Edificada entre 1898 y 1903 –concluida la decoración interior dos años después– por el exitoso empresario Pedro Alvarado Torres, siguiendo el diseño del arquitecto Federico Amérigo Rouviere, el exuberante y ecléctico obsequio a su esposa doña Virginia Griensen Zambrano, es joya histórica de San José del Parral –al sur del estado de Chihuahua–, y demostración de la inigualable pujanza de la “Negociación Minera La Palmilla” durante el porfiriato...
Don Pedro Alvarado Torres fue un reconocido empresario minero y filántropo de Parral, impulsor del desarrollo de aquella ciudad conocida en tiempo de la colonia como Real de Minas de San José del Parral, donde a final de S.XIX logró gran éxito empresarial gracias a la explotación de una prominente “bolsa” argentífera en la mina “La Palmilla”, por lo que para inicio del S. XX se transformó en uno de los hombres más acaudalados del país y benefactor de Parral, facilitando el instalar la primera red hidráulica, el suministro eléctrico inicial, así como una clínica para servicios médicos de la comunidad.
“La Palmilla” es una histórica mina platera de alta ley que durante el cambio de siglo suministró mineral a la casa de moneda de México y permitió a don Pedro Alvarado amasar una de las fortunas más importantes de México a principio del siglo XX, caudal gracias al que ofreció pagar la deuda del país...
Las primeras referencias a una mina bautizada como “La Palmilla” nos llegan de 1666, año en que Fernando de Arango registró una Mina excavada en el Cerro de Monserrate, que sería luego conocido como Cerro de La Palmilla. Para 1708, don Francisco Sánchez de Tagle la registró nuevamente con ese nombre y ubicación; trámite que en 1764 hiciera Félix Mariano de Bejarano y en 1791 Benito Sánchez de la Mata. Es también claro que todos ellos abandonaron la explotación por falta de prometedora utilidad.
Hacia el inicio de 1887 se expidió un título minero a favor de los señores Ruperto Solís, Alberto S. Sawyer y Francisco Alvarado que solicitaron la concesión del fundo –acto por el cual se otorga a una persona o empresa el derecho a explotar por un tiempo determinado– pero dos años después Solís y Sawyer vendieron sus participaciones a Francisco Alvarado que quedó como único titular de la pequeña superficie a explotar (apenas cuatro hectáreas). Don José Eligio Francisco Alvarado Álvarez, había nacido en San José del Parral –el 2 de diciembre de 1836–, hijo de José Miguel Alvarado González y Josefa Álvarez Enríquez; contradiciendo el perfil que la tradición ha pintado, don Francisco poseía bienes que le permitían una vida sosegada a sus hijos, aunque al morir en 1895 –cuando heredó la explotación a su hijo Pedro–, no se había aún descubierto la magnitud de aquella “Bolsa de Palmilla”...
Esa peculiar formación geológica de “La Palmilla” es conocida como “bolsa argentífera”, formación que en lugar de presentar el mineral en vetas (masa metalífera que rellena un antiguo quiebre de las rocas de un terreno) el mineral se concentra en un solo cuerpo, que se puede explotar con mayor facilidad sin “perseguir la veta”...
Aunque don Francisco vio los primeros frutos de esa “bosa” antes de su muerte, no sería sino durante los siguientes diez años –entre 1896 y 1906– que La Palmilla registro la fantástica bonanza que le dio fama estando a cargo de Pedro Alvarado –hijo mayor de Francisco– que recibió un tercio de aquel fundo como herencia; Guadalupe Alvarado recibió otro tercio (que en 1899 sería comprado por Pedro y su esposa), mientras que Juliana y Lucas Alvarado recibieron el tercer tercio (que en 1901 sería adquirido también por don Pedro).
Ya desde esos primeros años de intensa explotación a partir de 1896, los ensayes del mineral registraban una ley de hasta 4,000 gramos de plata por tonelada, cosa que generaba tan holgada utilidad que permitió desde 1902, el que se construyera la “Planta Eléctrica de la Mina La Palmilla de Parral”, para iluminar la mina y auxiliar en el traslado del mineral, empresa que además incluyó electrificar San José del Parral.
