, es de suponer que esas piezas se destinaban a ese fin dada su colocación.”

De hecho, transformada ya en museo la casa, se ha recreado un decorado en esa habitación que funcionó como despacho, aunque amueblado y bártulos retoman un período muy posterior, mostrando un ambiente que más corresponde a final de S. XIX y principio del S. XX…


También al fondo estaría el pasillo que daba paso al segundo patio y su piso alto, ligado a ese despacho y sitio que permitía controlar la logística de la casa desde muy buen ángulo.


Al final de aquel pasillo norte, aún se conserva una magnífica reja de fierro fundido que debió colocarse en el S.XIX para separar el trajín del segundo patio y su servicio, de la planta principal de la casa; aun en el plano elaborado por Mariscal, quedan dudas acerca de lo que albergaba aquel patio, que incluía varios “cuartos con tapanco de madera, iluminado por una ventana alta” abajo, así como “piezas complementarias del servicio” arriba.


Aquel segundo patio sufrió diversas intervenciones al paso del tiempo y a pesar de que en el plano de Mariscal se le marcó un pórtico perimetral y una gran escalera central –que debió agregarse a principio del S.XX para rentar los espacios de manera individual–, la restauración conservó únicamente la arcada norte abajo y su pasillo arriba.



Abajo, entre ambos patios, bajo comedor y cocina, estuvieron además del paso entre patios –en el eje mismo del acceso principal– cuatro grandes cocheras que aún hoy muestran los carruajes que debieron moverse en aquella casa, siguiendo el tañer de los cascos contra las baldosas…


Creo que algunos de los carruajes exhibidos ahora –como éste “Landó” del S. XVII– pueden darnos una magnífica idea del ambiente que debió vivirse en aquella casa que sobrevivió desde que fuera ocupada en 1781 por don Juan Lorenzo Gutiérrez Altamirano y su señora…




Muchos son los golpes de tecla que me faltan para terminar de describir aquella magnífica residencia virreinal, pero la extensión de lo escrito ya debe cansar al lector; básteme voltear hacia arriba, en el patio principal, para ver las magníficas gárgolas que por más de 240 años han expulsado el agua de lluvia para proteger los muros, y esperar que por otros tantos años lo sigan haciendo…



La casa dejo de serlo en 1931 para transformarse en el Museo de la Ciudad de México en 1964. La intervención dirigida por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez modificó algunas partes del edificio y retiró buena parte de los rastros del ser casa; hubo intervenciones mayores, como la sustitución de elementos estructurales -deteriorados por dos siglos de uso- además de la inclusión de la infraestructura indispensable para crear exhibiciones.


En el proceso se rescató un espacio inesperado, que ha resultado de interés en el estudio del arte impresionista en México. Se trata del estudio que por algún tiempo ocupó Joaquín Clausell Traconis (16 de junio de 1866, San Francisco de Campeche, Campeche, 28 de noviembre de 1935), abogado, activista y pintor mexicano cuya obra es representativa del movimiento impresionista en México y donde parece haber trabajado desde 1899, luego de su matrimonio con María de los Ángeles Cervantes Pliego, hija de José Juan Cervantes Michaus, XII Conde Santiago de Calimaya (1810-1874).


La estancia tiene un aire onírico cargado de símbolos y es curioso testimonio de creatividad; se dice que ahí Clausell era visitado por sus amigos Gerardo Murillo, Diego Rivera, Juan O'Gorman y Nahui Olin.
Sin duda alguna, es interesante la visita…





Este Blog se hace gracias al apoyo incondicional de Julieta Fierro; está dedicado a las “Grandes casas de México” y pretende rescatar fotografías e historia de algunas de las residencias que al paso del tiempo casi se han olvidado y de las que existe poca información publicada. El objeto es la divulgación, por lo que se han omitido citas y notas; si alguien desea más información, haga el favor de contactarme e indicar el dato que requiere. A menos que se indique lo contrario, las imágenes provienen de mi archivo, que incorpora imágenes originales recopiladas al paso del tiempo, así como el repertorio de mi padre y parte del archivo de don Francisco Diez Barroso y sus imágenes de Kahlo; en general, he editado las imágenes a fin de lograr ilustrar mejor el texto. Si se utilizan las imágenes, favor de indicar la fuente –aunque advierto que pueden tener registro de autor–.



Conforme haya más entradas (¡Ya hay más de ciento treinta!), aparecerán en el índice de la parte superior derecha de esta página…



También se puede encontrar un índice general en: http://grandescasasdemexico.blogspot.mx/2016/02/indice-de-grandes-casas-de-mexico.html 

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Para terminar, una imagen interesante: Parte de los encargos fotográficos a Guillermo Kahlo para su libro “El Arte en la Nueva España” (Méjico, 1921), don Francisco Diez Barroso preparó con los retoques correspondientes esta imagen de la casa del conde de Santiago de Calimaya, fotografía captada por 1909 y que se transforma en un tesoro documental, aunque apareció sin retoques en la página 165 (fig.105); la reproduzco aquí gracias a la generosidad del maestro Javier Balbás Diez Barroso.