También en ese período de bonanza –comenzando en 1898– don Pedro Alvarado decidió edificar para su esposa una nueva y espectacular residencia, que los moradores de Parral conocerían desde 1903 como “El Palacio de Alvarado”.
Poco antes de morir su padre, Pedro Alvarado Torres –nacido el16 de julio de 1873 en San José del Parral, Chihuahua y primogénito de don Francisco Alvarado y Dionisia Torres– contrajo matrimonio a los veintiún años con la joven Virginia Griensen Zambrano, mujer de ascendencia Francesa –hija de Juan G. Griensen que había muerto en 1891 y María Lucía Zambrano que murió al año siguiente– y que trabajaba como costurera en el propio Parral; los 9 hermanos Griesen Zambrano –Virginia, Juan, Sofía, María, Flora, José, Ma. de Jesús, Elisa y Ana– pasaban apreturas económicas en la orfandad, por lo que luego de recabar la autorización para el casamiento –en noviembre de 1894– y el matrimonio mismo –el 19 de marzo de 1895–, el joven minero se hizo responsable de los 8 hermanos de Virginia, incluida María Elisa Martiniana Griensen Zambrano que saltaría a la fama en 1916…
El matrimonio Alvarado Griensen procrearía seis hijos, de los que cuatro llegaría a adultos: Francisco, Rodolfo, Lucía y Pablo, todos Alvarado Griensen. Arriba, en una fotografía que debe datar de marzo de 1903 o 4, aparecen don Francisco Alvarado con su esposa Virginia Griensen, con dos de sus hijos –Francisco y Rodolfo– y hermanas, incluida María Elisa Griesen. Abajo, los cuatro niños Alvarado Griesen, hacia 1906.
Desde 1898, don Pedro Alvarado se hizo de una amplia superficie –inicialmente 1,450m², que incluían una finca familiar– frente al río Parral y a unos metros de la calle Mercaderes y su puente –vía que además al Este, llevaba directamente a la Plaza Principal de Parral y la Parroquia de San José–, propiedad sobre la que encomendó al pintor, escenógrafo y arquitecto Federico Amérigo Rouviere (1840-1912) diseñar una gran residencia que obsequiaría a su esposa y donde además podría atender las exigencias cotidianas de la Negociación Minera; en altura frente a uno de los meandros del río Parral, era zona que se pensaba exenta de los problemas causados por la crecida del río y permitía también cómodo contacto –hacia el Oeste– con los trabajadores de la “Mina La Palmilla”.
De Amerigo Rouviere nos dice Israel Katzman que provenía de una familia de artistas de Alicante (la “Dinastía Amérigo”) pero nació en Cuba. En Chihuahua –donde se le conocía por el apellido materno, como “Rouvier, arquitecto francés”– diseñó el Teatro Coronado y en Parral, además del “Palacio Alvarado” proyectó un edificio para los hermanos Federico y Bernardo Stallforth (1908) de la “Sociedad Federico Stallforth Haase y Hermano Sucesores y Compañía” –ahora centro Cultural Stallforth–, así como el Teatro Hidalgo (1906) –donde aparece acreditado Federico Americo Lumbier– y la casa de la familia de José Griensen Zambrano y Rebeca Alverdi Acosta, apenas a unos metros del “Palacio Alvarado”.
Arriba, el Teatro Hidalgo, inaugurado en 1906; abajo el edificio de la “Sociedad Federico Stallforth Haase y Hermano Sucesores y Compañía” –ahora centro Cultural Stallforth– en la Calle Mercaderes, diseño del arquitecto Federico Amérigo Rouviere.
La edificación de aquel que sería conocido como “Palacio de Alvarado” inició en 1898 bajo la dirección de Amérigo Rouviere –aunque en un par de documentos aparece el registro de Luis Eduardo Rouvier–, siguiendo un esquema de patio alrededor del que en dos niveles se agruparon las principales habitaciones; hacia el Norte y Oeste –frente a las calles ahora dedicadas a Francisco Primo de Verdad Ramos, y Vicente Riva Palacio– el inmueble presentaría imponentes alzados profusamente ornamentados, mientras que hacia el Sur y Oeste –en fachadas que se abren hacia el río Parral y un patio– se concentrarían las áreas de subordinadas detrás de sobrias fachadas, desprovistas de ornato, aunque con dos accesos accesorios.
Muy a la manera de la arquitectura virreinal, la planta baja albergaría funciones ligadas a la “Negociación Minera La Palmilla”, bodegas y servicios diversos, mientras que el piso alto estaría dedicado a la residencia propiamente dicha, con salones varios, comedores, habitaciones y dormitorios. Arriba, en una postal coloreada de la “Sonora News Company” captada en los primeros años del S.XX, aparece la “Fachada del Palacio de Alvarado—PARRAL—MEXICO”. Abajo, también de la “Sonora News Company” otra postal coloreada que muestra el cauce seco del Río Parral y la fachada Suroeste de la casa Alvarado-Griensen.
Ya para 1903, cuando se terminó la edificación –aunque los interiores permanecían fragmentarios–, el fastuoso diseño presentaba hacia el Norte y Oeste, fachadas que claramente incorporaban mucho del eclecticismo estilístico imperante en el período.
La gran casa –a la que colectivamente se distingue como Palacio– es parte de aquel género de edificios que rescataban la idea de palazzo, categoría historicista que se generalizó a principio del siglo XIX rescatando la tradición virreinal, que abrevaba de los palacios renacentistas italianos; aquellos palazzi italianos (en oposición de las villas que se construían en el campo), formaban parte de la arquitectura de la ciudad y frecuentemente aprovechaban la planta baja para uso comercial o al servicio de los negocios del propietario.
Así, muy la manera de muchos de los palacios de la Nueva España en los siglos XVII y XVIII, el partido del “Palacio Alvarado” se desarrolla –ya en el S. XX– en dos plantas y en torno a un patio principal –y dos secundarios– con acceso ceremonial en la fachada Noreste y dos accesos de servicio, uno que servía explícitamente a la “Negociación Minera La Palmilla”, mientras que otro permitía paso por el norte a las dependencias de servicio. Abajo una imagen que indica “Raya de ‘La Palmilla’” en la que aparece la fachada Sureste y la puerta que permitía acceso directo a la oficina en la planta baja de la casa Alvarado-Griensen, que por años funcionó como pagaduría de la negociación minera.
En la planta alta, las habitaciones con vistas a la calle eran las elegidas para las funciones más importantes, como la sala del estrado o la sala del dosel en el virreinato –generalmente con acceso al balcón principal–, transformados aquí en los diversos “salones de estar” (“Salón verde” o “Salón rojo”) de la casa Alvarado, además de las habitaciones, baño, estancias, cocina y repostería, entre otras varias, conservando la jerarquía del salón principal sobre el acceso central y principal de la portada ceremonial...
Abajo, la fachada principal –hacia el Noreste– de la casa Alvarado-Griensen en una fotografía moderna, luego de la restauración del S.XXI. La toma nocturna permite percibir la composición de modo académico, aunque exuberante eclecticismo, en la que, en simetría, los dos niveles se visten de compleja ornamentación que acentúa los vanos del conjunto y donde dos cuerpos limitan la composición mientras que una saliente central indica el eje de composición, y complejos balaustres rematan la estructura que, en lo alto, presenta un medallón con la fecha en que se terminó la construcción.n.
Los cuerpos de ambos pisos se señalan con pilastras y cintillas, limitados abajo con rodapié y cornisa arriba, mientras que al centro, ménsulas sostienen balcones que dan ritmo a la composición. Abajo, además de los accesos, amplias ventanas de arco rebajado y copiosa ornamentación están protegidas por rejas, en tanto que en el piso alto, los vanos presentan cerramiento trilobulado igualmente ornamentado.
Destaca el cuerpo central, que con arco escarzano de intricada ornamentación señala el acceso principal abajo, al centro un gran balcón con barandilla de hierro forjado al que se accede por una trifora –ventana de tres cuerpos– central, y que remata en altura sobre la cornisa, con un medallón que indica “1903” como año de terminación, aunque sabemos que en ese año los interiores no estaban aún perfeccionados.
Ese remate central es buena muestra de la ecléctica ornamentación seleccionada por Amerigo Rouviere, ya que abreva de muy diversas fuentes para su inspiración, incluyendo pequeños telamones -Atlantes, una versión masculina de la cariátide- labrados a manera de Hermes –decididamente arcaizantes– que sostienen grandes vasijas, además de curiosos balaustres de paradójica concepción e intrincada ornamentación, enmarcando todos al medallón mismo –de inspiración académica– y una figura sedente coronando ese destello ornamental…
El acceder por ese cuerpo central se transforma en toda una instrucción barroca, con un balcón que se lanza sobre el espectador, sostenido por ménsulas adornadas por hojas de acanto y una clave cuya repisa se transforma en “Hombre verde”, símbolo de renacimiento.
La clave del arco escarzano de ese acceso principal complementa la exuberante decoración del vano con un “Green Man”, u Hombre verde, grafía de una cara rodeada de hojas y guirnaldas de flores que le brotan de la boca; ha sido comúnmente utilizado como ornamentación arquitectónica, y lo vemos frecuentemente en las tallas de edificios seculares y religiosos. Es un motivo decorativo con muchas desviaciones y se relaciona frecuentemente con deidades de la naturaleza o símbolo de renacimiento, aunque aquí –y por lo que parece un penacho de plumas– puede haber sido una referencia de Rouviere al pueblo Tarahumara de la zona.
Arriba, un detalle de la piedra clave en el acceso principal, engalanada con la profusa y variada ornamentación que identifica al Palacio Alvarado; abajo, el arco rebajado (también llamado arco corvado o escarzano) de ese acceso principal, con la talla ornamental de muy diversa derivación, que identifica ese eclecticismo que escogió motivos decorativos de un amplio catálogo, incorporando rocallas barrocas, capiteles de inspiración románica, hojas de acanto –motivo decorativo que se inspira en la planta Acanthus spinosus y que se ha utilizado en la arquitectura desde la antigua Grecia– en muy diversas interpretaciones, y hasta ménsulas -Console- para sostener el balcón, que parecerían tomadas del Hôtel de Ville de Paris.
Muy a la mamera de la tradición virreinal y la costumbre mantenida en el estado, el acceder a la casa se matiza con un portal limitado por una reja, que podía funcionar como recibidor o portería, y que permitía una brisa en el patio los días de canícula. Haciendo eco a los labrados exteriores, la reja interior estaría enmarcada por elaborada talla en cantera y aquel recibidor engalanado decoración en plafones y muros.
Traspasado aquel umbral, se abre al visitante el magnífico patio que supera los 200m² y está limitado por veinte apoyos en dos niveles -seis por lado en el piso bajo- donde fustes tritóstilos y entorchados, rematados por capiteles de inspiración corintia sosteniendo arcos rebajados, dan al conjunto elegante reposo y brillante presencia.
A centro del patio una fuente permite humedecer el ambiente, labrado el brocal con plantas acuáticas y complementado el motivo central –niño que sostiene un pez– con un reborde de hierro fundido en el que lirios y ranas se disponen a travesear en el agua.
El patio está rodeado de amplios pasillos a los que las diversas estancias se abren con puertas y ventanas enmarcadas con elaborada decoración, y donde como complemento a la pródiga ornamentación, los muros fueron aderezados con frescos de Antonio Decanini.
Atención especial merecen los elementos decorativos del patio, destacando los fustes con estriado espiral del piso bajo y sus capiteles de orden corintio –aunque prolongados por un dado a la manera en que Brunelleschi lo hiciera en Santo Spirito–, además de la estudiada cornisa que sustenta el pasillo alto, trabajo de imaginativo diseño y magnífica talla, que ejemplifica -nuevamente- la ecléctica inspiración en el diseño de Amérigo Rouviere.
Para quien lo desconozca, esa idea de “eclecticismo” –del griego ἐκλέγω eklégō: recogido, escogido, selecto– que tanto he mencionado y que tan popular fuera a final del S.XIX y principio del XX en México, se refiere a la “tendencia a utilizar elementos arquitectónicos de diferentes estilos y épocas en un solo edificio, escogiendo lo que al diseñador más conviene…”
Ese imaginativo retozo estilístico se extiende por todo el patio y sus pasillos, en las claves de los arcos carpaneles y en los fustes pareados de las esquinas, incluyendo el piso alto y sus corredores, que reciben, además su propia dosis de innovación en corredores, puertas y ventanas.
Abajo, el remate al acceso principal se conforma por puerta y ventanas de uno de los salones, que se adornan con el ya señalado exuberante trabajo en cantería, talla que nuevamente sorprende por la calidad e inventiva, apareciendo aquí arcos trilobulados, bíforas de inspiración gotizante y hasta peanas de tradición barroca.
En el patio, uno de los elementos más conspicuos es incontestablemente la escalera, que colocada en sitio inesperado –en la tradición de patios conventuales y seculares, la escalera no invade la circulación perimetral, sino que está alojada en los espacios perimetrales– permite ascender con gran pompa al pasillo superior.
Con esbeltos arcos pareados conteniendo la rampa, la escalera se colocó en la esquina Sur del patio, donde la escuadra desemboca abajo con un amplio derrame de cuatro peldaños anclados por un grifo que acoge la decorada baranda forjada en hierro.
Los peldaños de la escalinata están revestidos de ónix verde –Ónix u ónice (del griego onyx, ‘uña’) piedra compuesta de sílice y es considerado como semipreciosa, aunque para la Asociación Mineralógica Internacional, es una variedad de ágata o calcedonia–, en lozas que dan a cada escalón un atavío de luminosidad sorprendente.
En el peralte más alto del derrame, puede leerse: “Isaac L. Ceballos MAMOLISTA, PARRAL, ABRIL1906.”
La barandilla y pasamanos de la escalera es una pieza que seguramente se importó de Francia por intermediación de “Marchand Mercier -ferronnier-” como “garde corps escalier avec griffon”, y que incluyen una fastuosa decoración de roleos y hojarasca tanto en rampa como guarda en el piso alto.
Aunque me he topado con información contradictoria, todo parece indicar que, para fin de 1902, don Pedro Alvarado encargó a Antonio Decanini intervenir ampliamente el interior de la casa apenas terminada por Amérigo Rouviere, adecuando la portería como vestíbulo, modificando la escalera a su estado actual y pintando varios murales en los pasillos –y luego la capilla– evocando la vida en campo y ciudad, la dicha y el ocio.
Antonio Decanini nació en Dante -Lucca-, Italia por 1874 e hizo sus estudios en la Escuela de Pintura de Florencia que concluyó en 1893. En 1896 viajó a América, donde se estableció en Chihuahua en junio de 1901; ahí fue nombrado catedrático de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios, y dio clases en el Colegio Chihuahuense. El 19 de julio de 1903 abrió un estudio en la avenida Ocampo 206, donde “ofrece sus servicios para pintar”.
En el “Palacio Alvarado”, Decanini pintó la decoración mural que engalana los pasillos del patio, con grandes perspectivas de inspiración diversa, que tanto retoman la “cascada de Basaechi” –del ahora “Parque Nacional Cascada de Basaseachi” que con 246 metros de caída libre sobre la Barranca de Candameña, es aún la quinta más alta de América– como vistas de alguna imaginaria y arcaica avenida florentina...
Esos magníficos murales de Decanini suman veintitrés trabajos, que incluyen una gran vista en el recibidor, diecinueve perspectivas en corredores de planta alta y baja, y tres murales devocionales en el oratorio. La mayoría ilustran paisajes seguramente inspirados en estampas –y de los que apenas uno es posible identificar en la región, siendo otro el interior de la Catedral metropolitana de México, cuando aún conservaba el ciprés de Lorenzo de la Hidalga–, bucólicas composiciones en que aparecen anquilosadas chozas, lejanas figuras humanas o idealizadas embarcaciones.
En el piso alto, la casa se organiza también al rededor del patio, con buena parte de las habitaciones ceremoniales agrupadas hacia la fachada principal. Los accesos a los diversos espacios, determinados por puertas de arco trilobulado y doble batiente, se separan también por decoraciones murales de Antonio Decanini, que dan atractivo compás a los corredores.
Al igual que en la planta baja, el piso alto crea un remate al acceso principal con puerta y ventanas de uno de los salones, adornándolas con el mismo exuberante trabajo en cantería, talla que nuevamente sorprende por la calidad e inventiva, apareciendo aquí también un arco trilobulado en la puerta, pero flanqueada ahora por bíforas de ecléctica inspiración, rematadas por óculos y con sorprendentes columnillas salomónicas –entorchadas– y aderezadas con guirnaldas de cuidadoso y detallado labrado.
Muy en concordancia con la tradición de la época –que ahora podemos observar gracias a las recreaciones museales que la casa alberga desde 2003–, los “salones para recibir” se amueblaron y decoraron con una plétora de objetos aún influidos por la tradición del II Imperio y el esplendor “victoriano”, donde cortinajes de seda y terciopelo, muros de pródigo género y nutrida decoración, son marco para el amueblado de suntuosa opulencia, donde asientos de mullido y afelpado brocado conviven con espejos de inspiración barroca u oriental, tibores de Sèvres, figuras de Meissen y como era de esperarse, bártulos diversos de plata.
Abajo, el “Salón Verde” –seguramente en referencia al terciopelo de los sillones–, donde destaca a la derecha, un sorprendente espejo con soporte tallado en madera y de exótica inspiración oriental…
Como complemento a ese eclecticismo decorativo que prevalece en el “Salón Verde”, aparece abajo el remate de un marco en madera dorada –justo frente al espejo anterior– de clara inspiración rococo; el magnífico trabajo de talla y doradura aparece en el estado en que ahora se exhibe, luego de un largo y delicado proceso de restauración.
El aposento de mayor jerarquía en el “Palacio Alvarado” sería el “Salón Rojo”, decorado también con la apreciada riqueza que el estilo “Napoleón III” propagó durante el Segundo Imperio; además de los abundantes cortinajes de terciopelo -rojos-, ricas maderas y bronces en candiles, puertas y espejo, destaca al sillón circular que no puede ser más que referencia al “Grand salon des appartements Napoléon III” en el Palacio/Museo del Louvre.
También en el “Salón Rojo”, rodeado por navetas de plata y bronces dorados, se asoma entre cortinajes el retrato de don Pedro Alvarado Torres y doña Virginia Griensen Zambrano que se encargara como parte de la decoración del Palacio, que hacia 1905 entregara don Pedro a su esposa. El lienzo, de quien no he podido identificar la firma, presenta al matrimonio Alvarado-Griensen, justo antes de la muerte de doña Virginia…
También como parte de la recreación que la actual Casa-Museo presenta desde 2003, aparece abajo una imagen del comedor de la casa, con algunos de los utensilios que formaron parte del ajuar original; aunque con algunas disonancias, la puesta en escena permite deducir la riqueza que rodeó a la familia minera en los primeros años del S.XX.
Cuenta la tradición que en un gesto de cortesía, la casa fue obsequio de don Pedro a doña Virginia, y por eso aparece en cubiertos, vajilla, ventanas y decoraciones diversas el monograma –letras entrelazadas que representan las iniciales de una persona– “VGA “de Virginia Griensen de Alvarado
Doña Virginia Griensen Zambrano de Alvarado murió el 6 de mayo de 1905, estando aún la casa sin terminar por completo.
Luego del luto que la tradición exigía a la familia, don Pedro Alvarado aparecía en las notas que a inicio de 1907 “México Ilustrado” difundió en los Estados Unidos:
E indicaba el artículo:
“Dar 10’000,000.oo a los pobres”
UNO de los hombres más ricos de México, y sin duda uno de los más generosos, es Don Pedro Alvarado, gran magnate minero, con ingresos de $12’000,000.oo dólares al año. Nació en el pueblo de Parral y pasó su infancia en un entorno de pobreza.
De un pariente heredó una mina de plata, que resultó luego enormemente productiva. A medida que la riqueza fluyó, el joven mexicano no se rodeó de lujos ni dio paso a la indulgencia, como habrían hecho la mayoría de los jóvenes. Se casó con una mujer cuya educación había sido tan humilde como la suya, y luego se construyó una gran casa en Parral, su ciudad natal, en el mismo sitio que la antigua granja familiar y entre sus antiguos vecinos. Lo llaman "Palacio" y es sin duda lo suficientemente grande como para justificar el nombre; pero la vida de sus ocupantes es de lo más sencilla y sin pretensiones.
Don Pedro estima a sus parientes menos afortunados y con ellos mantiene llena su casa de Parral. Cualquiera que pueda rastrear la más mínima conexión con el rico propietario de la mina, ya sea por nacimiento o por matrimonio, es bienvenido, y cuando no puede gastar sus ingresos lo suficientemente rápido en su propio pueblo, alquila un tren especial, carga a bordo a la parentela toda, y emprende un viaje a alguna parte.
Así, acuerda con la compañía ferroviaria el detener su vagón especial dondequiera que se le ocurra. Recientemente hizo un viaje a la Ciudad de México, de su casa a una distancia en tren tan apartados como lo están Chicago de Nueva York, trayecto que le llevó siete días. Tres veces al día se detenía el tren para que don Pedro y sus invitados pudieran salir a la llanura y hacer un picnic.
Don Pedro, como nuestro propio señor Carnegie (se refiere a Andrew Carnegie, uno de los "Grandes magnates de la Industria Norteamericana"), cree que un hombre debe ser su propio albacea y que debe disponer de su riqueza de la mejor manera posible mientras viva. No hace mucho ofreció pagar la Deuda Nacional de México. El gobierno mexicano rechazó el favor; sin embargo y a pesar de los obstáculos, donará buena parte de su fortuna.
Hace sólo unas semanas anunció que daría $10’000,000.oo de dólares a los pobres de México, dinero que será distribuido por el gobierno; cualquiera que sea digno, recibirá una pequeña granja, se le proporcionará una casa o se le ayudará a establecerse en un negocio. También fundará escuelas gratuitas y ayudará a las iglesias en dificultades. Probablemente veinte mil personas se verán beneficiadas directamente por su gran generosidad.
Le sobrevino una gran tristeza cuando hace poco murió su esposa, pero su amor se derramó entonces sobre sus tres pequeños hijos. Aunque podría haber contratado un ejército de sirvientes, atiende personalmente todas las necesidades de sus hijos, e incluso los baña y viste. Parece carecer casi de vanidad y no le interesa tener asistentes personales que lo atiendan: Se afeita, se corta el pelo, bolea sus zapatos y prepar parte de sus propios alimentos. Si algo le resulta de interés, lo compra en cantidades mucho mayores a lo que necesita: Hace un año conoció a un agente estadounidense de máquinas de coser, le compró cincuenta máquinas y puso una en cada habitación de su casa.
Otra fuente de placer para este peculiar hombre es dar trabajo a los pobres. Si un mendigo le pide limosna, le responderá: "No, pero te daré trabajo”. Cuando no se logró la cosecha de uva en la región alrededor de Parral, la mayoría de los agricultores se pusieron a trabajar para Don Pedro y, gracias a su liberalidad, pudieron escapar del aprieto. Don Pedro Alvaredo (sic.)es un hombre sencillo, temeroso de Dios, bien intencionado, que se esfuerza por hacer todo el bien que puede con su dinero. Su filantropía es reale; cuando da, su corazón va con el regalo.
El dinero en sí le importa poco; cree él que sólo debe ser valorado por el bien que puede lograr. Es muy querido en todo el gran estado -de Chihuahua-, y su simpatía y sabia generosidad bien podrían servir como ejemplo para los hombres y mujeres ricos en general.
En las fotos del artículo: “Don Pedro Alvaredo (Sic.) y sus Hijos”. “Palacio de Alvaredo (Sic.) en Parral”. Abajo, “Don Pedro Alvarado frente a su casa, dando asistencia a los necesitados.”
Para colmo de males, en ese terrible 1905, una “Reforma Monetaria” –prácticamente una devaluación–, redujo sustancialmente el precio de la plata respecto al oro –a la mitad–, con lo que se marcaría el principio del fin de la “Negociación Minera La Palmilla” que ya para1906 mostraba números rojos en sus balances.
Además, luego de la muerte de doña Virginia una tercera parte de sus bienes en la Negociación, fue entregada en herencia a sus hijos Francisco, Pablo, Rodolfo y Lucía; siendo don Pedro albacea, desde 1907 pactó la venta total de la Mina de La Palmilla. Los socios norteamericanos de The Alvarado Mining and Milling Company nunca lograron encontrar otra “Bolsa argentífera”...
Años después, la crisis financiera en 1929 obligó a suspender por completo la explotación de La Palmilla, cosa que también sucedió con todos los fundos de minas cercanas. Al paso del tiempo, los fundos de La Palmilla y sus alrededores pasaron a poder de la American Smelting and Refining Co., en lo que ahora es parte de "Grupo México".
Don Pedro Alvarado Torres murió el 16 de diciembre de 1937 –contando 64 años– en la ciudad de Parral; la casa permaneció en propiedad de Lucía Alvarado Griensen, hija única del matrimonio. Lucía contrajo matrimonio y engendró tres hijas: Virginia, Lucia, y Lilia, las tres Vázquez Alvarado, que, aunque pequeñas alcanzaron a conocer al abuelo.
Al paso del tiempo, las dos hermanas mayores Virginia y Lucía se trasladaron a la Ciudad de México para continuar con sus estudios y formar luego sus propias familias, pero Lilia Vázquez Alvarado permaneció en Parral, soltera, al cuidado de su madre y la casa familiar.
A inicio del año 2000 se pactó con Lilia Vázquez la venta del “Palacio de Alvarado” para transformar el inmueble en museo; aunque la casa se abrió al público por un tiempo, el centenario deterioro había dejado profunda huella y se cerró al público para una completa restauración que sería terminada a fin de mayo de 2003.
El 30 de mayo de 2003, la “Casa-Museo Palacio Alvarado” abrió sus puertas a la ciudad de Parral, luego de la consolidación completa del inmueble y la adecuación de los espacios interiores y exposiciones.
Se cubrió el patio con una estructura traslúcida, cambiaron buena parte de los pisos y consolidaron los acabados originales, además de transformar las instalaciones eléctrica, hidráulica y sanitaria. Además, al exterior se transformó la esquina de la calle Guillermo Prieto, creando la “Plaza don Pero Alvarado” que permite amplias perspectivas sobre la fachada del inmueble.
En esa plaza, se colocó además una magnífica escultura de Ignacio Asúnsolo Masón (1890-1965) –que vivió parte de su infancia en Parral–; “El buscador de ilusiones” creado en 1956 por encargo del gobernador Jesús Lozoya Solís, presenta un gambusino, casi desnudo, lavando las arenas de una corriente de agua con la ilusión de hallar oro o plata. Colocada de origen en la Plaza San Juan de Dios -ahora Guillermo Baca-, ha encontrado refugio temporal frente al “Palacio Alvarado”, porque según entiendo será nuevamente reubicada.
La casa alberga ahora diversas exposiciones permanentes, específicamente ligadas a la historia de la casa y sus propietarios; en general, es un placer la visita, ademas de que frecuentemente se programan eventos y exposiciones temporales.
Este Blog se hace gracias al apoyo incondicional de Julieta Fierro; está dedicado a las “Grandes casas de México” y pretende rescatar fotografías e historia de algunas de las residencias que al paso del tiempo casi se han olvidado y de las que existe poca información publicada. El objeto es la divulgación, por lo que se han omitido citas y notas; si alguien desea más información, haga el favor de contactarme e indicar el dato que requiere. A menos que se indique lo contrario, las imágenes provienen de mi archivo, que incorpora imágenes originales recopiladas al paso del tiempo, así como el repertorio de mi padre y parte del archivo de don Francisco Diez Barroso y sus imágenes de Kahlo; en general, he editado las fotografías a fin de lograr ilustrar mejor el texto. Si se utilizan las imágenes, favor de indicar la fuente –aunque advierto que pueden tener registro de autor–.
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